1.- El contexto cultural de la sociedad posmoderna:
Vivimos en un contexto cultural de la actual sociedad posmoderna que está dominado por el consumismo y que por esa razón se manifiesta reacio a la búsqueda de la trascendencia y propenso a una atmósfera de materialismo hedonista. Asimismo, se evidencia que el consumismo favorece el auge del individualismo y de una libertad permisiva y sin restricciones.
Estos factores, que mencionamos de manera muy sucinta, generan un paulatino debilitamiento tanto de los lazos familiares como comunitarios y de la tradición cultural. Ambas cuestiones tienden a perjudicar el desarrollo pleno e integral de la persona debido a que el debilitamiento de vínculos, lazos y tradiciones provocan asilamiento, soledad y vacío. Consecuentemente con este proceso, se produce una mayor dependencia de los individuos con las redes sociales y con la necesidad de adquirir continuamente los bienes y servicios que promueve la sociedad de consumo, retroalimentando el circulo vicioso del consumismo[1].
En
muchos aspectos, este contexto contribuye a la formación de un hombre insatisfecho,
que lejos de ser un señor de las cosas que creó, se transformó paulatinamente en un oscuro
sirviente de su propia producción. La falta de hondura metafísica o espiritual, a su vez, evidencia el tema de la "huida
de los dioses" –como pérdida de todo ámbito de manifestación de lo sagrado- y la necesidad de un retorno religioso que devuelva el "soplo divino" a
esa condición humana que, últimamente, parece reflejar solamente una
imagen desdibujada y en muchos aspectos, desdichada del hombre[2].
Por su parte, no
hay una conciencia clara acerca de que en la sociedad
contemporánea es habitual la instrumentalización y cosificación del ser humano. Ello porque se ha asumido acríticamente
que nuestras relaciones se basan, principalmente, en intercambios meramente materiales y monetarios. Por tanto, nos desenvolvemos en un espacio donde es difícil reconocer que
cada miembro de la sociedad es un ser humano, único e irrepetible.
Por
estas razones, el individualismo predominante funciona como una atmósfera social y cultural que tiende a diluir todo
tipo de relación profunda y fructífera. Esto sucede, porque se dificulta el reconocimiento de la dignidad de la persona humana, y se facilita el concebir al otro como un mero instrumento u objeto que me ayuda a conseguir lo
que quiero. Esta situación, es demostrativa de que el individualismo imperante tiende a aislar a los sujetos y a convertir todo tipo de asociación en relaciones de suma cero, en donde cada
uno busca obtener algo a cambio que lo beneficie.
2.- El desarrollo de la inteligencia
artificial no ha tenido a la persona humana como centro:
Este marco, brevemente descripto, ha favorecido que la transformación digital, hasta el momento, se haya centrado en una
visión utilitaria del desarrollo de modelos de gestión de datos, de
implementación de algoritmos, de consideración de una economía plataformizada,
y que se haya dejado por el camino el papel de la persona humana como consumidor de
contenidos y usuario de aplicaciones, porque se ha ensombrecido tanto su dignidad inalienable, como el novedoso concepto de ciudadanía digital.
Se
ha afrontado toda la transformación digital hasta ahora, sin definir con claridad el contenido
de la denominada ciudadanía digital[3] y especialmente cuales son los
derechos digitales inalienables en cabeza de cada persona. A ello hay que sumarle la inexistencia de un control democrático eficaz y la escasa regulación ética y jurídica, lo que genera un marco inquietante que a veces entra en los
umbrales de la distopía. Este panorama nos coloca frente al desafío de saber si seremos capaces o no, de
humanizar la relación entre el ser humano y el desarrollo tecnológico.
Como
señala Daniel Innerarity[4], la transformación digital está suscitando preguntas
no menores y de signo opuesto. Por un lado, si los algoritmos no serán los
enterradores de la democracia. Por el otro, hay quienes aseguran que
la democracia de los datos será
más representativa que cualquier otro modelo de democracia en la historia
humana, que las urnas serán pronto unas reliquias del pasado cuando nuestra
opinión puede estar siendo requerida de modo automático miles de veces cada día
y que los expertos decidirán mejor que los partidos políticos ideologizados.
Por tanto, no
habría que minusvalorar el riesgo de que el tecno-autoritarismo resulte cada
vez más atractivo en un mundo en el que la política tradicional, cosecha un
largo listado de fracasos y no logra representar las aspiraciones de gran parte
de la ciudadanía.
En
ese orden de ideas, hay posturas que sostienen que los algoritmos y la
inteligencia artificial pueden distribuir los recursos más eficientemente que
el pueblo irracional o mal informado. Una nueva especie de populismo tecnológico podría extenderse bajo la
promesa de una mayor eficiencia. Sería algo así como una versión digital
de la clásica tecnocracia coaligada ahora con las grandes empresas tecnológicas
con irresistibles ofertas de servicios, información y conectividad.
Por
estos motivos, no se puede ocultar el riesgo concreto, -como señala el Papa Francisco[5]-,
de que la inteligencia artificial limite la visión del mundo a realidades que
pueden expresarse en números y encerradas en categorías preestablecidas,
eliminando la aportación de otras formas de verdad e imponiendo modelos
antropológicos, socioeconómicos y culturales uniformes reforzando el actual
paradigma tecnológico dominado por la razón instrumental y económica.
A
ello, debemos sumarle, como señala José María Lasalle[6], que
existe un dominio digital y tecnológico en manos de las grandes empresas
tecnológicas, que por su propia lógica no es democrático y que concentra un
poder no regulado que condiciona ontológicamente de manera muy directa cómo el
ser humano empieza a ir desarrollando su manera de vivir en el siglo XXI.
Así,
vivimos atrapados por las pantallas, y las pantallas, se están convirtiendo en un
panóptico que reduce la respuesta libre del ser humano, mientras se incrementa
el poder de la tecnología. Hasta ahora la regulación ha sido muy escasa, preservando
unos estándares mínimos en materia de intimidad y protección de datos de
personales, si bien, recientemente, se ha sancionado en el ámbito de la Unión
Europea un reglamento para el uso de la Inteligencia Artificial, pero que aún no ha
entrado en vigencia[7].
Añade
Lasalle, que la técnica no es neutra, es poder. Como veía la Escuela de
Frankfurt, incluye el deseo de ir más allá de los límites y sacar lo fáustico
del ser humano para forzar la realidad. Eso tiene un valor en la innovación,
pero una innovación regulada controla los procesos, mientras que una tecnología
no regulada siembra de inquietudes el presente y el futuro.
Otro
punto relevante, es que en este proceso se ha avanzado mucha en la conectividad, pero las
conexiones se reducen a máquinas y seres humanos en espacios virtuales. Esto
implica, que es la conexión entre máquinas la que prevalece. Simultáneamente,
perdemos el vínculo con la naturaleza, con los demás seres vivos y también la
conexión profunda con nosotros mismos. Se habla con ligereza de una “realidad
aumentada” merced a la virtualización de la experiencia; pero lo que de hecho
vamos teniendo es una humanidad disminuida, cada vez más limitada.
Además
de lo expuesto, hay que considerar que la inteligencia artificial está diseñada
para resolver problemas específicos, pero para quienes la utilizan la tentación
de obtener, a partir de las soluciones puntuales que propone, deducciones
generales, incluso de orden antropológico, es a menudo irresistible[8].
De
esta manera se corre el riesgo de una pérdida o al menos un oscurecimiento del
sentido de lo humano y una aparente insignificancia del concepto de dignidad
humana. De consolidarse esta situación, se estaría perdiendo el valor y el
profundo significado de una de las categorías fundamentales de Occidente: la
categoría de persona humana.
Consiguientemente, no es exagerado plantear que corremos el riesgo, condicionados por este soporte tecnológico, de marchar a un mundo dominado por una visión posthumana, que desbordará y marginará el concepto que hemos tenido del hombre desde la Grecia clásica hasta nuestros días. Esto, si no se interrumpe esa tendencia. Sin embargo, no tiene por qué ser inevitablemente así. Más allá de los poderosos intereses en juego, no debemos caer en visiones deterministas o fatalistas de la situación.
3.-
Debemos recuperar la centralidad de la persona humana en el proceso:
Para
evitar el riesgo posthumano de la Inteligencia Artificial, debemos recuperar la
visión de que la persona humana debe ser el principio, el centro y el
fundamento del desarrollo tecnológico. Toda innovación y desarrollo tecnológico
deben fortalecer a la persona humana y eso implica un cambio de registro. No se
trata de hacer que la tecnología siga creciendo como poder, sino que la
tecnología nos dé más poder para ponerlo al servicio de un ser humano que ha de
preservar su capacidad de decisión sobre él.
En
algún momento tendremos que comprender que, para poder competir con las
máquinas, incluso para darles sentido en el marco de una automatización
generalizada, los valores humanísticos que surgieron con la paideia griega y la humanistas romana, son el único soporte posible para desarrollar habilidades críticas. Sin esas
capacidades el ser humano acabará siendo prescindible frente a la máquina[9].
Solamente
si se garantiza su vocación al servicio de lo humano, los instrumentos tecnológicos
revelarán no sólo la grandeza y la dignidad única del ser humano, sino también
el mandato que este último ha recibido de “cultivar y cuidar” el planeta y
todos sus habitantes (cf. Gn 2,15). Hablar de tecnología es hablar de lo que
significa ser humanos y, por tanto, de nuestra condición única entre libertad y
responsabilidad, es decir, significa hablar de ética.
Por
su parte, debemos ser conscientes de que el análisis de datos actúa como un
dispositivo de registro, pero es una actividad que tiene grandes dificultades para
identificar la dimensión interior del hombre, lo que hay en el de aspiración,
deseo o contradicción. Por un lado nos pensamos como sujetos emancipados de
toda determinación, pero al mismo tiempo no tomamos plena conciencia de que los sistemas de Inteligencia Artificial nos pueden
reducir a seres previsibles al alcance de calculadoras hipersofísticadas.
Por
último, la reflexión humana desde la antigüedad habla de la importancia de la
sabiduría, la phronesis de la filosofía
griega y, al menos en parte, la sabiduría de la Sagrada Escritura. Frente a los
prodigios de las máquinas, que parecen saber elegir de manera independiente,
debemos tener bien claro que al ser humano le corresponde siempre la decisión,
incluso con los tonos dramáticos y urgentes con que a veces ésta se presenta en
nuestra vida. Condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si quitáramos
a las personas la capacidad de decidir por sí mismas y por sus vidas, condenándolas
a depender de las elecciones de las máquinas[10].
En suma, recuperar la centralidad de la noción de persona humana y de su dignidad inalienable. Proteger la libertad y la responsabilidad del hombre en todas sus dimensiones, frente a cualquier tentativa de manipulación, y mantener la capacidad de decisión humana son los ejes para lograr atenuar todo lo posible los riesgos de la Inteligencia Artificial y poner este instrumento maravilloso al servicio del hombre y del bien común universal.
[1]
Cecilia Gallardo Macip, Individualismo en las sociedades contemporáneas: un
diagnóstico en común de Patrick Deneen y Axel Honneth, Discusiones
Filosóficas, 24(42), 121–140. ttps://doi.org/10.17151/difil.2023.24.42.7
[2]
Abel Posse, En letra grande, 1ra. Edición, Emecé Editores, 2005, Buenos Aires,
pág. 97.
[3]
La ciudadanía digital refiere al conjunto de derechos y responsabilidades que
las personas tenemos en el entorno digital, entendiendo a Internet como un
espacio público, donde nos encontramos con oportunidades para el ejercicio
pleno de derechos, pero también con riesgos de posibles vulneraciones.
[4]
La infraestructura tecnológica de la democracia, consulta en línea en: https://ethic.es/2020/10/la-infraestructura-tecnologica-de-la-democracia/
[5]
Discurso en la sesión del G-7 sobre Inteligencia Artificial, consultan en línea
en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2024/june/documents/20240614-g7-intelligenza-artificiale.html
[6]
El gran reto de la política es la sostenibilidad democrática, consulta en línea
en: https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/en-pause/lassalle-gran-reto-politica-es-sostenibilidad-democracia/20211014180227288155.html#google_vignette
[7] REGLAMENTO (UE) 2024/1689 DEL PARLAMENTO EUROPEO Y DEL CONSEJO de 13 de junio de 2024 por el que se establecen normas armonizadas en materia de inteligencia artificial y por el que se modifican los Reglamentos (CE) n.o 300/2008, (UE) n.o 167/2013, (UE) n.o 168/2013, (UE) 2018/858, (UE) 2018/1139 y (UE) 2019/2144 y las Directivas 2014/90/UE, (UE) 2016/797 y (UE) 2020/1828 (Reglamento de Inteligencia Artificial)
[8]
Papa Francisco, Discurso en la sesión del G-7 sobre Inteligencia Artificial,
consultan en línea en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2024/june/documents/20240614-g7-intelligenza-artificiale.html
[9] José María Lasalle, El gran reto de la política es la sostenibilidad democrática, consulta en línea en: https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/en-pause/lassalle-gran-reto-politica-es-sostenibilidad-democracia/20211014180227288155.html#google_vignette
[10]
Papa Francisco, Discurso en la sesión del G-7 sobre Inteligencia Artificial,
consultan en línea en: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2024/june/documents/20240614-g7-intelligenza-artificiale.html