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martes, 26 de noviembre de 2024

La identidad hispanoamericana y su rol en la construcción de un nuevo humanismo, ante el avance de la tecnocracia.

 


Esta meditación esta basada en escritos y reflexiones de Patrick Deneen, Graciela Maturo y Abel Posse.

Estamos ante un extraordinario cambio de época de indudable alcance mundial –globalizador, como dicen– que se mueve por factores económicos y tecnológicos a veces descontrolados. Esto nos coloca ante un desafío civilizatorio profundo. Pues si bien la tecnología, como parte del ambiente humano, está siempre ligada a la cultura, su naturaleza ambivalente crea nuevas preocupaciones, desafíos y problemas vinculados a la posible generación de tendencias deshumanizantes o nihilistas. 

En el ámbito propio de la cultura, el desarrollo tecnológico desmesurado tiende a eliminar lo que es específico de cada región y nación, desafiando la sobrevivencia de las culturas que son el corazón de todas las sociedades. La cultura como actividad humana es fundamental porque da forma a los individuos y a las sociedades, fomentando la unidad a través de valores y tradiciones compartidas.

Sin embargo, los nuevos avances tecnológicos, ligados a la Inteligencia Artificial, el Big Data, las plataformas digitales, etc., conllevan la pretensión de convertirse en la cultura hegemónica global arrasando con todo el pasado. Como consecuencia de esto, la tradición, los usos sociales, los mitos, la política, los rituales y la religión tienden a debilitarse y a subsistir en condiciones de inferioridad. 

Nos encontramos en un punto, como dice Patrick Deneen, donde la llamada tecnocracia ha entrado en la era de la «tecnópolis». Esto es, que un mundo que está culturalmente debilitado se ve fácilmente sometido a una ideología del progreso. Lo cual implica la paulatina sumisión de todas las formas de vida cultural a la soberanía de la técnica y la tecnología. Así pues, la confusión entre cultura y tecno idolatría es uno de los signos de un nihilismo deshumanizante que parece invadirlo todo y donde se confunde lo esencial con lo circunstancial. 

Además, a lo expuesto se le suma, que existen corrientes ideológicas que podríamos calificar de globalistas, que consideran que las diferencias culturales se deben desvanecer con el avance de la modernización globalizadora. Ahora bien, paradojalmente, la globalización ha sido acompañada del resurgimiento de las tradiciones culturales locales y de la creciente comprensión de que hay algo más para las sociedades y la conducta humana que la tecnología y la economía. En efecto, las culturas locales juegan un papel fundamental en guiar la acción humana, y en mantener unida y cohesionada a la sociedad.

Por eso, como dice Abel Posse, el rol de la cultura ha adquirido tanta relevancia en estos últimos tiempos. Frente a la amenaza del nihilismo tecnológico y la ideología del progreso,  la cultura es el mayor baluarte de la humanidad ante la amenaza reduccionista que representa la presencia de una subcultura mercantilista de alcance global. 

En este contexto de cambio de época, donde además se advierte el declive inexorable de la civilización europea que dominó al mundo durante la modernidad, es legítimo y necesario ampliar el concepto de identidad nacional al más abarcador de identidad hispanoamericana. Ello significa un legítimo reconocimiento de que estamos frente a una familia de pueblos con una historia y un acervo cultural comunes, que pese a la existencia de diferencias regionales o nacionales, no fragmentan totalmente aquella unidad. Dicha historia y acervo cultural común, es la base de un horizonte ineludible de reintegración política.

Para ahondar en estos elementos comunes de identidad hispanoamericana, es imprescindible sumergirnos por el espacio literario, reflexivo, ensayístico y hasta religioso de nuestra América. Todos estos elementos conforman lo que constituye nuestra identidad cultural. Una vez lanzados a dichos espacios, vamos caminando por campos tan ricos, profundos y diversos como la teología latinoamericana, las crónicas de los conquistadores, la novelística revolucionaria en la Nueva España a principios del siglo XX, Alfonso Reyes, Mariátegui, Rubén Darío, el mito y la utopía de lo americano, Lugones, Marechal, Castellani, Borges, Mallea, la filosofía de Rodolfo Kusch, de Carlos Astrada, Nimio de Anquín, Ismael Quiles, entre tantos otros. 

Abel Posse nos refiere, que se trata de una pléyade de autores lucidos que nos muestran la profundidad y las angustias del alma de nuestra América, siempre volcánica, siempre en proceso de alumbramiento, como una gran cultura a la espera de darse la autonomía liberadora de su propio espacio de civilización. Quizás en este contexto tengamos esa oportunidad histórica.

Se trata de una identidad que se configura como una singular modernidad de América, a la que Graciela Maturo y Enrique Dussel llaman transmodernidad (más allá de la modernidad europea). Identidad que para Maturo, se caracteriza por su humanismo teándrico, en el que conviven la razón y la fe, la ciencia y las artes, la técnica junto a los altos vuelos de la música y la poesía. 

Ese humanismo singular modeló la construcción de una nueva sociedad humana donde se afirmó la categoría de pueblo como sujeto de la historia. Y, a su vez, esa noción de pueblo se configuró integrando a todas las personas que habitan un territorio, cualquiera fuera su raza, sexo, cultura o creencias, pero unidas ente sí porque comparten un destino común. 

Esta afirmación de la heterogeneidad como riqueza donada a la construcción de una nueva y original unidad es uno de los mayores activos de este humanismo hispanoamericano. Se trata del surgimiento de un nuevo humanismo de carácter universal que se remonta a los antiguos griegos y romanos, pasa por le Europa Medieval, adquiere contornos propios en la península ibérica y se mezcla en el continente americano con las culturas aborígenes. Todo ello, dio origen a una cultura nueva y mestiza, a un humanismo barroco americano, absolutamente inédito y original. 

Por otra parte, debemos considerar también los elementos comunes que nos unen a todos los pueblos de América, sea del Norte, del Centro o del Sur. Entre ellos sobresale una misma identidad cristiana y la heterogeneidad de las razas y la complejidad cultural que se han afincado allí. Así como también una auténtica búsqueda del fortalecimiento de los lazos de solidaridad y comunión entre las diversas expresiones del rico patrimonio cultural del Continente. 

Por esta razón nuestra frontera cultural se extiende al territorio inicial del continente americano, de Alaska a Tierra del Fuego. O si se prefiere desde Alaska, pasando por Tierra del Fuego hasta la Antártida. Además, nos parece sumamente relevante considerar que en las últimas décadas, la creciente migración popular desde los pueblos de origen hispanoamericano -especialmente desde México- hacia los territorios de la América anglosajona generó una propagación de la cultura hispanoamericana. Pues esos migrantes llevan consigo además de sus sueños,  su lengua y toda una cultura propia. 

Efectivamente, llevan el castellano de Alonso de Veracruz y Sor Juana Inés, de Juan Rulfo y Octavio Paz, de José Vasconcelos y Carlos Fuentes. Y junto a su lengua, llevan su fe y su devoción por la Guadalupana, sus ojos llenos de los colores y sentidos del barroco hispanoamericano, su música, sus ganas de vivir, de formar una familia, de tener y criar hijos. La Guadalupana, expresión profunda de ese mestizaje en su rostro y en la cinta negra que lleva en la cintura, anuncio náhuatl de su embarazo, es ya uno de los grafitis más populares en los Estados Unidos.

¿Se invisibilizará toda esta gran herencia cultural? ¿Vamos camino hacia una civilización planetaria que anulará las tradiciones volcándolas a un "grado cero" de la cultura, o será legítimo recuperarlas en sus símbolos, mitologías, expresión estética particular y herencia ético-religiosa? He ahí el gran problema que se plantea en este cambio de época. Nosotros experimentamos que la cultura hispanoamericana y su ethos, tienen algo que aportar a este cambio de época que vivimos.

Advertimos que no es difícil constatar hoy en día, en las manifestaciones culturales de hispanoamerica, especialmente en su cultura popular; este rumbo definidamente americano que rechaza a las actuales tendencias postmodernas (el pensamiento débil, la anulación del sujeto y del sentido) afirmando en cambio la propia identidad, sujeto histórico, tradición, mitos, valores.

Por eso, es que en medio de los dolores y dificultades del presente, hispanoamerica representa la posibilidad de entusiasmar a otros pueblos para que den nacimiento a un nuevo universalismo humanista, centrado en la dignidad de la persona humana, en su naturaleza social, en sus vínculos familiares y comunitarios, en el amor a su hogar y a su patria,  y especialmente en su vocación trascendente.

lunes, 18 de noviembre de 2024

La familia y la comunidad organizada como modelo social para la construcción de la Nación.

                                        

1. Introducción:

Desde hace aproximadamente 30 años, la reorganización global de la economía capitalista se sustenta sobre el debilitamiento del Estado Nación y sobre el fomento y la promoción de las divisiones identitarias hacia dentro de los pueblos. Dichas divisiones generan hibridación cultural, segmentación y fragmentación del tejido social, pero sobre todo, generan un debilitamiento de la identidad cultural y de la cohesión social de las naciones.

Este proceso opera dentro de lo que se ha definido como un cambio de época dominado por la Inteligencia Artificial y el Big Data que ha transformado las bases del capitalismo dando origen a una nueva configuración llamada "tecnofeudalismo". Esto es, que los mercados han sido sustituidos por las plataformas de comercio digitales y por la nube, y que  estas, más que  mercados, se  parecen  a grandes  feudos a los que hay que pagar  una  renta  para que nos permitan el acceso.

Los antiguos industriales manufactureros, ahora se han convertido en vasallos de esta nueva clase de  señor feudal: los  propietarios  del  capital  de  la  nube.  A diferencia de los antiguos feudales, estos no basan su poder en el valor y el honor, sino en la renta. Todos  colaboramos con ellos mediante el  tributo  que pagamos mensualmente a Internet, Facebook (Meta), Instagram, etc. De esta manera contribuimos a acrecentar exponencialmente la riqueza y el poder de la nueva clase dominante, con nuestro trabajo no remunerado que consiste en proveer, gratuitamente,  todos  nuestros  datos,  opiniones,  artículos,  libros,  películas, videos  y fotografías,  para que  ellos alimenten  sus  plataformas y vendan la información a corporaciones comerciales o agencias de información.

En  este  nuevo  modo  de  extracción  de  valor,  la  Inteligencia  Artificial acelera y ensancha el poder de los propietarios del capital de la nube. Ellos, los  nuevos señores  tecnofeudales  de  la  “Era  Digital”,  decidirán  el  sentido  y  alcance  de  la  “Cuarta  Revolución  Industrial”  y  la globalización del futuro. Con la victoria de Trump en EE.UU., muchos de estos señores dueños de las Big Tech, variaron sus posturas progresistas hacia un conservadurismo radical y militante. Pero ello no es óbice para señalar que el Estado -Nación, en forma individual o mancomunada, es la única barrera que puede arbitrar los medios para regularlos. 

Frente a este panorama, donde lo comunitario y lo nacional parecen obstáculos ante el dominio económico, tecnológico y mercantil, parece necesario fortalecer nuestra identidad cultural y nacional. Quienes consideramos que la familia, las comunidades y la nación siguen siendo instituciones fundamentales, debemos escoger herramientas esenciales para contrarrestar estas tendencias hacia su debilitamiento y construir un método que nos ayude a sanar nuestras profundas heridas nacionales y fracturas personales, sociales y comunitarias. En este camino, el Papa Francisco nos propone hacerlo superando el reduccionismo de las ideologías imperantes y mostrando la importancia de la fraternidad como estilo de vida, como método de acción social y como escuela para una nueva política .

En efecto, nadie puede pelear la vida aisladamente y es necesario una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante y formular un proyecto colectivo de vida en común. Sin embargo, en este último tiempo, la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, se desatan guerras, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos y se diluye la importancia de las personas, de la familia como célula básica de la sociedad y del pueblo nación como ámbito necesario para la realización personal.

2. Modelo civilizatorio globalista: 

Así pues, al modelo social basado en la familia y la solidaridad, se le opone un modelo de organización social y política, de matriz individualista al que algunos  hasta hace un tiempo denominaban neoliberalismo y que ahora podemos definir como “globalismo”. El globalismo es debatido y confrontado como una cuestión tecnológica, económica o comercial, pero esos son solo algunos aspectos parciales del proceso. En realidad “el globalismo” es el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio con diferentes versiones, originado en los países anglosajones que se ha extendido por todo el orbe de la tierra.

La sociedad globalista -con sus variantes progresistas o conservadoras- promocionada por los organismos internacionales –financiero y no financieros- como el FMI y la ONU, los grandes medios de comunicación y las redes sociales, se constituye así, no sólo en el orden social y político deseable, sino en el único posible. 

Para esta concepción nos encontramos hoy en un punto de llegada, con un modelo civilizatorio único, globalizado, universal, basado en el individualismo, en la garantía al propio proyecto de vida y en la libertad de mercado, que hace innecesaria la política, en la medida en que ya no habría alternativas posibles a ese modo de vida.  

Esta ideología globalista restringe la grandeza de la persona humana a sus deseos subjetivos y a su capacidad de generar ingresos monetarios y de consumo, generando la erosión de las tradiciones, la ruptura de su identidad cultural y el avance del mercado sobre la vida en general. 

Los valores que elogia están relacionados con las mutaciones del sistema tecnológico capitalista y  son los propios de la expansión de la sociedad de consumo que tienden a producir individuos consumidores en donde todas las realidades humanas son analizadas desde la “dataificación” y desde la óptica de lo que se compra y lo que se vende. Todo se transforma en mercancía, incluso las personas. Lo que el escritor argentino Abel Posse denominaba, la subcultura mercantilista. 

En muchos aspectos, este contexto contribuye a la formación de un hombre insatisfecho, que lejos de ser un señor de las cosas que creó, se transformó paulatinamente en un oscuro sirviente de su propia producción. La falta de hondura metafísica o espiritual, a su vez, evidencia el tema de la "huida de los dioses" –como pérdida de todo ámbito de manifestación de lo sagrado- y la necesidad de un retorno religioso que devuelva el "soplo divino" a esa condición humana que, últimamente, parece reflejar una imagen desdibujada y en muchos aspectos, desdichada del hombre.

En ese orden de ideas, la sociedad de consumo erigida como único modelo social, promueve, en forma explícita o implícita, una erosión de las naciones entendidas como comunidades políticas fundadas en fuertes vínculos familiares, sostenidas en tradiciones comunes y fortalecidas en una fe compartida. 

Así pues, por un lado se promociona la «sociedad abierta» que preconizan los organismos supranacionales y sus elites progresistas como paradigma socio cultural, generando una sociedad desarraigada y multicultural, en la que todo lazo social y toda aspiración al bien común son disueltos mediante la promoción de ideologías que debilitan la institución familiar y los vínculos sociales. 

Y por el otro, se alimentan las ideas pseudo nacionalistas o conservadoras, paradójicamente de matriz extranjero, con sus “batallas culturales” hacia adentro de cada nación. Batallas en donde –sorprendentemente- omiten identificar la convergencia entre las elites económicas  y las culturales, y que consideran a los adversarios como enemigos que hay que erradicar, generando así un mayor auge de la polarización dentro de nuestra sociedad y su consecuente fragmentación y debilitamiento nacional. 

En ambos casos, no se lucha ni se propone una idea de nación. No se identifican los valores tradicionales que hay que preservar. No se promocionan los héroes de nuestra historia como modelo y ejemplo de vida, especialmente para los jóvenes. Y, tampoco se menciona  con claridad la necesidad de  recuperar la grandeza espiritual y material de la argentina como un sueño colectivo a conquistar.  

Por el contrario, de una manera o de otra, lo que se promueve es o enfrentamiento o un debilitamiento de los lazos sociales, culturales e históricos, y se favorece un proceso de avance de la sociedad de consumo y una peligrosa mercantilización de la vida. La mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro pero, en el fondo, la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el deseo y el frenesí de poseer . 

Por ello, no concebimos nada que se oponga de manera tan frontal a la construcción de la grandeza nacional como este modelo social individualista en cualquier versión, que endiosa la subjetividad, al mercado, al consumo y al dinero, que promueve la cultura del descarte y de la muerte, que genera exclusiones y desigualdades inaceptables. 

Inversamente a lo que promueven estas ideologías, desde la raíz cultural de nuestro pueblo, lo que está en el centro es el valor de la persona y de lo relacional por encima de lo meramente individual. Lo que emerge es la necesidad de construir caminos de reconciliación y de unidad, y esta percepción es defendida y sostenida por una vital densidad simbólica de creencias y prácticas espirituales. Espiritualidad, donde el cristianismo ocupa un lugar importante, que forja estilos de vida en donde lo central no es la compulsión a tener y a consumir, sino el compromiso por la vida digna de todos y la fiesta como expresión de la celebración de la vida.

3. La oposición entre mercado y familia: 

En este contexto de auge mercantilista cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que el mercado global le enseña al individuo? El mercado es una manera de entender la relación entre el otro y yo y, en particular, una manera de concebir nuestros intereses. El mercado (como criterio de distribución) nos presenta nuestros intereses como si estuvieran en conflicto, nos obliga a mirar al otro como una fuente de recursos y como una amenaza. Con miedo y codicia, en otras palabras. 

Por el contrario, si observamos las relaciones familiares funcionales, estas se caracterizan por ser lo opuesto del mercado: entre los miembros de una familia no hay conflictos de intereses, al menos en el sentido profundo en que sí los hay en el mercado. El interés de uno no está en oposición al interés de su hermano, sino que lo incluye: uno no puede ser feliz si su hermano sufre, porque la felicidad de uno es (en parte) la felicidad de su hermano. La realización de uno incluye la realización del otro. Porque mantiene viva la posibilidad al menos de una relación de este tipo, la familia es, efectivamente, una institución social fundamental .

De esta forma, en las relaciones familiares, en las comunidades locales, en las fuerzas vivas de la sociedad civil y en las organizaciones libres del pueblo tiende a surgir un estilo de vida diferente al del globalismo hegemónico, en donde se promueve que no vivamos para trabajar/producir/consumir, sino que trabajemos para convivir y para construir un proyecto de vida en común que integre a todos.

En efecto, la idiosincrasia de nuestro pueblo le otorga una enorme importancia a la realidad familiar, y desde allí, suelen colocar en el centro de la vida las relaciones humanas; no orientan su existencia por las pautas de cálculo costo-beneficio, productividad, competitividad, capacidad de acumulación y consecuente concentración de la riqueza; nuestras familias y comunidades locales, en su mayoría, producen así estilos de vida disfuncionales con el mercado global y la mercantilización de la vida que este genera. 

Por eso, es que el discurso globalista -en cualquiera de sus variantes- busca permanentemente debilitar a todos los agentes sociales y colectivos que provoquen un condicionamiento al individualismo, principalmente la familia, los clubes y organizaciones barriales, las asociaciones de profesionales y de trabajadores, etc..

4. La ideología de género se inscribe dentro del proyecto cultural y político del globalismo hegemónico:  

En este marco, desde diversas usinas se promocionan corrientes de pensamiento que funcionan como patrones de dominio cultural. Dentro de estos patrones de dominio cultural queremos hacer hincapié en una teoría, genéricamente llamada de género (gender), que actualmente tiene un rol hegemónico entre las diversas corrientes feministas, y en la educación sexual integral de niños y niñas. 

Esta “teoría” se basa en la idea de que la identidad sexual se deriva de una pura construcción sociocultural y por ende, relativiza la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. La ideología de género, presenta una sociedad donde las diferencias de sexo en términos biológicos son irrelevantes, desdibujando la identidad de la mujer y vaciando de fundamento antropológico a la familia. 

Ahora bien, esta teoría o más bien ideología, moldea algunos proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer y que se forma sobre la base del propio deseo y la autopercepción, en una versión extrema del individualismo sobre el propio cuerpo, debilitando los vínculos familiares y consecuentemente con el resto de la sociedad civil.

Según esta teoría dominante, la identidad humana viene determinada por una opción subjetiva, que también puede cambiar con el tiempo. Ahora bien, lo que llama la atención, es que teorías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños . 

No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar. En relación a esto, también debemos considerar que la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, independizándolo de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se convierten en realidades flexibles que se componen y se descomponen, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas. 

Esta realidad provoca que el sexo se transforme en un mero objeto de consumo, desvirtuando su dimensión humana profunda y que las personas sean utilizadas como un instrumento para la consecución del goce y del placer. Asimismo, hasta la búsqueda de un hijo se puede transformar en una mercancía a la carta y en un tráfico de personas, degradando la dignidad humana . 

Por lo tanto, una cosa es comprender las particularidades de la vida, y luchar contra las injusticias e inequidades que sufren muchas mujeres. Pero otra cosa es aceptar teorías foráneas que pretenden divorciar los aspectos operantes de la realidad. El voluntarismo omnipotente que niega la realidad, a la corta o a la larga termina perjudicando al mismo hombre y dañando su dignidad. 

La realidad nos precede y debe ser aceptada tal como se nos presenta. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla tal como ha sido creada. Si de lo que se trata es de defender los derechos de las mujeres, es menester defenderlas como tales valorizando sus potencialidades, e integrándolas codo a codo con los hombres en la formación de un proyecto común. Tal es un auténtico punto de partida para la construcción de la grandeza nacional.

5. Conclusión: 

Frente a la difusión de teorías o consignas que funcionan como patrones de dominio cultural, es bueno recordar que la construcción de una nación debe realizarse en base a un conjunto de ideas y valores que se deducen y se obtienen del ser profundo de nuestro pueblo. 

Esas ideas y valores se realizan efectivamente en una comunidad política organizada sobre dos principios fundamentales: la unidad, que genera la fuerza de un pueblo y la solidaridad, que es lo que le da la cohesión. A su vez, la comunidad política comprende a la nación como una unidad abierta generosamente con espíritu universalista, pero muy consciente de su propia identidad.

Nuestro pueblo siempre asume las luchas por la justicia, la equidad y, la igualdad de derechos de los hombres y las mujeres. Pero lo hará siempre desde nuestra particular idiosincrasia, sin necesidad de importar acríticamente teorías foráneas de matriz liberal que debilitan a la misma mujer en su dignidad, a la institución familiar y consecuentemente a todo el tejido social. Ideologías que bajo una falsa bandera revolucionaria, son en realidad funcionales al discurso hegemónico de dominio global.

La sociedad necesita de la familia por su humanidad, por su fecundidad y por la reproducción de la sociabilidad. Eso por cuanto la familia actúa como agente de socialización, de transmisión de valores culturales, de contención afectiva, de equidad generacional y de regulación social. Por eso es que la familia es la base de la sociedad y de la comunidad organizada. 

Asimismo, como dice el Papa Francisco en su última encíclica "Dilexit Nos", en los tiempos de la inteligencia artificial, del capitalismo de plataforma y del tecnofeudalismo, donde la persona humana muchas veces queda reducida a un mero conjunto de datos que se trafican, no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta.

En este contexto, no podemos permitir que la inteligencia artificial limite la visión del mundo a realidades que pueden expresarse en números y encerradas en categorías preestablecidas, eliminando la aportación de otras formas de verdad e imponiendo modelos antropológicos, socioeconómicos y culturales uniformes reforzando el actual paradigma tecnológico dominado por la razón instrumental y económica.

Por lo tanto, es imperioso recuperar la centralidad de la noción de persona humana y de su dignidad inalienable. También debemos proteger la libertad y la responsabilidad del hombre en todas sus dimensiones, frente a cualquier tentativa de manipulación, y mantener la capacidad de decisión humana son los ejes para lograr atenuar todo lo posible los riesgos de la Inteligencia Artificial y poner este instrumento maravilloso al servicio del hombre y del bien común universal. 

Finalmente, el fomento de estas teorías de género que tienen una fuerte impronta antinatalista, debilita uno de los factores de poder más importantes para nuestro país como es el factor demográfico. Este factor constituye una cuestión estratégica de primer orden, pues está directamente vinculada con el desarrollo de una política poblacional y de arraigo territorial tan urgente como necesaria, debido a la extensión geográfica de nuestra región, a su insuficiente población y a su mala distribución. Desde esta perspectiva, la familia también ocupa un lugar fundamental.

Por todas estas razones, es que sostenemos que la teoría de género que domina en el ámbito de la educación sexual integral (ESI) y entre ciertos sectores del establishment cultural, está fundada en una matriz individualista, centrada exclusivamente en el derecho subjetivo y en los deseos del individuo, debilitando así los vínculos comunitarios, nuestra identidad y en definitiva, nuestro proyecto de vida en común.

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domingo, 3 de noviembre de 2024

Frente a la crisis de la democracia, la importancia de la fraternidad, de la amistad social y de la categoría “Pueblo” en Fratelli Tutti.

 


1.- Introducción:

Intentaremos en este trabajo realizar una síntesis de la cuestión de la fraternidad, de la amistad social y de la categoría "pueblo" utilizadas en la encíclica “Fratelli Tutti” del Papa Francisco. Nos parece que estos tres temas son de singular relevancia en el documento y que operan como una respuesta frente a la crisis de la democracia y al auge de los populismos de distintos signos que florecen en el mundo y en América del Sur.

Tanto la fraternidad como a la amistad social son cuestiones axiales en el documento. Allí el papa Francisco nos ofrece herramientas esenciales para advertir la urgencia de construir un método que nos ayude a sanar nuestras incontables heridas y fracturas personales, sociales y comunitarias. Describe las características más relevantes del escenario político y social de la actualidad y luego intenta superar el reduccionismo de las ideologías imperantes y de mostrar la importancia de la fraternidad como estilo de vida, como método de acción social y como escuela para una nueva política[1].

El documento magisterial no pretende resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos y especialmente en hacerse prójimos de los que sufren. Señala el Papa, que es un humilde aporte para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras.

Por eso, nos recuerda que nadie puede pelear la vida aisladamente y que es necesario una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. Sin embargo, nos señala, que la historia de los últimos años da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos.

En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales que terminan generando o agrandando las divisiones sociales y nacionales (FT, n°s. 6 y 11).

Por último, señala que no cede la fiebre consumista y surgen nuevas formas de autopreservación egoísta, de globalización de la indiferencia y de hiperinflación del individuo. Todo un elenco de disvalores que oscurecen la construcción de un “nosotros” y que favorecen una dinámica en donde solo existen  “los otros” que son vistos con temor y desconfianza.

2.- Estamos frente a un gran desafío por delante:

Francisco ve este momento como la hora de la verdad, un momento en que se sacuden nuestras categorías y estilos de vida. Un momento, en donde afrontamos una crisis ante la cual la pregunta es si saldremos mejores, o si seguiremos inmersos en un consumismo donde impera la cultura del descarte que no considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, sino que las considera como objetos descartables, especialmente si son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—, o si “ya no sirven” —como los ancianos— (FT, n° 18). Este descarte también se expresa en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza (FT, n° 20).

El Papa nos recuerda que frente a este panorama, existe el peligro de refugiarnos en nuestra zona de confort, para mantener nuestro statu quo. Pero, como dice Hölderlin, “donde hay peligro, crece también lo que nos salva”. Así pues, nos incita a que veamos en esta crisis una oportunidad para soñar en grande, para comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo y para aceptar el desborde de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo fronteras tradicionales[2].

Frente a la cultura del descarte y frente al virus de la indiferencia, el Papa propone que miremos el modelo del buen samaritano. Se trata de un texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser, para que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (FT, n°66).

La cultura del servicio y del cuidado; y la convocatoria a la fraternidad humana, la amistad social y la solidaridad, son los ingredientes fundantes para forjar un nosotros auténtico que nos contenga a todos. Por eso, nos exhorta a que la fraternidad y la amistad social se abran paso, sin prisa, pero sin pausa, en  los mundos de la religión, la política, la economía y la cultura.

Asimismo, nos alienta también a luchar contra la colonización cultural que se concreta en la tentativa de “imponer un modelo cultural único”, individualista, consumista e indiferente a los demás, intentando socavar la dimensión comunitaria y relacional que es connatural a la persona humana. 

Nos formula una advertencia profunda ante la promoción de una pérdida del sentido de la historia que disgrega a las sociedades y les hace perder su identidad, debilitando aún más los vínculos comunitarios. Denuncia también la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero provocando un mayor asilamiento de las personas y una pérdida de sentido cada vez más profundo, dejando en pie –únicamente- la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismos hedonistas sin contenidos.

Para Francisco "los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política. Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción" (FT, n° 14).

En efecto, ni las personas ni las sociedades tenemos existencia por nosotros mismos, sino que sólo podemos realizarnos en el marco de una comunidad, de un pueblo que también se realice. Puesto que cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo y, al mismo tiempo, no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro singular de cada persona.

3.- La categoría pueblo y la democracia:

En ese orden de ideas, plantea que la pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene la debilidad de ignorar la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social (FT, n° 157).

Romano Guardini[3], un teólogo de enorme influencia en el pensamiento del Papa, afirma que el concepto de pueblo es la expresión profunda y auténtica de lo propiamente humano. El pueblo es la esfera primigenia de lo humano, esfera poderosa y venerable en donde el hombre está verdaderamente arraigado. Y la política, es la práctica mediante la cual una comunidad se conforma en un pueblo, por ello su práctica debe tener hacia la unidad y al fortalecimiento de la identidad, y no hacia su debilitamiento, la división o el enfrentamiento[4].

Por el contrario, el Papa nos indica que los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra “pueblo”, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. La categoría de “pueblo” es abierta, no cerrada. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar.

La categoría de pueblo, que incorpora una valoración positiva de los lazos comunitarios y culturales, suele ser rechazada por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten.

Hablan de respeto a las libertades, pero sin la raíz de una narrativa común. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad. Para estas visiones, la categoría de pueblo es una mitificación de algo que en realidad no existe. Sin embargo, aquí se crea una polarización innecesaria, ya que ni la idea de pueblo ni la de prójimo son categorías puramente míticas o románticas que excluyan o desprecien la organización social, la ciencia y las instituciones de la sociedad civil (FT, n° 163).

4.- La caridad y la categoría pueblo:

La caridad reúne ambas dimensiones —la mítica y la institucional— puesto que implica una marcha eficaz de transformación de la historia que exige incorporarlo principalmente todo: las instituciones, el derecho, la técnica, la experiencia, los aportes profesionales, el análisis científico, los procedimientos administrativos. Porque «no hay de hecho vida privada si no es protegida por un orden público, un hogar cálido no tiene intimidad si no es bajo la tutela de la legalidad, de un estado de tranquilidad fundado en la ley y en la fuerza y con la condición de un mínimo de bienestar asegurado por la división del trabajo, los intercambios comerciales, la justicia social y la ciudadanía política» (FT, n° 164).

En ciertas visiones economicistas cerradas y monocromáticas, no parecen tener lugar, por ejemplo, los movimientos populares que aglutinan a desocupados, trabajadores precarios e informales y a tantos otros que no entran fácilmente en los cauces ya establecidos.

En realidad, estos gestan variadas formas de economía popular y de producción comunitaria. Hace falta pensar en la participación social, política y económica de tal manera «que incluya a los movimientos populares y anime las estructuras de gobierno locales, nacionales e internacionales con ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común» y a su vez es bueno promover que «estos movimientos, estas experiencias de solidaridad que crecen desde abajo, desde el subsuelo del planeta, confluyan, estén más coordinadas, se vayan encontrando» (FT, n° 169).

En medio de la revolución tecnológica que estamos viviendo, el Papa insiste en que la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo.

Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo (FT, n° 162).

5. La política como lugar de encuentro dialogo y responsabilidad compartida:

Para el Obispo de Roma, la política es el lugar del encuentro, el diálogo y la responsabilidad compartida. Esa es la definición misma de la verdadera democracia: un espacio donde todos pueden expresarse y participar en la toma de decisiones, para el bien común y la justicia.

Es importante subrayar que la "amistad social", que es el otro nombre de la fraternidad, la atención y la benevolencia, no es una actitud débil sino, por el contrario, una postura moral fuerte, que se niega a despreciar al otro - el más débil en particular - y que se abre a la construcción de la "corresponsabilidad" para el bien común. Es necesario tener mucho valor y mucho amor a la patria para lograr encarnar estos valores.

Esta capacidad de escucha mutua entre quienes piensan o tienen visiones diferentes, propia de la amistad, nos hace sensibles a la palabra del otro, al respeto de nuestras promesas y a la necesidad de perdón y reconciliación. Todas actitudes que ayudan a valor al otro en su profunda dignidad y a lograr un verdadero ámbito de confianza, colaboración y paz.  

Por encima de todo, debe estar el patriotismo y la búsqueda del bien común, que exige el feliz despliegue de talentos para el bien de la comunidad. Estos valores, deben considerarse como la condición y el horizonte de la paz. Buscar la paz significa cuidar nuestros lazos, de los derechos humanos que salvaguardan la dignidad de las personas, de nuestra memoria y de nuestra esperanza.

"Ser parte de un pueblo es ser parte de una identidad común, hecha de lazos sociales y culturales. Y esto no es algo automático, sino todo lo contrario: es un proceso lento y difícil... hacia un proyecto común" (Fratelli tutti, n. 158)

El diálogo implica acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, en definitiva, buscar puntos de contacto. La función del diálogo es ayudar discretamente al mundo a vivir mejor. Para el Papa, el diálogo social facilita una nueva cultura. Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva. 

No hay que confundir el diálogo con un febril intercambio de opiniones en redes sociales. El diálogo es camino de encuentro y de entendimiento, el diálogo abierto y respetuoso facilita encontrar una síntesis superadora entre desencuentros u opiniones diferentes. El Papa nos pide sostener con respeto las palabras cargadas de verdad.

 En tiempos de crisis, este diálogo social es más necesario que nunca. La discusión pública, dice el Papa Francisco, si verdaderamente da especio a todos y no manipula ni esconde información, es un permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor.

El Papa expone el peligro de los relativismos. Por relativismo, de acuerdo con diversas fuentes, se entiende que los puntos de vista no tienen, ni siquiera pueden llegar a tener, verdad ni tampoco validez universal, sino que en vez de esto solo pueden tener una validez subjetiva enmarcada en determinados ámbitos concretos de referencia. Por ello, el Papa Francisco manifiesta que el relativismo envuelto detrás de una supuesta tolerancia termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento. 

En función de ello, se plantea el Papa cuál es la garantía de futuro de una sociedad y responde, para que una sociedad tenga futuro es necesario que haya asumido un sentido respeto hacia la verdad de la dignidad humana. También plantea los peligros que envuelven la verdad hoy, por lo cual, hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Para el Papa, hay verdades que no cambian, que lo eran antes de nosotros y lo serán siempre. El Evangelio de Jesús está lleno de esas verdades. 

Nos advierte el Papa sobre una pereza que conduce a un individualismo indiferente, impidiendo buscar valores más altos. Hoy existen paradigmas sociales dominantes basados exclusivamente en el crecimiento y el acaparamiento de recursos sin límite, olvidando el bien común y la fraternidad universal. Por eso, el planeta y el mundo sufren. 

Este desplazamiento de la razón moral, por la razón económica o tecnológica, trae como consecuencia que el derecho no puede referirse a una concepción fundamental de justicia, sino que se convierte en el espejo de las ideas dominantes. Para el Papa, la búsqueda de consenso y de la verdad son realidades no cuestionables. En una sociedad pluralista, el diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado. 

Por ello, hablamos de un diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, que no excluyen la existencia de verdades elementales que deben ser sostenidas, valores permanentes que otorgan solidez y estabilidad a una ética social. Entre ellos, nos recuerda el Papa el supremo valor de la dignidad humana, nos dice que todo ser humano posee una dignidad inalienable que es una verdad que responde a la naturaleza humana, una dignidad inviolable.

El Papa Francisco invita a una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Nuestra sociedad humana es un poliedro, que engloba una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, nadie es inservible, nadie es prescindible. Esto implica también incluir a las periferias. La importancia política de la cultura del encuentro, radica en que integrar a los que son o piensan diferente es la garantía de una paz real y sólida. 

Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. Esta idea implica el hábito de reconocer al otro el derecho de ser él mismo y de ser diferente. Y con todo ello, es posible la gestación del pacto social, con un reconocimiento del otro que sólo el amor hace posible.

6.- Conclusión:

En definitiva, lo que Francisco plantea, es que nuestras sociedades, nuestros pueblos, no requieren un mero ajuste secundario de algunas cuantas cuestiones que precisan afinarse para su cabal funcionamiento. Mucho menos necesitan una mejora meramente cosmética, superficial, de cara a la cultura de las “apariencias”.

Al contrario, el Papa nos recuerda con particular intensidad  que cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. No sólo porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz y opera como una gangrena que impide el logro del bien común y de la realización social y personal. 

Por eso, afirma con particular intensidad, que la fraternidad y la amistad social son el camino para la reconstrucción de los vínculos comunitarios que nos permitan formar parte de un verdadero pueblo de hermanos y no una precaria suma de individuos fragmentados.

Para lograr esta reconstrucción de los vínculos comunitarios, insiste en la necesidad de la política -de la mejor política- y en que esta, no debe someterse a la economía ni a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia:

«no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual». Al contrario, «necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis” (FT, n° 177).

La mejor política que propone el Papa, a su vez, debe estar regida por la caridad. Esta caridad política supone haber desarrollado un sentido social que supera toda mentalidad individualista:

«La caridad social nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une». (FT, n° 182)

En efecto, la buena política, la mejor política podríamos decir, busca caminos de construcción de comunidades en los distintos niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización para evitar sus efectos disgregantes.

Por último, queremos señalar el énfasis que dedica el Papa a la tarea educativa, al desarrollo de hábitos solidarios, a la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, a la hondura espiritual. Todo esto es necesario para dar calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos.

 

 



[1] Rodrigo Guerra, Fratelli Tutti y el desafío del neopopulismo, consulta en línea en:     https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2021-04/fratelli-tutti-y-el-desafio-del-neopopulismo.html

 [2] Papa Francisco y Austen Ivereigh, “Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor”, Madrid, Plaza & Janés, diciembre 2020.

[3] R. Guardini, El universo religioso de Dostoyevski, Buenos Aires, Emecé Editores, 1954

[4] J. M. Bergoglio, El verdadero poder es el servicio, Buenos Aires, Claretianas, 2007, p. 88