La vigencia de la paideia griega frente a la crisis de la
sociedad posmoderna:
Por
Juan Bautista González Saborido[i]
Abstract:
El progreso de
la ciencia y de la técnica en las últimas décadas es algo asombroso. Pero
cuando analizamos la cuestión de los valores espirituales, el progreso ya no es
tan nítido. Es más, se generan dudas respecto a si realmente hemos progresado
desde la época del Renacimiento o incluso de la Edad Media.
Ante el avance vertiginoso del
desarrollo tecnológico de estas últimas décadas; en medio de la sociedad del
conocimiento, de la cultura posmoderna, de la inteligencia artificial, de la
biotecnología; nos preguntamos si todavía sigue vigente el humanismo clásico.
Es decir, si tanto la antigua cultura, como los valores de griegos y romanos,
tienen algo que aportar para equilibrar el desarrollo espiritual con el
material.
Por
ello, el objetivo que nos proponemos en este trabajo es reflexionar sobre la
vigencia de los valores de la cultura clásica y si es posible lograr la
prolongación creadora de dicha herencia en la actualidad. Para realizar este
objetivo nos basaremos principalmente en los filólogos Werner Jaeger, Carlos
Disandro y Walter Otto.
En
tiempos de profunda crisis, es cuando se vuelve necesaria una mirada
retrospectiva hacia los fundamentos mismos del espíritu humano, frente al vigor
de miradas tecnocráticas inclinadas a una cuantificación del hombre, a un
predominio de la ratio sobre el intellectus, a la clausura del conocimiento
simbólico y a imponer un dominio exacerbado y destructivo sobre la naturaleza.
1.-
Introducción:
El progreso de
la ciencia y de la técnica en las últimas décadas es algo asombroso. Pero
cuando analizamos la cuestión de los valores espirituales, el progreso ya no es
tan nítido. Es más, se generan dudas respecto a si realmente hemos progresado
desde la época del Renacimiento o incluso de la Edad Media.
El desfasaje entre el progreso material
y científico, respecto del progreso ético y espiritual, no es una cuestión tan
novedosa. En nuestro país ya había sido abordada por Perón hace más de 70 años
atrás. Efectivamente, como señala el lúcidamente Silvio Maresca, el líder del
justicialismo, en 1949, en su famoso discurso “La Comunidad Organizada”,
subraya enérgicamente como un tema central, el desajuste que se habría
producido en la modernidad europea, a partir del Renacimiento, entre el
progreso material y el progreso espiritual.
Para Maresca, ese sería el eje central
del texto donde se expresa que hay un retraso del desarrollo espiritual
respecto del desarrollo material. Y agrega que ahí aparece la dimensión de la
ética como aquello que podría ayudar a resolver el problema, permitiendo que se
ponga el desarrollo espiritual a la altura del desarrollo material.[1]
Ahora bien, esta
cuestión aún no ha sido resuelta. Por eso, ante el avance vertiginoso del
desarrollo tecnológico de estas últimas décadas; en medio de la sociedad del
conocimiento, de la cultura posmoderna, de la inteligencia artificial, de la
biotecnología; nos preguntamos si todavía sigue vigente el humanismo clásico. Es
decir, si tanto la antigua cultura, como los valores de griegos y romanos, tienen
algo que aportar para equilibrar el desarrollo espiritual con el material.
No parecen
existir dudas en cuanto a que estamos en una época de grandes cambios que se
aceleran rápidamente. Ciertamente vivimos en una sociedad postindustrial, en la
que la información, el conocimiento y los servicios han reemplazado a los
bienes materiales en el núcleo de la producción y los países o regiones que no
se adecuen a esta realidad corren el riesgo de quedar “desconectados” y
“excluidos”.
Asimismo, en
esta economía informacional, impregnada de materialismo, de un individualismo
nihilista y de un consumismo exacerbado –aunque claro solo para unos pocos- avanza
por todos lados el fenómeno de la mercantilización volviéndose una
característica omnipresente que lo invade todo, incluso a la vida y a la
persona humana.
La
mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de
ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las
cuales la vida (la del otro, pero en el fondo la propia) pierde su estatuto de
santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto
mercantilizado por el frenesí de poseer[2].
En esta lógica,
la ciencia y la técnica, que en el origen de la modernidad ilustrada europea,
prometían la emancipación del hombre, hoy tienden a volverse contra el hombre
mismo anulando su subjetividad. Con el
avance de las técnicas de la clonación humana y de edición genética, el hombre
se vuelve un producto e incluso una mercancía.
Por ello, en este contexto, nos parece
relevante el análisis histórico de nuestra herencia cultural clásica, especialmente
la griega, de modo que nos permita comprender mejor el misterio del hombre y de
la naturaleza, como así también de su vínculo con la tierra y con la sociedad
para encontrar respuestas a los desafíos que se presentan.
Ello porque como señaló Scalabrini
Ortiz, nos enorgullecemos de ser un pueblo de tradición occidental mediterránea
(Grecia, Roma, España, Medio Oriente, Norte de África) hondamente enraizado en
la origienariedad de América y con profunda vocación de protagonismo en el
concierto de las naciones.
Consiguientemente, el objetivo que nos
proponemos es reflexionar sobre la vigencia de los valores de la cultura
clásica y si es posible lograr la prolongación creadora de dicha herencia en la
actualidad. Para realizar este objetivo nos basaremos principalmente en los
filólogos Werner Jaeger, Carlos Disandro y Walter Otto.
2.- Una necesaria mirada retrospectiva:
Así, en tiempos de profunda crisis, es
cuando se vuelve necesaria una mirada retrospectiva hacia los fundamentos
mismos del espíritu humano[3], frente al vigor de miradas tecnocráticas
inclinadas a una cuantificación del hombre, a un predominio de la ratio sobre
el intellectus, a la clausura del conocimiento simbólico y a imponer un dominio
exacerbado y destructivo sobre la naturaleza.
En esta situación, un retorno a las
fuentes clásicas de nuestra cultura quizás nos permita recuperar la frescura,
la fuerza y la vitalidad necesaria para resurgir como personas, como nación y
como comunidad política de esta crisis. Como dijo el Papa Francisco en su
discurso pronunciado en Atenas el 4 de diciembre de 2021[4]:
“Sin
Atenas y sin Grecia, Europa y el mundo no serían lo que son: serían menos
sabios y menos felices. Desde aquí, los horizontes de la humanidad se han
dilatado. Yo también me siento invitado a elevar la mirada y a detenerla en la
parte más alta de la ciudad: la Acrópolis. Visible desde lejos para los
viajeros que han llegado hasta allí a través de los milenios, ofrecía una
imprescindible referencia a la divinidad. Es la llamada a ampliar los
horizontes hacia lo alto, desde el Monte Olimpo a la Acrópolis y al Monte
Athos. Grecia invita al hombre de todos los tiempos a orientar el viaje de la
vida hacia lo alto: hacia Dios, porque necesitamos de la trascendencia para ser
verdaderamente humanos. (…)Y mientras hoy en el Occidente, que ha nacido aquí,
se tiende a ofuscar la necesidad del Cielo, atrapados por el frenesí de miles
de carreras terrenas y por la avidez insaciable de un consumismo que
despersonaliza, estos lugares nos invitan a dejarnos sorprender por el
infinito, por la belleza del ser, por la alegría de la fe. Por aquí han pasado
los caminos del Evangelio que han unido el Oriente y el Occidente, los Santos
Lugares y Europa, Jerusalén y Roma; esos Evangelios que, para llevar al mundo
la buena noticia de Dios amante del hombre, se escribieron en griego, lengua
inmortal usada por la Palabra —el Logos— para expresarse, lenguaje de la
sabiduría humana convertido en voz de la Sabiduría divina.”
Lógicamente, a
nosotros hombres y mujeres modernos no nos resulta fácil llegar a una justa
comprensión ni de la antigua religión griega, ni tampoco de su cultura. Podemos
detenernos y asombrarnos ante las imágenes del panteón de los dioses de la gran
época y sentir que el esplendor de estas figuras es y será único en su género. Incluso,
puede ser que al mirarlas experimentemos un estremecimiento ante lo eterno.
Pero como
señala Walter Otto, lo que oímos de estos dioses y de sus relaciones con los
hombres ya no tiene eco en nuestra alma. Falta aquella melodía de inefable
elevación y solemnidad que los antiguos veneraron durante siglos y que nuestro
paradigma tecno económico -orientado meramente a lo pragmático- ha desterrado
de nuestro horizonte cultural[5] y que urge
recuperar.
Por eso, es que nos parece necesario
reafirmar que nuestra historia civilizacional comienza en Grecia, sigue en Roma,
se transformó con el cristianismo y luego fue enriquecida por otras culturas y
tradiciones. Cuando lanzamos esta afirmación, estamos sosteniendo que la
historia de la América hispana comienza allí, en el Peloponeso.
3.- La paideia griega:
Ahora bien, cuando hablamos de historia
nos referimos a la historia plena de significación, que se funda en una unión
espiritual viva y activa junto a la comunidad de un destino, de nuestro propio
pueblo o más bien la del grupo de pueblos estrechamente unidos por lazos de
historia, lengua, religión y cultura en común como es el caso de la América
hispana.
Desde esta perspectiva, nos resulta
relevante discernir en primer lugar el rasgo más propio de los griegos que
perduró a través de los siglos y de la cual los pueblos hispanoamericanos somos
herederos. Dicho rasgo es que en este pueblo, por primera vez, se establece de
una manera consciente, un ideal de cultura como principio formativo del hombre.
Esta característica es única y la que hace de la cultura griega un modelo
perenne.
Efectivamente, en el comienzo de la
historia griega aparece el principio de una nueva apreciación del hombre que no
se aleja mucho de la idea difundida por el cristianismo sobre el valor infinito
del alma individual humana, ni del ideal de la autonomía espiritual del
individuo proclamado a partir del Renacimiento. ¿Y cómo hubiera sido posible la
aspiración del individuo al más alto valor y su reconocimiento por los tiempos
modernos sin el sentimiento griego de la dignidad humana?[6]
Todas las imágenes filosóficas del
hombre propuestas a lo largo de los siglos se remontan a la creada por los
griegos. Y, por consiguiente, como dice el filósofo italiano Reale, todas las distintas
concepciones de la paideia, o sea de la educación y de la formación del hombre,
tienen raíces exquisitamente helénicas[7].
El concepto de alma (psyché)
ciertamente es una creación espiritual de los griegos. Como sostiene este autor[8],
la idea de alma como un elemento divino en el hombre nació con la aparición y
la difusión del Orfismo, por un lado, y, después, mediante el pensamiento de
algunos filósofos presocráticos y, sobre todo, por obra de Sócrates, con la
imponente fundación metafísica y los desarrollos de la misma realizados por
Platón.
La fórmula más significativa contenida
en laminillas de oro encontradas en las tumbas de seguidores del Orfismo decía
así: “De hombre renacerás dios, porque tu origen es divino.”
En ese sentido, el filósofo checo Jan
Patocka (1907-77), citado por Reale, en su libro Platón y Europa, ha sostenido
una tesis, según la cual precisamente en la adquisición de la concepción del
‘cuidado del alma’ la conciencia de Europa ha empezado a construirse.
El cuidado del alma, es la formación
interior del hombre, de una conciencia sólida e inquebrantable. Pero esto no es
una forma de intelectualismo abstracto, es, por el contrario, una aspiración a
encarnar lo eterno en el tiempo y en el propio ser, una aspiración, al mismo
tiempo, a resistir al huracán del tiempo, a resistir en todos los peligros que
éste comporta, a resistir cuando el cuidado del alma pone al hombre en peligro[9].
En este mismo sentido, hay un pasaje de
Aristóteles, sacado de la Ética a Nicómaco, que es singularmente elocuente
respecto al valor que los griegos le atribuían al alma: “No hay que seguir a aquellos que aconsejan que, por ser hombres, se
atienda a cosas humanas, y, siendo mortales, a cosas mortales, sino que en la
medida en que sea posible, hay que hacerse inmortales y hacer todo lo posible
para vivir según la parte más elevada de aquellas que se encuentran en
nosotros; aunque sea pequeña en extensión, sobresale en mucho sobre todas las
otras por potencia y valor.”[10]
4.- Homero como clave fundamental:
La paideia griega, como ideal educativo
alcanza un carácter peculiar y un singular desarrollo histórico. No se trata de
un conjunto de ideas abstractas, sino de la historia misma de Grecia en la
realidad concreta de su destino vital.
La paideia ha sido creada, en sus
propios términos clásicos, como expresión de una voluntad altísima proveniente
de los olímpicos dioses y a través de ella se esculpió el destino eterno de los
griegos.
En los primitivos estadios de su
desarrollo, los griegos no tuvieron idea clara de esa voluntad. Pero, a medida
que avanzaron en su camino, se inscribió con claridad creciente en su
conciencia el fin, siempre presente, en que descansaba su vida: la formación de
un alto tipo de hombre.
Para los clásicos, la idea de la
educación representaba el sentido de todo humano esfuerzo. Era la justificación
última de la existencia de la comunidad y de la individualidad humana.
Ahora bien, la paideia, como ideal
educativo, estaba fundamentado en Homero, poeta clave de la historia griega,
que asombrosamente aún tiene vigencia para pensar la coyuntura de estos tiempos
posthumanos, hipertecnificados y desacralizados.
En efecto, de su obra depende
misteriosamente un brillo que aún relumbra con intensidad, y un convivio habitual
de lo divino y humano en la palabra del poeta, que prepara todas las
inhabitaciones divinas y que nos amplían el horizonte de nuestro destino abriéndolo
a la trascendencia.
Por eso, al hablar de Homero hablamos
sustancialmente de la unión perenne de la divinidad y la humanidad, que luego
con el cristianismo se hace personal en Cristo, mística en la Iglesia,
operativa en la historia y siempre laudante en el júbilo de los poetas y los
filósofos griegos[11].
Homero es la totalidad del espacio en
que dioses y hombres habitan cotidianamente por acciones sacras, centradas en
la misteriosa guerra troyana; o bien es la memoria de lo acontecido en aquella
destrucción, cuando los héroes retornan a sus lares lejanos. Así pues, como
dice el filólogo y humanista argentino Carlos Disandro:
“el
espacio luminoso, el aire encendido en el fuego apolíneo, el cerúleo y vinoso
mar de marmóreas resplandecencias, la tierra ceñida y calcinada como huesos y
vértebras para una sensibilidad inconmensurable, he ahí el espacio hierofánico
de los griegos, he ahí la estricta localización de un encuentro divino-humano,
de una revelación de la lumbre inaccesible en la lumbre del cosmos, del logos
inviolable en el logos del hombre griego, del pneuma o soplo transfigurante en
el soplo del poeta, en el símbolo ancestral que congrega lumbre, logos,
espíritu y que funda pues los penetrales inaccesibles de la conciencia, lo que
Hesíodo denomina inspiración”[12].
Por tanto, la gran vigencia de Homero,
encarnada en la paideia griega, estriba en que, en su verso, se redescubre la
existencia numinosa, la virtud fundante de la physis (naturaleza) como sagrado
espacio donde se asienta la divino-humanidad. En todo este
universo, se manifiesta una grandeza y esplendor que nos eleva por encima de lo
efímero, de la banalidad y de la pesadez del mundo real.
De manera
asombrosa, lo natural se entreteje con lo espiritual y lo eterno sin perder, en
esta interacción, su abundancia, calor y espontaneidad. Y el espíritu, para el
cual la observación más fiel de lo natural se convirtió en contemplación de lo
eterno e infinito, hizo de la religión griega lo que ella es.
Cuando para
otros se producen milagros, en el espíritu griego acaece el milagro más
notable: pueden ver lo objetos de la experiencia viva en una forma tal que
muestra los contornos de lo divino sin perder su realidad natural. Percibimos
aquí la mentalidad de un pueblo destinado a enseñar a la humanidad a explorar
la naturaleza del hombre y de lo que lo rodea. Y eso significa que nos ha dado
la idea de la naturaleza que tubo vigencia durante siglos, pero que hoy el
paradigma tecno económico la ha diluido[13].
5.- Conclusión:
Como señalamos en la introducción,
estamos asistiendo a un cambio de época, pero estas transformaciones de ninguna
manera parecen implicar el fin del sistema capitalista de producción ni tampoco
del dominio de su racionalidad instrumental economicista.
Por el contrario, pareciera
que las relaciones de poder del sistema han tomado otras formas en estos
tiempos de globalización posmoderna, sin que ello implique la desaparición de
ese mismo sistema económico mundial, ni se su motor principal, el afán de lucro,
que actúa como una suerte de "hybris" que fomenta un modelo
producción y consumo, que en términos geo biofísicos y sociales es insostenible
en el tiempo.
En estos tiempos difíciles y hasta
oscuros si se quiere, esta asombrosa capacidad contemplativa que podemos
encontrar en la paideia griega, lograda a través de la unión de lo visible con lo invisible, de lo
divino con lo humano y de la eternidad en el tiempo, puede operar como un punto
de inicio para una nueva visión sobre el hombre y de la naturaleza que eleven
nuestros horizontes hacia lo alto, hacia el infinito, hacia el absoluto.
El mundo moderno nos tienen
acostumbrados, en referencia al pasaje del mythos
al lógos a verlo éste como un salto
evolutivo que parte de lo irracional y alcanza a lo racional; que va de lo
empírico concreto a lo universal; y de lo sensible a lo conceptual.
Esto es incorrecto. Dicho pasaje se da
de una narrativa con un cierto grado de racionalidad a otro discurso con un
grado diverso de racionalidad. El discurso científico de la modernidad es un
progreso en la precisión unívoca, en la claridad discursiva, en la simplicidad,
en la fuerza conclusiva de la fundamentación, pero es una pérdida de los
sentidos profundos del símbolo que pueden ser hermenéuticamente redescubiertos
en momentos y lugares diversos.
Los mitos y los símbolos, siguen
teniendo profunda significación en el presente[14]y
son un instrumento necesario para la vivencia de las realidades trascendentes.
Ellos, nos refieren una profunda vivencia de la divinidad. Los
dioses no pueden ser inventados, ni ideados, ni representados, sino únicamente
experimentados.
A cada especie
del género humano, lo Divino se le ha revelado de una manera, dando forma a su
existencia y haciendo de ella lo que había de ser. Así también los griegos recibieron
su propia experiencia de lo Divino, que configuró no solo su sociedad y su cultura,
sino también la de todo el occidente.
La trinidad griega del poeta (ποιητής),
el hombre de estado (πολιτικός) y el sabio (σοφός), encarna la más alta
dirección de su cultura. En esta atmósfera, que se encuentra vinculada, por
conocimiento esencial y aun por la más alta ley divina al servicio de la
totalidad, se desarrolló el genio creador de los griegos hasta llegar a su
plenitud educadora en la paideia, que como exponemos, tiene mucho que aportar a
nuestra moderna civilización tecnocrática e individualista.
Perón, en 1974, con singular
clarividencia dijo que la humanidad asistía a un desolador proceso: la
disolución progresiva de los lazos espirituales entre los hombres. Agregaba que
este catastrófico fenómeno debía su propulsión a la ideología egoísta e
individualista, según la cual toda realización es posible sólo como desarrollo
interno de una personalidad clausurada y enfrentada con otras en la lucha por
el poder y el placer. Y concluía que este pensamiento solo había logrado aislar
al hombre del hombre, a la familia de la Nación, a la Nación del mundo,
poniendo a unos contra otros en una competencia ambiciosa y en una guerra
absurda[15].
En el actual cambio de época, cuando
nuestra cultura toda se halla constreñida a un nuevo examen de sus propios
fundamentos, cuando es más necesario que nunca ampliar el horizonte espiritual
que recree los vínculos entre los hombres y de los hombres con la naturaleza, se
plantea de nuevo el problema, último y decisivo para nuestro propio destino, de
la forma, el valor y la necesaria reivindicación de la cultura y la educación
clásica.
No se trata de presentar artísticamente
la cuestión bajo una luz idealizadora, sino de comprender el fenómeno
imperecedero de la educación antigua y el ímpetu que la orientó a partir de su
propia esencia espiritual y del movimiento histórico a que dio lugar retornando
a las fuentes.
En suma, la recuperación del nexo entre:
la vida sensible y la inteligible e invisible de la realidad y de la eternidad con
el tiempo. La valorización del arraigo cósmico del hombre, su aptitud vital, su
capacidad de asombro y de contemplar las realidades trascendentes, su
equilibrio en el ocio y el trabajo, su audacia al afrontar instancias límites.
Surge así la posibilidad de extraer de
estas enseñanzas un rumbo significante a nuestra propia cultura. En este sentido
Juan Domingo Perón señaló: “es necesario
comprender que la cultura europea ha fundado principios y valores de real
resonancia espiritual a través de la ciencia, la filosofía y el arte. No
podemos negar la riqueza de algunos de esos valores frente al materialismo de
las grandes potencias, ni podemos dejar de admitir que, en alguna medida, han
contribuido —en tanto perfilen principios universales— a definir nuestros
valores nacionales. Pero es hora de comprender que ya ha pasado el momento de
la síntesis, y debemos —sin cercenar nuestra herencia— consolidar una cultura
nacional firme y proyectada al porvenir. Europa insinúa ya, en su cultura, las
evidencias del crepúsculo de su proyecto histórico. Argentina comienza, por
fin, a transitar el suyo. La gestación de nuestra cultura nacional resultará de
una herencia tanto europea como específicamente americana, pues no hay cultura
que se constituya desde la nada, pero deberá tomar centralmente en cuenta los
valores que emanan de la historia específica e irreductible de nuestra patria.”[16]
En este cambio
epocal, con la crisis civilizatoria que conlleva, quizás es hora de tomarse en
serio el retorno a las fuentes clásicas para impulsar en nuestras sociedades la
muy humana apertura a la trascendencia, a contemplar el misterio que habita la
naturaleza y el vínculo sagrado que une a los hombres en la comunidad política.
[1] , Silvio
J. Maresca, “Perón y la filosofía. Tres clases sobre las referencias
filosóficas de Juan Perón”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2007.
[2] Mons.
Piero Coda "La mercantilización de la persona" consulta en línea el 6
de junio de 2022 en CCIC Centro Católico Internacional de Cooperación con la
UNESCO, París, Francia.
[3] Carlos
A. Disandro “Filología y Teología”. Homero, Sófocles, San Atanasio. Ediciones
Horizontes de Gral. Buenos Aires. 1973, págs. 33 y 34.
[4] Papa
Francisco, Palacio Presidencial de Atenas, Sábado, 4 de diciembre de 2021, Dicastero
per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana.
[5] Walter F. Otto, “Los dioses de Grecia”,
Ediciones Siruela, Traducción de Rodolfo Berge y Adolfo Murguía Zuriarrain,
Madrid, 2003, pág. 23.
[6] W.
Jaeger, “Paideia: los ideales de la cultura griega”
Fondo de Cultura Económica de México, Decimoquinta reimpresión, 2001.
Pág. 22 y siguientes.
[7] Giovanni
Reale, “Paideia y Humanitas”, texto
presentado en el Congreso Internacional Paideia e Humanitas, Roma, 2000.
Traducción del italiano de María Luisa Ibañez y Palecha.
[8] Giovanni
Reale, “Paideia y Humanitas”, texto
presentado en el Congreso Internacional Paideia e Humanitas, Roma, 2000.
Traducción del italiano de María Luisa Ibañez y Palecha.
[9]
Giovanni Reale, “Paideia y Humanitas”, texto
presentado en el Congreso Internacional Paideia e Humanitas, Roma, 2000.
Traducción del italiano de María Luisa Ibañez y Palecha.
[10] Aristóteles,
“Ética Nicomachea”, VIII 7, 1177b-1178 a (traducción de A. Plebe), Editorial
Gredos, Madridad, 2000.
[11] Carlos A.
Disandro “Filología y Teología”. Homero, Sófocles, San Atanasio. Ediciones
Horizontes de Gral. Buenos Aires. 1973, págs. 17/18.
[12] Carlos
A. Disandro “Filología y Teología”. Homero, Sófocles, San Atanasio. Ediciones
Horizontes de Gral. Buenos Aires. 1973, págs. 19/22.
[13] Carlos
A. Disandro “Filología y Teología”. Homero, Sófocles, San Atanasio. Ediciones
Horizontes de Gral. Buenos Aires. 1973, págs. 34 y ss.
[14] Enrique
Dussel, “Filosofías del Sur. Descolonización y Transmodernidad”, Edicionesakal,
México, 2015, pág. 14.
[15] Juan
Domingo Perón, “Modelo Argentino
para el Proyecto Nacional”, Ediciones Realidad Política, Buenos Aires,
pág. 78
[16] Juan
Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional,
Ediciones Realidad Política, Buenos Aires, pág. 266.
ResponderEliminarJB, muy bueno tu diagnóstico de este mundo actual en el que vivimos, cuyas directrices parecieran buscar la desintegración de la civilización y la cultura.
Pero mejor todavía es el elemento señalado para encontrar una recomposicion social y espiritual.
La Vuelta a la "paideia" griega, como faro luminoso, para encontrar el camino que une al hombre con Dios, por medio de la contemplación de la verdad
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