"En el siglo XXI, la información es el activo más importante; es la base para el poder político: el que controla los datos, controla el mundo." Yuval Noah Harari
El
contexto cultural de la sociedad posmoderna se manifiesta reacio a toda
búsqueda de trascendencia, al heroísmo como ideal de vida y al afán de gloria y
honor como "τέλος" (fin, objetivo o propósito) de la vida. El
materialismo, el hedonismo, el individualismo, favorecen que en la actualidad
predomine el consumidor perfecto, sin hondura metafísica y sin aspiración
espiritual alguna. El consumismo, sumado a un anhelo desproporcionado de
comodidad, confort y seguridad, operan como el placentero “soma” en la distopía
“Un Mundo feliz” de Aldous Huxley.
La
situación se agrava, con el avance de la inteligencia artificial. Una vez que
la persona humana queda reducida a su pura materialidad y se opaca todo eco de
misterio y eternidad, puede quedar fácilmente degradada a un conjunto de datos,
cuyo análisis reporta beneficios comerciales. Así, el capitalismo va mutando y
se va convirtiendo en un capitalismo algorítmico y del big data, donde se
analizan sistemáticamente los trillones de datos que pueblan el ciber espacio.
La
digitalización, si está dominada exclusivamente por intereses comerciales,
intensifica la alienación humana. La denominada “industria de la atención”, por
ejemplo, incrementa la manipulación de las personas hasta extremos hace poco
inconcebibles. Las llamadas “redes sociales”, están deliberadamente diseñadas
para generar loops de dopamina que nunca generan una satisfacción plena, de
manera maximizar el tiempo de interacción de los usuarios[1].
Otra
cuestión, es que el tiempo que se le dedica a las redes, compite con el tiempo
dedicado a la familia, a los hijos, a los amigos, al trabajo. Las redes
sociales para un gran número de personas, sustituyen a las horas de ocio y de
descanso. Es decir, que sustituyen lo que da verdadero placer por algo que sólo
imita los mecanismos del placer.
En
este contexto, es importante conocer la lógica que alimenta el sistema y los
intereses comerciales que lo atraviesan. Así, en el capitalismo digital por
medio de las redes de algoritmos, no se busca satisfacer preferencias, sino
generarlas, e influir decisivamente sobre los comportamientos. Se pone en
marcha de esta manera, una manipulación personalizada que en última instancia
condiciona la formación y expresión de las preferencias, sin que exista
suficiente conciencia de lo que está sucediendo.
En
un documento filtrado de Facebook de 2018, surge que el sistema de inteligencia
artificial de la autodenominada red social produce más de seis millones de
predicciones por segundo a partir de los datos personales de los usuarios,
predicciones que luego se mercantilizan para anticipar y orientar las
decisiones de tales usuarios[2].
No
es ninguna novedad que el ejercicio de la libertad humana es un asunto bastante
complejo. Sin embargo, el mundo emergente de megadatos y economía de
plataformas pareciera que busca reducirla a su mínima expresión. Hoy, con la
digitalización, el incremento del uso de internet y la inteligencia artificial,
se está desplegando a velocidad vertiginosa un sistema de condicionamiento y
control que deja chiquito todo lo que hemos conocido en el pasado.
Así
pues, la digitalización y los algoritmos, paulatinamente, nos van conduciendo a
un “capitalismo de la vigilancia” cuyas posibilidades de control social hacen
palidecer todo aquello con que pudieron contar los totalitarismos de antaño.
¿Cabe hablar de libertad en serio en una sociedad de la mercancía donde se busca
que al consumidor lo encaminen sigilosamente hacia la creación de sus
necesidades de compra? ¿Qué lugar ocupará la libertad en este mundo donde
sobreabundan las técnicas comerciales aplicadas a la “gobernanza” de los
consumidores, la publicidad basada en la neurociencia, explosiones de dopamina
teledirigidas y máquinas propagandísticas automatizadas, concebidas a partir de
los avances en inteligencia artificial?
Sin
embargo, lo paradójico, es que esta vigilancia no es impuesta, sino que es
consentida sin vacilar. En este contexto, lo que genera una singular preocupación,
es que a mayor vigilancia algorítmica más lucro, y el lucro es el mejor
alimento del capital. Estas características, nos permite afirmar que esta
tendencia tenderá a incrementarse cada vez más.
En
lo que respecta a la experiencia humana en esta etapa del capitalismo
algorítmico y big data, la misma va transitando en una interacción permanente
con los dispositivos digitales y con el mundo virtual. Esta interacción, a su
vez, va generando un fenómeno de hibridación de la experiencia entre lo real y
lo virtual.
Esto
significa que se ha avanzado mucha en la conectividad, pero las conexiones se
reducen a máquinas y seres humanos en espacios virtuales. Esto implica, que
es la conexión entre máquinas la que prevalece. Simultáneamente, perdemos el
vínculo con la naturaleza, con los demás seres vivos y también la conexión
profunda con nosotros mismos. Se habla con ligereza de una “realidad aumentada”
merced a la virtualización de la experiencia; pero lo que de hecho vamos
teniendo es una humanidad disminuida, menoscabada, cada vez más limitada.
Además,
el sujeto que surge de esta hibridación, está atravesado por los flujos de
poder que determinan la experiencia del mismo. Vale decir, que el entramado de
relaciones que mantenemos con los dispositivos digitales no es neutral, pues
hay unos intereses claros tratando de dirigir la nueva configuración de lo
humano y de la realidad, a través de los algoritmos que van influenciando
nuestras opciones.
Las
apps hacen que aunque vivamos en el mismo país, la misma ciudad y hasta la
misma casa, se nos muestren universos distintos. Las GAFAM (Google, Amazon,
Facebook, Apple y Microsoft), tienen hoy un descomunal poder político. Por
primera vez en la historia tienen una capacidad global de alterar, maximizar o
silenciar cuestiones de la esfera pública. Es muy difícil que estas
megaempresas se limiten exclusivamente a sacar todos los datos que puedan y
ganar todo el dinero posible. Tienen ambiciones políticas y van a tratar de
llevarlas adelante.
Por ello, nuestro futuro está cada vez más definido por
lo que sucede en el entorno digital. Y dicho entorno depende de los intereses
comerciales de las principales compañías tecnológicas que tienen las
infraestructuras y el poder suficiente como para procesar las grandes
cantidades de datos que extraen de la ciudadanía. Vale decir, que la
digitalización ha creado nuevos sistemas de poder, nuevas asimetrías y nuevas
desigualdades sociales.
Por consiguiente, ante los desafíos que plantea el
capitalismo de datos, no basta simplemente con confiar en la sensibilidad moral
de los directivos y accionistas de las GAFAM, ni de quienes investigan y
proyectan dispositivos y algoritmos. Más bien, es necesario crear organismos
sociales intermedios, que garanticen que esté representada la sensibilidad
ética de los usuarios y de los educadores para contrarrestar de alguna manera
la asimetría de poder[3].
Por otra parte, la dignidad intrínseca de todo hombre y
mujer debe ser el criterio clave para evaluar integralmente a las tecnologías
emergentes. Las mismas revelan su positividad y su bondad ética en la medida en
que contribuyen a manifestar esa dignidad y a incrementar su expresión, en
todos los niveles de la vida humana[4].
Se debe tener presente, que en este mundo desencantado, en medio del eclipse de Dios y de la perdida de sentido que ello supone, los hombres no pueden estar obligados a vivir
en una realidad donde existe una opción de hierro entre progreso técnico y empobrecimiento interior, condenados
a la terrible condición de una vida ¨espiritualmente desamparada¨ en la expresión
de Siegfried Kracauer[5].
Para finalizar, si bien existen una gran cantidad de temas que no hemos podido abordar en estas líneas por su extensión, consideramos que hemos logrado llamar la atención sobre la importancia y la urgencia de tomar conciencia acerca de esta realidad. De esta manera, podremos ir retomando cuanto antes el control sobre nuestra conciencia, sobre nuestros datos, sobre nuestra intimidad y en definitiva, sobre nuestra vida.
La defensa de
la dignidad humana, como fundamento de
nuestros derechos, la toma de conciencia y el control sobre nuestros datos, y especialmente sobre la autodeterminación informativa, es el camino para gozar de una libertad
más plena, más humana y más potente.
[1] Riechmann,
Jorge "La digitalización está intensificando la alienación humana"
consulta en línea el 30 de noviembre de 2023 en https://www.bloghemia.com/2023/11/jorge-riechmann-la-digitalizacion-esta.html
[3] Innerarity, Daniel y
Colomina, Carme. «La verdad en las democracias algorítmicas». Revista
d’Afers Internacionals, n.º 124 (abril de 2020), p. 11-23. DOI:
doi.org/10.24241/rcai.2020.124.1.11
[4] Francisco, Encuentro con
los participantes en la plenario de la Pontificia Academia para la Vida, Sala
Clementina 28 de febrero de 2020, consulta en línea el 15 de noviembre de 2023
en https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2020/february/documents/papa-francesco_20200228_accademia-perlavita.html
[5] Historia. Las últimas cosas
antes de las últimas. 1ra edición, Buenos Aires, Las Cuarenta. 2010
Excelente artículo
ResponderEliminarMuchas gracias.
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