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viernes, 31 de mayo de 2024

El patriotismo y la cuestión medioambiental, desde una perspectiva humanista.



Por Juan Bautista González Saborido

1.- Introducción:

Los graves problemas socio ambientales del planeta que habitamos son demasiado evidentes para negar su existencia. El retroceso de los glaciares, los incendios forestales en la Amazonia, los fenómenos meteorológicos extremos en todo el mundo, la contaminación de la atmósfera, de los ríos, de los lagos y la disminución sin precedentes de la biodiversidad que sustenta toda la trama de la vida, revelan los graves daños ecológicos existentes en el planeta.

A su vez, desde hace unas décadas, se está verificando una inusual aceleración del calentamiento del planeta, con una velocidad tal que basta una sola generación —no siglos ni milenios— para constatarlo. El aumento del nivel del mar y el derretimiento de los glaciares pueden ser fácilmente percibidos por una persona a lo largo de su vida, y probablemente en pocos años muchas poblaciones deberán trasladar sus hogares a causa de estos hechos.

La existencia de ciertos diagnósticos apocalípticos que suelen parecer poco racionales o insuficientemente fundados, no debería llevarnos a ignorar que la posibilidad de llegar a un punto crítico es real[1]. Por su parte, no debemos dejarnos influir: ni por las posturas ecológicas que provienen de sectores progresistas, que han hecho una bandera de esta cuestión para atacar estilos de vida arraigados en la cultura popular; ni por la acción de organismos supranacionales o de ONGs financiadas en el extranjero, que muchas veces han sido utilizadas como herramienta de colonización ideológica en contra de los intereses mayoritarios de los países que esos organismos deberían tutelar[2]. Nada de eso debería hacernos caer en posturas negacionistas del problema medioambiental.

Ya en febrero de 1972, el ex presidente Juan Domingo Perón[3] publicó un mensaje sobre el cuidado del medioambiente denominado “Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del mundo”, donde cuestionó las variables críticas del desarrollo y el impacto sobre los países del Tercer Mundo, como se los llamaba en ese momento.

En dicho mensaje hablaba de la sociedad de consumo y de los sistemas sociales de despilfarro masivo basados en el gasto. Destacaba la producción de bienes innecesarios o superfluos, introduciendo el concepto de obsolescencia programada. También abordaba el problema de la sobreexplotación de los recursos naturales, de la soberanía de cada país sobre ellos. Y mencionaba la obligación de la restauración de la naturaleza.

Así pues, la cuestión medio ambiental no tiene una dimensión secundaria o ideológica, sino que se trata de un drama que agravia la dignidad de la persona humana y que afecta a todos los habitantes del planeta. En virtud de ello, resulta necesario tomar una postura clara y fundamentada frente a esta cuestión.

En efecto, la contaminación de la atmosfera, de ríos, lagos y mares, la producción de gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático, la problemática suscitada en torno a la escasez de agua dulce, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, la degradación de los suelos, la desforestación, el deterioro de la calidad de vida, etc., merecen una seria reflexión sobre su origen y sobre la motivación profunda que se requiere para revertir la situación.

En la encíclica social “Laudato sí”[4], el Papa Francisco ofreció una reflexión lúcida acerca del paradigma tecnocrático que según él, está detrás del proceso actual de degradación del ambiente. Refiere, que es un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla. En el fondo, dice el Papa, consiste en pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.

Durante estos últimos años este diagnóstico no sólo se ha confirmado, sino que asistimos a un nuevo avance de dicho paradigma. Ciertamente, el desarrollo de la inteligencia artificial y las últimas novedades tecnológicas parten de la idea de un ser humano sin límite alguno, cuyas capacidades y posibilidades podrían ser ampliadas hasta el infinito gracias a la tecnología. Así, el paradigma tecnocrático se retroalimenta monstruosamente.

Sin duda, no son ilimitados los recursos naturales que requiere la tecnología, como el litio, el silicio y tantos otros, pero el mayor problema es la ideología que subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio. Todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades[5].

Los antiguos griegos describían esta realidad denominándola hybris que consistía en un pecado grave de soberbia o desmesura que terminaba alterando el orden natural. No era solamente una grave falta hacia los dioses, sino también una tremenda insensatez. Expresaban esta idea en sus rituales religiosos, en las tragedias y en sus mitos –como el maravilloso mito del vuelo de Ícaro o el mito de Prometeo–. La hybris provocaba en el hombre un orgullo desmesurado que ofendía a los dioses olímpicos y que rápidamente se volvía contra el hombre mismo.

En este sentido, causa estupor advertir que las capacidades ampliadas por la tecnología «dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo […]. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad»[6].

Por su parte, la técnica es una realidad omnipresente. Ernst Jünger[7] describe a la técnica como la danza mágica que baila el mundo contemporáneo. Podemos tomar parte en las vibraciones y en las oscilaciones de este último solamente si logramos entenderla. No se trata solamente de evaluar tal o cual instrumento aislado, sino que debemos comprender que el actual paradigma tecnocrático es una suerte de atmosfera que influye en todas nuestras actividades haciendo posible los deseos subjetivos de los hombres que la dominan.

¿Cuál es el origen de este paradigma tecnocrático? La ciencia y la técnica, el mercado y el dinero, la eficiencia y eficacia económica en la actualidad: ¿contienen una lógica irrefrenable que se posiciona por encima de la persona y su derecho a una vida digna? ¿De dónde proviene el modelo cultural que está siendo interpelado? ¿Debemos defender ese modelo cultural a cualquier costo? ¿O desde nuestra propia cosmovisión le podemos formular críticas?

Sin la más mínima intención de agotar el tema, podemos decir que el actual modelo cultural procede del ideal científico elaborado por Roger Bacon, Descartes y Galileo, cuya interpretación de la naturaleza como mera facticidad ha impuesto una agresiva manipulación de las cosas, ignorando la dimensión espiritual de la vida.

La modernidad cultural se caracteriza para Max Weber[8], “como la separación de la razón sustantiva expresada por la religión y la metafísica entre esferas autónomas que son la ciencia, la moralidad y el arte”. Se establece así un signo dominante de la modernidad: la separación entre ciencia, moral y arte, diferenciándose de la antigüedad en donde estas esferas estaban unificadas por la religión. “(...) la diferenciación globalizadora que separa este momento histórico de las formas precedentes es la acción social encaminada al dominio de la naturaleza”.

La tierra, que antes estaba sacralizada, empieza a considerarse como una extensión inanimada de materia puesta al servicio del hombre para que éste la domine y la explote en beneficio propio y sin límite alguno.

Quizás por ello, el progreso tecnológico de los últimos siglos, ha hecho olvidar las verdades fundamentales del hombre y de la naturaleza rebajándola a pura objetualidad sometida al ser humano por una relación de dominio. Frente a la técnica moderna, es conveniente evocar la téchne”  griega cuyo producir no consiste en fabricar cosas, sino en un modo de conocimiento y arte realizado en función del hombre. 

Como señala W. Jaegger, para comprender el significado que los griegos dieron a la ciencia y a la técnica, debemos aproximarnos a su concepción orgánica del mundo en la cual el hombre y el cosmos, el ser vivo y la naturaleza son concebidos a partir de un mismo modelo formando una unidad. “Consideraron al mundo desde una perspectiva tal, que ninguna de ellas les pareció como una parte separada y aislada del resto, sino siempre como un todo ordenado en una conexión viva, en la cual y por la cual cada cosa alcanzaba su posición y sentido”[9].

Como se puede leer en Platón, Aristóteles y muchos otros, la téchne era sencillamente esto: un conjunto de saberes eficaces acompañado del conocimiento de las razones o causas por las cuales el procedimiento es eficaz. Dicho de otra forma, para los griegos era claro que era necesario fundamentar la opinión práctica (eficaz) por el conocimiento de sus causas o razones, todo basado en un equilibrio armónico entre el hombre, la polis y el cosmos como un todo ordenado[10].

Sin embargo, esta visión sufrió una transformación de raíz en la modernidad: "La exaltación del conocimiento práctico contenido en las técnicas hasta hacer de él un método de análisis de los fenómenos naturales, fue el paso verdaderamente revolucionario”[11]. Así se da la transformación de la téchne en técnica instrumental moderna. A este elemento materialista del pensamiento moderno hay que añadir otro concepto-clave: el de progreso. Para el hombre moderno, el despliegue de la dominación técnica se justifica en tanto que es el medio para alcanzar mayores niveles de bienestar y prosperidad. Es un camino ascendente cuya meta consiste en la felicidad material absoluta y los avances de la técnica son la principal manifestación de ese progreso.

 Así, el progreso llega a identificarse con el desarrollo técnico, y viceversa. Cuando se habla de países o de civilizaciones avanzadas o atrasadas, se hace en función de su mayor o menor grado de desarrollo técnico y se deja de lado cualquier otra dimensión humana, especialmente las vinculadas con el espíritu. De ese modo, la técnica va a ser considerada durante mucho tiempo en el espacio occidental como sinónimo de felicidad. 

Esta diferenciación entre la techné griega y la técnica instrumental moderna está en el origen de los problemas medio ambientales que padecemos en la actualidad. El ser humano obnubilado por las promesas que le formula la tecnología, ha olvidado las verdades esenciales que están en los fundamentos de su existencia.

Para el filósofo político Patrick Deneen[12], muchos de los elementos de lo que hoy llamamos nuestra crisis medioambiental —el cambio climático, el esquilmado de los recursos, la contaminación y escasez de las aguas, la extinción de las especies— son signos de batallas ganadas en el marco de una guerra que se está perdiendo.

Añade este autor, que actualmente nos hemos acostumbrado a argumentar que debemos seguir a la ciencia en asuntos tales como el cambio climático, ignorando que nuestra crisis es el resultado de una larga cadena de triunfos científico-técnicos en los que «seguir a la ciencia» equivalía a progresar como civilización. Nuestro mundo saturado de monóxido de carbono es la resaca de una fiesta que ha durado ciento cincuenta años, en la cual hemos creído hasta el final que habíamos alcanzado la liberación de las restricciones que nos impone la naturaleza. Aún mantenemos la incoherente postura de que la ciencia puede retirarnos obstáculos al tiempo que resuelve las consecuencias del proyecto que representa.

Estamos ante un problema civilizatorio profundo debido a que las herramientas tecnológicas no están integradas en la cultura, sino que la atacan. La tecnología pretende convertirse en la cultura. En consecuencia, la tradición, los usos sociales, los mitos, la política, los rituales y la religión tienen que luchar para poder sobrevivir en condiciones de inferioridad.

La llamada tecnocracia ha entrado en la era de la «tecnópolis», en la que un mundo culturalmente arrasado opera sometido a una ideología del progreso que lleva a la sumisión de todas las formas de vida cultural a la soberanía de la técnica y la tecnología. Las prácticas culturales residuales que sobrevivieron a la era de la tecnocracia dan paso ahora a un mundo transformado en el que la tecnología es en sí misma nuestra cultura, o nuestra anticultura, una dinámica que destruye la tradición y las costumbres, ocupando el lugar de las prácticas culturales, la memoria y las creencias.

Estas críticas tienen en común el supuesto de que nuestra tecnología nos está cambiando, a menudo para peor. Somos los sujetos de su actividad y permanecemos impotentes en gran medida frente a su poder transformador. Nuestra ansiedad surge de la creencia de que tal vez ya no podamos controlar la tecnología que supuestamente iba a ser la principal herramienta de nuestra libertad. Hay otra ansiedad tal vez más profunda, que nace de la creencia en que tales avances tecnológicos son del todo inevitables, sin importar los avisos que se viertan sobre sus peligros. Se ha instalado una especie de narrativa hegeliana y darwiniana que parece dominar nuestra visión del mundo.

Concluye Deneen, que finalmente, las leyes que gobiernan el desarrollo tecnológico moldean inevitablemente nuestro mundo humano, dándole una forma cada vez más idéntica, anticipando las sospechas actuales de que el hijo de la tecnología moderna, la «globalización», sea una especie de resultado inevitable[13].

El mismo Jünger poco antes de morir, refería que no tenía una imagen demasiado feliz y positiva respecto al futuro y que suscribía lo afirmado por Höderlin quién en su poema “Pan y Vino” describió el advenimiento de la edad de los titanes. Una edad muy propicia para la técnica, pero desfavorable para el espíritu y la cultura[14].

2.- Desarrollo tecnológico, estancamiento moral y espiritual del hombre posmoderno  y la importancia del humanismo clásico. 

En base a lo expuesto en la introducción, un punto que nos parece relevante es la relación entre el desarrollo tecnológico y el paradójico empobrecimiento moral y espiritual del hombre posmoderno. Quizás para entender la técnica y evitar quedar subordinados a su lógica, sea necesario recuperar ciertas verdades que estaban vigente en el humanismo clásico que luego fueron asumidas y elevadas por el cristianismo, pero que en la actualidad se han oscurecido.

Así, ante el avance vertiginoso del desarrollo tecnológico de estas últimas décadas; en medio de la sociedad del conocimiento, de la cultura posmoderna, de la inteligencia artificial, de la biotecnología es posible constatar un enorme desequilibrio entre el desarrollo material y el desarrollo espiritual y moral del hombre contemporáneo.

Asimismo, en esta economía informacional de big data e inteligencia artificial, impregnada de materialismo, de un individualismo nihilista y de un consumismo exacerbado –aunque claro solo para unos pocos- avanza por todos lados el fenómeno de la mercantilización volviéndose una característica omnipresente que lo invade todo, incluso a la vida y a la persona humana.

La mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro, pero en el fondo la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el frenesí de poseer[15].

En esta lógica, la ciencia y la técnica, que en el origen de la modernidad ilustrada europea, prometían la emancipación del hombre, hoy tienden a volverse contra el hombre mismo anulando su subjetividad.  Con el avance de las técnicas de la clonación humana y de edición genética, el hombre se vuelve un producto de sí mismo e incluso una mercancía.

La conclusión de este diagnóstico, siguiendo a Carlos Disandro[16], es que estamos en un tiempo de entropía histórica, de autonomía de los acontecimientos por pérdida de su núcleo de sentido, de muerte del vínculo profético por la ruptura con la percepción de lo sagrado y lo numinoso, y consecuentemente, de diáspora espiritual de la humanidad en el desierto de la cultura técnica. 

Por ello, en este contexto, nos parece relevante el análisis histórico de nuestra herencia cultural clásica y cristiana de modo que nos permita volver a comprender el misterio del hombre y de la naturaleza, como así también de su vínculo con la tierra y con la sociedad para encontrar respuestas a los desafíos que se presentan.

Frente al oscurecimiento de las verdades fundamentales del hombre, es preciso recuperar el verdadero sentido de la “humanitas”, como vínculo del hombre con la naturaleza como cosmos –es decir como una totalidad ordenada y orgánica- y el vínculo del hombre y del cosmos con lo divino. De allí surge el nexo profundo entre la historia real de la humanidad y la consistencia íntima de esta.

La recepción de estas verdades por el cristianismo generó que la relación de la humanidad con la totalidad del “cosmos” -o creación en términos cristianos- posibilitara  que este último se coronarse en la “humanitas”, en el hombre como “microcosmos” en terminología medieval  y desde allí abrirse a lo divino. De allí tenemos una naturaleza creada como “capax homini” y como “capax Dei” a través del hombre[17].

El hombre con actitud contemplativa, a través del asombro, podía descubrir las huellas de Dios en el libro de la naturaleza y alabar al creador. Ahora, en cambio, la pérdida o degradación de la verdadera humanitas ha generado una percepción distorsionada de la temporalidad, que niega toda dimensión trascendente. Ello da pie al surgimiento de un evolucionismo en el devenir del hombre donde la existencia de la humanidad se reduce exclusivamente a un ritmo histórico y lineal.

Esto implica la pérdida de conciencia del tiempo como punto de encuentro definitivo entre historia sacra y la historia profana.  Lo que a su vez conlleva a la pérdida del sentido del límite impuesto por la estructura de dicho centro. El resultado es el dominio del futuro como pura posibilidad y un rechazo al pasado, a la herencia y a la tradición como algo vetusto y caduco.

La clausura de la experiencia escatológica en la mentalidad occidental a causa de la pérdida del sentido religioso de la “humanitas” y de su conexión con el cosmos, ha provocado la conversión de la humanidad a la esfera intrascendente de la existencia terrestre, sin apertura a lo sagrado como forma suprema de la existencia. Es decir, que el hombre posmoderno tiene una visión desacralizada de la historia donde ya no ve, ni providencia, ni finalidad, ni sentido, ni escatología. 

Se ha apagado el sentido religioso (o numinoso) del cosmos y en tal situación la presión de los instrumentos civilizatorios y técnicos tienden a acentuar el desequilibrio por un proceso de falsificación humana. El desligamiento del sentido religioso del cosmos, crea la emersión de un materialismo donde el cosmos carece de sentido y de significación y solo se la considera como recurso explotable.

Estos problemas se trasladan también a la vida social. La vida de comunidad realiza un nivel de la existencia humana construida por actos de compenetración y apertura. Correlativamente el individualismo posmoderno y la crisis de la comunidad señalan la pretensión del “yo” por integrar todos los niveles posibles de la existencia[18].

Esta visión posmoderna contrasta con la del hombre antiguo que vale la pena recuperar. En la fundación de ciudades, ve el romano el paso de lo cotidiano y caduco a lo eterno y subsistente. Todo acto fundacional, es un acto trascendente que devuelve en el límite de un tiempo, de una figura o de una obra, la integridad humano-divina implícita misteriosamente en la estructura del cosmos. Fundación de la Polis, de la Civitas, de la Comunidad, de la obra de arte en la soledad de la contemplación[19].

La comunidad como término final de una apertura que posibilita en niveles siempre nuevos y fecundos el vínculo Yo-tu-Nosotros. Apertura y término que son en consecuencia principios de una coherencia y de una tarea.

Nos parece importante profundizar sobre esta cuestión siguiendo a Cicerón quién ha logrado una lúcida síntesis sobre este tema. En efecto, para el antiguo hombre romano el cosmos estaba habitado y todo el participa de una vida inteligible. Asimismo, consideraba que los hombres habían sido engendrados y habitaban la tierra para contemplarla, protegerla y administrarla, no para dominarla[20].

Por ello, el primer acto que realiza el hombre sobre la tierra es la agricultura. La tierra es para el romano algo inacabado, imperfecto que requiere de la actividad humana. La tierra espera el acabamiento o si se prefiere el perfeccionamiento por parte de la mano del hombre. Por eso para el romano la cultura está en el vínculo, o mejor dicho en la comunión del hombre con la tierra[21].

En la contemplación, el hombre dirige su mirada hacia lo alto. Esto para Cicerón implica la existencia de un fundamento que rige el Cosmos y que se debe respetar. Esta afirmación se inscribe en una larga tradición de pensamiento griego: Parménides; Heráclito; Platón. Los griegos basan toda su concepción política y jurídica en la unidad objetiva del mundo en cuanto cosmos, en cuanto orden ontológico, orden divino y permanente.

Cicerón, heredero de esta tradición, escribe para la Roma de su época. Por eso, frente al peligro de arbitrariedad que representaba en su momento la corrupción, y el olvido de los dioses, luego de haber sentado su concepto de Lex, como la razón suprema por medio de la cual los dioses gobiernan sabiamente el universo, lanza todos sus ataques contra la discrecionalidad y el autoritarismo que implicaban una ruptura contra el orden ontológico y divino.

Por ello, cuando se clausura el espíritu contemplativo, es inevitable la primacía de la praxis. Los racionalismos, idealismos, positivismos, existencialismos, que priorizan la praxis, una praxis autónoma que lleva al hombre a producir, se sobreentiende que tienen como única salida el utilitarismo. El mundo se presenta entonces al hombre como objeto de uso o material manipulable. Y lo obliga a ingresar en la rueda producción-consumo. No hay jerarquía, todos son siervos y señores. En la sociedad utilitaria no hay lugar para la gloria[22].

3.- Aportes de los valores tradicionales a la cuestión medioambiental.

Hemos expuesto una breve síntesis sobre como el actual paradigma tecnocrático está en la raíz de los problemas medioambientales y sobre la necesidad de recuperar los valores que provienen del humanismo clásico y cristiano para reestablecer el vínculo del hombre con la naturaleza, con lo sagrado y con los otros hombres en sociedad.

Ahora, en este apartado, intentaremos argumentar que el cuidado del medioambiente también proviene de valores tradicionales como el amor a la patria, la lealtad a los amores compartidos, a la propia historia, a las futuras generaciones y al destino común que nos involucra como nación. La condición humana no puede quedar reducida a meros intereses económicos o genes egoístas, pues ello produce paulatinamente la disolución de nuestro sentido patriótico y conduce a la fragmentación social.

El amor a la patria comporta el cuidado de un hogar histórico cultural en donde habitar. Necesitamos echar raíces y tener un hogar para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos. Sin el poder de anclaje perdurable del ser común que es nuestra patria, podemos convertirnos, en meros números, en agentes intercambiables y en objetos de una manipulación incesante: seremos trabajadores, consumidores y vendedores en mercados cada vez más sofisticados, en el mejor de los casos.

En toda cultura política, en todas las grandes civilizaciones el «nosotros» hace referencia a lo sagrado. Los seres humanos somos animales sociales por naturaleza. Pero la particularidad del «nosotros» es siempre un don. El milagro del «nosotros» imbuye a la solidaridad política de una densidad sagrada. No somos creados como argentinos, italianos, ni polacos, pero amamos nuestra lengua materna. Los términos «patria» y «madre patria» no son simples metáforas. Las naciones unen familias, ciudades, pueblos y provincias. Y, por supuesto, también la religión manifiesta las fuentes sagradas del «nosotros», porque proceden de una fuente divina[23].

En una larga entrevista realizada a Ernst Jünger, comenta con perspicacia, que coincide con Heidegger –con quién estuvo unido en un lazo de amistad- cuando refiere que unos de los males fundamentales del hombre contemporáneo es su pérdida de raíces, su extrañamiento y ausencia de patria, es decir la desorientación que se instala cuando se pierden los lazos con la propia naturaleza y la estabilidad que proviene del apego al suelo[24].

El sincero amor a la patria nos saca de nuestros pequeños mundos. Nuestros amores compartidos –a nuestra tierra, a nuestra historia, a nuestros mitos fundacionales, a nuestros héroes y guerreros– nos arrastran hacia una perspectiva más elevada. Vemos nuestros intereses privados como parte de un todo más grande, del «nosotros» que apela a nuestra libertad de servir a la comunidad política con inteligencia y lealtad.

En suma, desde nuestra cosmovisión humanista y cristiana existen muchos argumentos para fundamentar la necesidad de cuidar el medioambiente, de evitar la depredación de los recursos, etc. Entre ellos, uno sustancial es el amor a la patria.

Desde la teología creacionista y el deber natural e inherente de la persona sobre el cuidado de la tierra, pasando por el principio romano de la pietas, el antiguo amor a la patria, como vínculo sagrado de apego a la tierra y a la herencia cultural de nuestros mayores,  evolucionando en la actualidad con la noción de oikofilia o amor por el entorno natural que acuñó el pensador conservador inglés Roger Scruton[25] en su ensayo Filosofía Verde, son muchos los tópicos que existen para abordar esta cuestión.  

Precisamente sobre este pensador nos detendremos seguidamente, porque aporta ideas originales e interesantes desde una perspectiva novedosa. Scruton sostiene que el globalismo aprovecha que los problemas del medio ambiente traspasan las fronteras nacionales para imponer una serie de directrices sin respetar las soberanías nacionales. Así, hace tiempo que la agenda medioambiental fue confiscada por personas e ideas radicalizadas para incrustar en ella viejos mantras socialistas que tienen a favorecer el globalismo.

En este contexto, el filósofo apunta que, en vez de confiar el medio ambiente a ONGs sospechosas y comités internacionales que no rinden cuentas ante nadie y que suelen ser mascarones de proa de importantes lobbies, debe ser la propia comunidad o si se quiere la propia nación la que debe asumir la responsabilidad del cuidado de la naturaleza. Son las personas quienes deben hacerse cargo de su entorno local, cuidarlo como un hogar y canalizar su compromiso a través de las asociaciones civiles que han sido el eje tradicional de la política conservadora.

Scruton rechaza que ser “conservador”  tenga que ver con un capitalismo sin controles, con una  descontrolada avaricia, con despilfarro o con sobreexplotación de recursos. En psiquiatría se llama oicofobia (del griego oikos, hogar) al miedo irracional y enfermizo al hogar, a estar en casa y a todo lo que tenga aspecto casero. En su libro Filosofía verde Scruton adapta este concepto al terreno político para denominar a las ideologías que repudian las nociones de patriotismo y herencia cultural. Y frente a esta oicofobia contrapone la oicofilia, para representar todo lo contrario: el apego a los vínculos naturales de familia, parroquia, comunidad local y nación.

El objetivo de la política, refiere, no es reorganizar la sociedad con arreglo a una visión o ideal abarcador, como la igualdad, la libertad o la fraternidad. Sino mantener una resistencia vigilante ante las fuerzas entrópicas que amenazan nuestro equilibrio social y ecológico. El objetivo es pasar a las futuras generaciones, y mientras tanto conservar y mejorar, el orden del que somos administradores temporales.

Nuestro hombre propone la oikophilia como razón mayor para adherirse a alguna forma de cuidado del medioambiente. O sea, el sentimiento de amor por el hogar: «el lugar donde somos y que compartimos, el lugar que no queremos arruinar». En una sociedad cada vez más compleja, digitalizada y robotizada, la defensa de la vida tradicional es un interesante contrapeso al imperativo moderno de la aceleración[26].

4.- El derecho al uso de los recursos naturales.

Un punto donde el cuidado del medioambiente adquiere singular relevancia es en relación a la explotación de los recursos naturales. En el Derecho Internacional existe, prácticamente desde el inicio, el principio de la soberanía permanente sobre los recursos naturales. Se reconoce la importancia de este derecho vinculado a la soberanía, al reconocérsele el carácter de un principio de derecho internacional consuetudinario.

Posteriormente, la Asamblea General, en 1960 aprobó la histórica “Declaración sobre la Concesión de Independencia a los Países y Pueblos Coloniales”. Esta Declaración reconocía el derecho de libre determinación de todos los pueblos y afirmaba que el colonialismo debía llegar a su fin rápida e incondicionalmente. Transcurrido el proceso de descolonización durante la década de 1960, el derecho a la explotación de los recursos naturales recibió su consagración positiva como principio general del Derecho Internacional al incluírselo en el artículo 1, común, de los dos Pactos Internacionales sobre Derechos Humanos, conocidos como Pactos de Nueva York.

Pues bien, este derecho soberano puede ser calificado como esencial para nuestro país y el mismo incluye el derecho de propiedad y de control sobre los recursos y su explotación, junto a derechos complementarios como el derecho de recuperación y de restitución, la exención de coacción etc. Surge con meridiana claridad entonces, que el derecho soberano sobre los recursos naturales está relacionado con la libre determinación y con el derecho de proteger nuestra propia producción nacional.

En suma, cada nación tiene derecho al uso soberano de sus recursos naturales y el de impedir su depredación. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de exigir, a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos. El derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.

Como un deber que emana del amor a la patria y de la solidaridad con nuestros compatriotas, con nuestros antepasados y con nuestros herederos, se impone el cuidado de nuestros recursos naturales de la voracidad que pueden desarrollar las grandes corporaciones internacionales.  Se trata de agentes que absolutizan el lucro y que buscan los recursos para explotarlos indiscriminadamente con el objeto de alimentar un tipo absurdo de industrialización, donde rige una economía desvinculada de todo orden ético y contraria a la dignidad de la persona humana.

En este sentido, la encíclica “Laudato Si”[27] plantea que los recursos de la tierra están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva. Ello genera la pérdida de selvas y bosques lo cual implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios.

Estas formas nocivas de entender la economía y la explotación de los recursos naturales, han provocado que, en el ejercicio de este derecho soberano a explotar los recursos naturales, surgieron problemas con el cuidado del medio ambiente. Problemas que generalmente se evidencian con más fuerza en países en vías de desarrollo como el nuestro, donde el medio ambiente constituye un auténtico recurso que se vincula con el principio de soberanía permanente sobre los recursos naturales.

Consiguientemente, la explotación de los recursos naturales debe armonizarse con el derecho a un medio ambiente sano. Este derecho comenzó a ser reconocido por el Derecho Internacional a partir del año 1972, cuando la Declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano expresó que “[e]l hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, la igualdad y el disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio de calidad tal que le permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne obligación de proteger y mejorar el medio para las generaciones presentes y futuras”[28].

Desde entonces, se inició una tendencia cada más extendida de consagración de este derecho a nivel nacional. En el caso argentino, la reforma constitucional del año 1994 lo incorporó en el capítulo “Nuevos derechos y garantías” como un derecho fundamental de todos los habitantes a “gozar de un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras”[29]. Para la Corte Suprema de Justicia de la Nación, tal reconocimiento constituye una “precisa y positiva decisión del constituyente (…) de enumerar y jerarquizar con rango supremo a un derecho preexistente”[30].

El derecho a un medio ambiente sano encuentra además una amplia recepción en instrumentos internacionales de derechos humanos. Así, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), que goza de jerarquía constitucional (art. 75 inc. 22 CN), reconoce el derecho a un nivel de vida adecuado y el deber de los Estados de adoptar medidas apropiadas para asegurar este derecho, entre otras, mediante la utilización más eficaz de los recursos naturales (artículo 11); también consagra el derecho a la salud y, entre las acciones que se deberán implementar para dotarlo de plena efectividad, se menciona el mejoramiento del medio ambiente (artículo 12).

Por su parte, el sistema interamericano lo incorporó en el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales —conocido como Protocolo de San Salvador—, como el derecho que posee toda persona a vivir en un medio ambiente sano y a contar con servicios públicos básicos y determina que los Estados deben promover la protección, preservación y mejoramiento del medio ambiente[31].

Ahora bien, todo este sistema internacional de protección del medioambiente suele ser utilizado e interpretado a favor de los países centrales, que paradójicamente, fueron los grandes causantes de los problemas ecológicos. O bien, también sucede que los análisis de los organismos supranacionales, en lugar de resolver los problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, atinan sólo a proponer como solución una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas de «salud reproductiva», como lo hace por ejemplo la Agenda 2023 y sus 17 objetivos del desarrollo sostenible adoptado por la Asamblea General de la ONU el 25 de septiembre de 2015.

Responsabilizar al aumento de la población, y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo.

Otro aspecto relevante es que debe pensarse en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay una verdadera deuda ecológica, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países.

Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en todo el planeta y afecta a los lugares más pobres de la tierra[32].

 A esto se agregan los daños causados por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital. Se constata que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen en los países subdesarrollados lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener[33].

Por otra parte, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas y corresponde enfocarse especialmente en las necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses más poderosos[34].

Esto significa que se debe reconocer el peligro de que se imponga a los países de menores recursos compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países más industrializados. Como así también advertir los intereses económicos que están detrás de propuestas de internacionalización de bosques, acuíferos o glaciares.

5.- Conclusión.

Tal como hemos expuesto, desde nuestra perspectiva, el actual modelo cultural procede del ideal científico elaborado por Roger Bacon, Descartes y Galileo, cuya interpretación de la naturaleza como mera facticidad ha impuesto una agresiva manipulación de las cosas, ignorando la dimensión espiritual de la vida.

Este modelo engendró una arrogancia de ser y tener[35] que se transformó en una gran desmesura antropocéntrica. En esta desmesura o “hybris prometeica” está el origen de un paradigma tecnocrático materialista y restringido donde la naturaleza es vista solo como un recurso explotable ilimitadamente. Esta visión que desprecia la herencia cultural del humanismo helénico y cristiano es insostenible en el tiempo. Por eso ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez es la posibilidad de un desarrollo humano y social, más sano y fecundo.

Para la tradición humanista, es necesario encontrar nuevamente un equilibrio armónico entre el hombre, la polis y el cosmos como un todo ordenado. Asimismo, desde una perspectiva católica, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado único. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal.

Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo recuperamos la mirada contemplativa y de cuidado que debemos tener sobre ella,  podremos equilibrar nuestras necesidades respetando el orden natural. Eso nos permitirá terminar con el mito moderno del progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.

Es necesario en esta cuestión ampliar el horizonte de comprensión. Ello porque la protección del medio ambiente, el cuidado de los recursos naturales, evitar su depredación es parte de nuestro entrañable amor a la patria, a nuestros valores compartidos y a la herencia de nuestros mayores.  

Asimismo, el cuidado del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada. Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más integral e integradora.

Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera un determinado modo de vincularse con los demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia social.

La solución debe trascender la mirada meramente tecnológica y financiera. Tampoco es aceptable una solución global de “talle único” sin que se reconozcan las especificidades de cada país y la dimensión del desarrollo. Si bien el cuidado del medioambiente debe tener una perspectiva global, no puede limitarse a la defensa de los intereses de algunos países o peor aún de algunas empresas[36].

En definitiva, la crisis ambiental es una manifestación de una crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, por lo que no se solucionará sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano, consigo mismo, con la creación y con sus semejantes protegiendo la dignidad de la persona como una cuestión central.

No podemos entendernos a nosotros mismos ni nuestra época sin prestar atención al medioambiente; pero tampoco podemos entender el medioambiente si ignoramos las ligazones naturales de toda persona con su entorno, con su nación y con los suyos. Este sentimiento de vínculo con las generaciones pasadas y futuras, está conectado con la antigua virtud de la "pietas" romana.

Por último, el amor a la patria comporta el cuidado de un hogar histórico cultural en donde habitamos. Es necesario cuidar nuestras raíces, valorar la herencia recibida de nuestros mayores, también en materia ambiental,  y construir, conservar y edificar con grandeza un hogar para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos. De allí brota el fundamento y la energía para el cuidado del medioambiente.



[2] Schuff, Sebastián y Quiroga, María Ann, “Balance del financiamiento de CIDH y de la Corte Interamericana. Opacidades e influencias en una financiación condicionada.” Washington, EE.UU., 2022. Consulta en línea en: https://globalcenterforhumanrights.org/files/GCHR-Balance-del-financiamiento-de-la-CIDH-y-Corte-IDH.pdf

[3] Perón, Juan D. “Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo”, Madrid, febrero de 1972, consulta en línea en http://archivoperonista.com/sites/default/archivos/documentos/1972/declaraciones/mensaje-ambiental-peron-pueblos-gobiernos-mundo-901.pdf

 

Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, nros. 104 y 105, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html[4]

[5] Francisco, Exhortación Apostólica “Laudate Deum”, n° 22, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html

[6] Francisco, Exhortación Apostólica “Laudate Deum”, n° 23, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html

[7] Jünger, Ernst, “Los titanes venideros”, Página indómita, enero de 2016.

[8] Citado por Hoyos Medina, C. A. en “Epistemología y discurso pedagógico. Razón y aporía en el proyecto de la modernidad. Epistemología y objeto pedagógico.” México: UNAM, 1992, p.19-40.

[9] Jaeger, W. Paideia. México: Fondo de Cultura Económica, 1983.

[10] Aristóteles aborda el tema de la técnica en el libro I de la Metafísica (Edición de 1875) y en el libro II de la Física (Edición de 1995).

[11] Farrington, B., Mano y cerebro en la antigüedad. Ed. Ayuso, Madrid, 1974, pag.26.

[12] Deneen, Patrick, “Porque ha fracasado el liberalismo”, Rialp S.A., 2018.

[13] Deneen, P., “Porque ha fracasado el liberalismo”, Rialp S.A., 2018.

[14] Jünger, E., “Los titanes venideros”, Página indómita, enero de 2016.

[15] Mons. Piero Coda "La mercantilización de la persona" consulta en línea el 6 de junio de 2022 en CCIC Centro Católico Internacional de Cooperación con la UNESCO, París, Francia.

[16] Disandro, Carlos “Argentina bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.

[17] Disandro, C. “Argentina bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.

[18] Disandro, C. “Argentina bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.

[19] Disandro, C. “Humanismo. Fuentes y desarrollo histórico.” Fundación Decus, La Plata, 2004.

[20] Cicerón, De re publica VI, l5.

[21] Sustersic, María E. “La contemplación y la acción frente a la gloria en De re publica de Cicerón” [en línea]. Stylos, 22 (2013). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/contemplacion-accion-frente-gloria.pdf

[22] Sustersic, María E. “La contemplación y la acción frente a la gloria en De re publica de Cicerón” [en línea]. Stylos, 22 (2013). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/contemplacion-accion-frente-gloria.pdf

[23] R. R. Reno “El retorno de los dioses fuertes. Nacionalismo, populismo y el futuro de occidente.” Biblioteca Homolegens, Madrid, 2020.

[24] Jünger, Ernst, “Los titanes venideros”, Página indómita, enero de 2016.

[25] Scruton, R. (2021). Filosofía Verde. Biblioteca Homolegens. Madrid.

[26] Scruton, R. (2021). Filosofía Verde. Biblioteca Homolegens. Madrid.

[27] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[28] Principio 1 aprobado por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo del 5 al 16 de junio de 1972.

[29] Art. 41, Constitución Nacional: “Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo. El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según lo establezca la ley. Las autoridades proveerán a la protección de este derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica, y a la información y educación ambientales. Corresponde a la Nación dictar las normas que contengan los presupuestos mínimos de protección, y a las provincias, las necesarias para complementarlas, sin que aquéllas alteren las jurisdicciones locales. Se prohíbe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos, y de los radiactivos”.

[30] CSJN, “Mendoza, Beatriz Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/ daños y perjuicios (daños derivados de la contaminación ambiental del Río Matanza - Riachuelo)”, Fallos 329:3316, sentencia del 20 de junio de 2006, considerando 7.

[31] Cf. art. 11, Protocolo de San Salvador, aprobado por la ley n° 24.658.

[32] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[33] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[34] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[35] Francisco, Discurso en la Facultad de Informática y Ciencias Biónicas de la Universidad Católica Péter Pázmány (Budapest), Hungría,  consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2023/april/documents/20230430-ungheria-cultura.html                                                                                                              

[36] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html