Por Juan Bautista González Saborido
1.- Introducción:
Los
graves problemas socio ambientales del planeta que habitamos son demasiado
evidentes para negar su existencia. El retroceso de los glaciares, los
incendios forestales en la Amazonia, los fenómenos meteorológicos extremos en
todo el mundo, la contaminación de la atmósfera, de los ríos, de los lagos y la
disminución sin precedentes de la biodiversidad que sustenta toda la trama de
la vida, revelan los graves daños ecológicos existentes en el planeta.
A
su vez, desde hace unas décadas, se está verificando una inusual aceleración
del calentamiento del planeta, con una velocidad tal que basta una sola
generación —no siglos ni milenios— para constatarlo. El aumento del nivel del
mar y el derretimiento de los glaciares pueden ser fácilmente percibidos por
una persona a lo largo de su vida, y probablemente en pocos años muchas
poblaciones deberán trasladar sus hogares a causa de estos hechos.
La
existencia de ciertos diagnósticos apocalípticos que suelen parecer poco
racionales o insuficientemente fundados, no debería llevarnos a ignorar que la
posibilidad de llegar a un punto crítico es real[1]. Por
su parte, no debemos dejarnos influir: ni por las posturas ecológicas que
provienen de sectores progresistas, que han hecho una bandera de esta cuestión
para atacar estilos de vida arraigados en la cultura popular; ni por la acción
de organismos supranacionales o de ONGs financiadas en el extranjero, que
muchas veces han sido utilizadas como herramienta de colonización ideológica en
contra de los intereses mayoritarios de los países que esos organismos deberían
tutelar[2]. Nada
de eso debería hacernos caer en posturas negacionistas del problema
medioambiental.
Ya
en febrero de 1972, el ex presidente Juan Domingo Perón[3]
publicó un mensaje sobre el cuidado del medioambiente denominado “Mensaje a los
Pueblos y Gobiernos del mundo”, donde cuestionó las variables críticas del
desarrollo y el impacto sobre los países del Tercer Mundo, como se los llamaba
en ese momento.
En
dicho mensaje hablaba de la sociedad de consumo y de los sistemas sociales de
despilfarro masivo basados en el gasto. Destacaba la producción de bienes
innecesarios o superfluos, introduciendo el concepto de obsolescencia
programada. También abordaba el problema de la sobreexplotación de los recursos
naturales, de la soberanía de cada país sobre ellos. Y mencionaba la obligación
de la restauración de la naturaleza.
Así pues, la cuestión medio ambiental no tiene
una dimensión secundaria o ideológica, sino
que se trata de un drama que agravia la dignidad de la persona humana y que
afecta a todos los habitantes del planeta. En virtud de ello, resulta necesario
tomar una postura clara y fundamentada frente a esta cuestión.
En efecto, la contaminación de la atmosfera, de
ríos, lagos y mares, la producción de gases de efecto invernadero que aceleran
el cambio climático, la problemática suscitada en torno a la escasez de agua
dulce, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de los océanos, la
degradación de los suelos, la desforestación, el deterioro de la calidad de
vida, etc., merecen una seria reflexión sobre su origen y sobre la motivación profunda
que se requiere para revertir la situación.
En
la encíclica social “Laudato sí”[4], el
Papa Francisco ofreció una reflexión lúcida acerca del paradigma tecnocrático
que según él, está detrás del proceso actual de degradación del ambiente. Refiere,
que es un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que
contradice la realidad hasta dañarla. En el fondo, dice el Papa, consiste en
pensar como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del
mismo poder tecnológico y económico. Como lógica consecuencia, de aquí se pasa
fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha
entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos.
Durante
estos últimos años este diagnóstico no sólo se ha confirmado, sino que asistimos
a un nuevo avance de dicho paradigma. Ciertamente, el desarrollo de la
inteligencia artificial y las últimas novedades tecnológicas parten de la idea
de un ser humano sin límite alguno, cuyas capacidades y posibilidades podrían
ser ampliadas hasta el infinito gracias a la tecnología. Así, el paradigma
tecnocrático se retroalimenta monstruosamente.
Sin
duda, no son ilimitados los recursos naturales que requiere la tecnología, como
el litio, el silicio y tantos otros, pero el mayor problema es la ideología que
subyace a una obsesión: acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable,
frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio. Todo lo
que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se
convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y
sus capacidades[5].
Los
antiguos griegos describían esta realidad denominándola hybris que consistía en un pecado grave de soberbia
o desmesura que terminaba alterando el orden natural. No era solamente
una grave falta hacia los dioses, sino también una tremenda insensatez.
Expresaban esta idea en sus rituales religiosos, en las tragedias y en sus
mitos –como el maravilloso mito del vuelo de Ícaro o el mito de Prometeo–. La hybris provocaba en el hombre un orgullo
desmesurado que ofendía a los dioses olímpicos y que rápidamente se volvía
contra el hombre mismo.
En
este sentido, causa estupor advertir que las capacidades ampliadas por la
tecnología «dan a quienes tienen el
conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio
impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del mundo entero. Nunca la
humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está haciendo […].
¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto poder? Es tremendamente
riesgoso que resida en una pequeña parte de la humanidad»[6].
Por su parte, la técnica es una realidad
omnipresente. Ernst Jünger[7]
describe a la técnica como la danza mágica que baila el mundo contemporáneo. Podemos
tomar parte en las vibraciones y en las oscilaciones de este último solamente
si logramos entenderla. No se trata solamente de evaluar tal o cual instrumento
aislado, sino que debemos comprender que el actual paradigma tecnocrático es
una suerte de atmosfera que influye en todas nuestras actividades haciendo
posible los deseos subjetivos de los hombres que la dominan.
¿Cuál es el origen de este
paradigma tecnocrático? La ciencia y la técnica, el mercado y el dinero, la
eficiencia y eficacia económica en la actualidad: ¿contienen una lógica
irrefrenable que se posiciona por encima de la persona y su derecho a una vida
digna? ¿De dónde proviene el modelo cultural que está siendo interpelado? ¿Debemos
defender ese modelo cultural a cualquier costo? ¿O desde nuestra propia
cosmovisión le podemos formular críticas?
Sin
la más mínima intención de agotar el tema, podemos decir que el actual modelo
cultural procede del ideal científico elaborado por Roger Bacon, Descartes y
Galileo, cuya interpretación de la naturaleza como mera facticidad ha impuesto
una agresiva manipulación de las cosas, ignorando la dimensión espiritual de la
vida.
La
modernidad cultural se caracteriza para Max Weber[8],
“como la separación de la razón
sustantiva expresada por la religión y la metafísica entre esferas autónomas
que son la ciencia, la moralidad y el arte”. Se establece así un signo
dominante de la modernidad: la separación entre ciencia, moral y arte,
diferenciándose de la antigüedad en donde estas esferas estaban unificadas por
la religión. “(...) la diferenciación
globalizadora que separa este momento histórico de las formas precedentes es la
acción social encaminada al dominio de la naturaleza”.
La
tierra, que antes estaba sacralizada, empieza a considerarse como una extensión
inanimada de materia puesta al servicio del hombre para que éste la domine y la
explote en beneficio propio y sin límite alguno.
Quizás
por ello, el progreso tecnológico de los últimos siglos, ha hecho olvidar las
verdades fundamentales del hombre y de la naturaleza rebajándola a pura
objetualidad sometida al ser humano por una relación de dominio. Frente a la
técnica moderna, es conveniente
evocar la “téchne” griega cuyo producir no consiste en
fabricar cosas, sino en un modo de conocimiento y arte realizado en función del
hombre.
Como
señala W. Jaegger, para comprender el significado que los griegos dieron a la
ciencia y a la técnica, debemos aproximarnos a su concepción orgánica del mundo
en la cual el hombre y el cosmos, el ser vivo y la naturaleza son concebidos a
partir de un mismo modelo formando una unidad. “Consideraron al mundo desde una perspectiva tal, que ninguna de ellas
les pareció como una parte separada y aislada del resto, sino siempre como un
todo ordenado en una conexión viva, en la cual y por la cual cada cosa
alcanzaba su posición y sentido”[9].
Como
se puede leer en Platón, Aristóteles y muchos otros, la téchne era sencillamente esto: un conjunto de saberes eficaces
acompañado del conocimiento de las razones o causas por las cuales el
procedimiento es eficaz. Dicho de otra forma, para los griegos era claro que era
necesario fundamentar la opinión práctica (eficaz) por el conocimiento de sus
causas o razones, todo basado en un equilibrio armónico entre el hombre, la
polis y el cosmos como un todo ordenado[10].
Sin
embargo, esta visión sufrió una transformación de raíz en la modernidad: "La exaltación del conocimiento
práctico contenido en las técnicas hasta hacer de él un método de análisis de
los fenómenos naturales, fue el paso verdaderamente revolucionario”[11].
Así se da la transformación de la téchne en técnica instrumental moderna. A
este elemento materialista del pensamiento moderno hay que añadir otro
concepto-clave: el de progreso. Para el hombre moderno, el despliegue de la
dominación técnica se justifica en tanto que es el medio para alcanzar mayores niveles
de bienestar y prosperidad. Es un camino ascendente cuya meta consiste en la
felicidad material absoluta y los avances de la técnica son la principal
manifestación de ese progreso.
Así, el progreso llega a identificarse con el
desarrollo técnico, y viceversa. Cuando se habla de países o de civilizaciones
avanzadas o atrasadas, se hace en función de su mayor o menor grado de
desarrollo técnico y se deja de lado cualquier otra dimensión humana,
especialmente las vinculadas con el espíritu. De ese modo, la técnica va a ser
considerada durante mucho tiempo en el espacio occidental como sinónimo de
felicidad.
Esta
diferenciación entre la techné griega y la técnica instrumental moderna está en
el origen de los problemas medio ambientales que padecemos en la actualidad. El
ser humano obnubilado por las promesas que le formula la tecnología, ha
olvidado las verdades esenciales que están en los fundamentos de su existencia.
Para
el filósofo político Patrick Deneen[12],
muchos de los elementos de lo que hoy llamamos nuestra crisis medioambiental
—el cambio climático, el esquilmado de los recursos, la contaminación y escasez
de las aguas, la extinción de las especies— son signos de batallas ganadas en
el marco de una guerra que se está perdiendo.
Añade
este autor, que actualmente nos hemos acostumbrado a argumentar que debemos
seguir a la ciencia en asuntos tales como el cambio climático, ignorando que
nuestra crisis es el resultado de una larga cadena de triunfos
científico-técnicos en los que «seguir a la ciencia» equivalía a progresar como
civilización. Nuestro mundo saturado de monóxido de carbono es la resaca de una
fiesta que ha durado ciento cincuenta años, en la cual hemos creído hasta el final
que habíamos alcanzado la liberación de las restricciones que nos impone la
naturaleza. Aún mantenemos la incoherente postura de que la ciencia puede
retirarnos obstáculos al tiempo que resuelve las consecuencias del proyecto que
representa.
Estamos
ante un problema civilizatorio profundo debido a que las herramientas
tecnológicas no están integradas en la cultura, sino que la atacan. La
tecnología pretende convertirse en la cultura. En consecuencia, la tradición,
los usos sociales, los mitos, la política, los rituales y la religión tienen
que luchar para poder sobrevivir en condiciones de inferioridad.
La
llamada tecnocracia ha entrado en la era de la «tecnópolis», en la que un mundo
culturalmente arrasado opera sometido a una ideología del progreso que lleva a la
sumisión de todas las formas de vida cultural a la soberanía de la técnica y la
tecnología. Las prácticas culturales residuales que sobrevivieron a la era de
la tecnocracia dan paso ahora a un mundo transformado en el que la tecnología
es en sí misma nuestra cultura, o nuestra anticultura, una dinámica que
destruye la tradición y las costumbres, ocupando el lugar de las prácticas
culturales, la memoria y las creencias.
Estas
críticas tienen en común el supuesto de que nuestra tecnología nos está
cambiando, a menudo para peor. Somos los sujetos de su actividad y permanecemos
impotentes en gran medida frente a su poder transformador. Nuestra ansiedad
surge de la creencia de que tal vez ya no podamos controlar la tecnología que
supuestamente iba a ser la principal herramienta de nuestra libertad. Hay otra
ansiedad tal vez más profunda, que nace de la creencia en que tales avances
tecnológicos son del todo inevitables, sin importar los avisos que se viertan
sobre sus peligros. Se ha instalado una especie de narrativa hegeliana y
darwiniana que parece dominar nuestra visión del mundo.
Concluye
Deneen, que finalmente, las leyes que gobiernan el desarrollo tecnológico
moldean inevitablemente nuestro mundo humano, dándole una forma cada vez más
idéntica, anticipando las sospechas actuales de que el hijo de la tecnología
moderna, la «globalización», sea una especie de resultado inevitable[13].
El mismo Jünger poco antes de morir, refería que
no tenía una imagen demasiado feliz y positiva respecto al futuro y que
suscribía lo afirmado por Höderlin quién en su poema “Pan y Vino” describió el
advenimiento de la edad de los titanes. Una edad muy propicia para la técnica,
pero desfavorable para el espíritu y la cultura[14].
2.- Desarrollo tecnológico,
estancamiento moral y espiritual del hombre posmoderno y la importancia del humanismo clásico.
En base a lo expuesto en la introducción, un punto que nos parece relevante
es la relación entre el desarrollo tecnológico y el paradójico empobrecimiento
moral y espiritual del hombre posmoderno. Quizás para entender la técnica y
evitar quedar subordinados a su lógica, sea necesario recuperar ciertas
verdades que estaban vigente en el humanismo clásico que luego fueron asumidas
y elevadas por el cristianismo, pero que en la actualidad se han oscurecido.
Así, ante el avance
vertiginoso del desarrollo tecnológico de estas últimas décadas; en medio de la
sociedad del conocimiento, de la cultura posmoderna, de la inteligencia
artificial, de la biotecnología es posible constatar un enorme desequilibrio
entre el desarrollo material y el desarrollo espiritual y moral del hombre
contemporáneo.
Asimismo, en esta economía
informacional de big data e inteligencia artificial, impregnada de
materialismo, de un individualismo nihilista y de un consumismo exacerbado
–aunque claro solo para unos pocos- avanza por todos lados el fenómeno de la
mercantilización volviéndose una característica omnipresente que lo invade
todo, incluso a la vida y a la persona humana.
La mercantilización de la
vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias
económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro,
pero en el fondo la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el
misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el frenesí de
poseer[15].
En esta lógica, la ciencia y
la técnica, que en el origen de la modernidad ilustrada europea, prometían la
emancipación del hombre, hoy tienden a volverse contra el hombre mismo anulando
su subjetividad. Con el avance de las
técnicas de la clonación humana y de edición genética, el hombre se vuelve un
producto de sí mismo e incluso una mercancía.
La conclusión de este diagnóstico, siguiendo a Carlos Disandro[16], es que
estamos en un tiempo de entropía histórica, de autonomía de los acontecimientos
por pérdida de su núcleo de sentido, de muerte del vínculo profético por la
ruptura con la percepción de lo sagrado y lo numinoso, y consecuentemente, de
diáspora espiritual de la humanidad en el desierto de la cultura técnica.
Por ello, en este contexto, nos parece relevante el análisis histórico de
nuestra herencia cultural clásica y cristiana de modo que nos permita volver a comprender
el misterio del hombre y de la naturaleza, como así también de su vínculo con
la tierra y con la sociedad para encontrar respuestas a los desafíos que se
presentan.
Frente al oscurecimiento de las verdades fundamentales del hombre, es
preciso recuperar el verdadero sentido de la “humanitas”, como vínculo del
hombre con la naturaleza como cosmos –es decir como una totalidad ordenada y
orgánica- y el vínculo del hombre y del cosmos con lo divino. De allí surge el
nexo profundo entre la historia real de la humanidad y la consistencia íntima
de esta.
La recepción de estas verdades por el cristianismo generó que la relación
de la humanidad con la totalidad del “cosmos” -o creación en términos
cristianos- posibilitara que este último
se coronarse en la “humanitas”, en el hombre como “microcosmos” en terminología
medieval y desde allí abrirse a lo
divino. De allí tenemos una naturaleza creada como “capax homini” y como “capax
Dei” a través del hombre[17].
El hombre con actitud contemplativa, a través del asombro, podía descubrir
las huellas de Dios en el libro de la naturaleza y alabar al creador. Ahora, en
cambio, la pérdida o degradación de la verdadera humanitas ha generado una
percepción distorsionada de la temporalidad, que niega toda dimensión
trascendente. Ello da pie al surgimiento de un evolucionismo en el devenir del
hombre donde la existencia de la humanidad se reduce exclusivamente a un ritmo
histórico y lineal.
Esto implica la pérdida de conciencia del tiempo como punto de encuentro
definitivo entre historia sacra y la historia profana. Lo que a su vez conlleva a la pérdida del
sentido del límite impuesto por la estructura de dicho centro. El resultado es
el dominio del futuro como pura posibilidad y un rechazo al pasado, a la
herencia y a la tradición como algo vetusto y caduco.
La clausura de la experiencia escatológica en la mentalidad occidental a
causa de la pérdida del sentido religioso de la “humanitas” y de su conexión
con el cosmos, ha provocado la conversión de la humanidad a la esfera
intrascendente de la existencia terrestre, sin apertura a lo sagrado como forma
suprema de la existencia. Es decir, que el hombre posmoderno tiene una visión
desacralizada de la historia donde ya no ve, ni providencia, ni finalidad, ni
sentido, ni escatología.
Se ha apagado el sentido religioso (o numinoso) del cosmos y en tal
situación la presión de los instrumentos civilizatorios y técnicos tienden a
acentuar el desequilibrio por un proceso de falsificación humana. El
desligamiento del sentido religioso del cosmos, crea la emersión de un
materialismo donde el cosmos carece de sentido y de significación y solo se la
considera como recurso explotable.
Estos problemas se trasladan también a la vida social. La vida de comunidad
realiza un nivel de la existencia humana construida por actos de compenetración
y apertura. Correlativamente el individualismo posmoderno y la crisis de la
comunidad señalan la pretensión del “yo” por integrar todos los niveles
posibles de la existencia[18].
Esta visión posmoderna contrasta con la del hombre antiguo que vale la pena
recuperar. En la fundación de ciudades, ve el romano el paso de lo cotidiano y
caduco a lo eterno y subsistente. Todo acto fundacional, es un acto trascendente
que devuelve en el límite de un tiempo, de una figura o de una obra, la
integridad humano-divina implícita misteriosamente en la estructura del cosmos.
Fundación de la Polis, de la Civitas, de la Comunidad, de la obra de arte en la
soledad de la contemplación[19].
La comunidad como término final de una apertura que posibilita en niveles
siempre nuevos y fecundos el vínculo Yo-tu-Nosotros. Apertura y término que son
en consecuencia principios de una coherencia y de una tarea.
Nos parece importante profundizar sobre esta cuestión siguiendo a Cicerón
quién ha logrado una lúcida síntesis sobre este tema. En efecto, para el antiguo
hombre romano el cosmos estaba habitado y todo el participa de una vida
inteligible. Asimismo, consideraba que los hombres habían sido engendrados y
habitaban la tierra para contemplarla, protegerla y administrarla, no para
dominarla[20].
Por ello, el primer acto que realiza el hombre sobre la tierra es la
agricultura. La tierra es para el romano algo inacabado, imperfecto que
requiere de la actividad humana. La tierra espera el acabamiento o si se
prefiere el perfeccionamiento por parte de la mano del hombre. Por eso para el
romano la cultura está en el vínculo, o mejor dicho en la comunión del hombre
con la tierra[21].
En la contemplación, el hombre dirige su mirada hacia lo alto. Esto para Cicerón
implica la existencia de un fundamento que rige el Cosmos y que se debe
respetar. Esta afirmación se inscribe en una larga tradición de pensamiento
griego: Parménides; Heráclito; Platón. Los griegos basan toda su concepción
política y jurídica en la unidad objetiva del mundo en cuanto cosmos, en cuanto
orden ontológico, orden divino y permanente.
Cicerón, heredero de esta tradición, escribe para la Roma de su época. Por
eso, frente al peligro de arbitrariedad que representaba en su momento la corrupción,
y el olvido de los dioses, luego de haber sentado su concepto de Lex, como la razón suprema por medio de
la cual los dioses gobiernan sabiamente el universo, lanza todos sus ataques contra
la discrecionalidad y el autoritarismo que implicaban una ruptura contra el
orden ontológico y divino.
Por ello, cuando se clausura el espíritu contemplativo, es inevitable la
primacía de la praxis. Los racionalismos, idealismos, positivismos,
existencialismos, que priorizan la praxis, una praxis autónoma que lleva al
hombre a producir, se sobreentiende que tienen como única salida el
utilitarismo. El mundo se presenta entonces al hombre como objeto de uso o
material manipulable. Y lo obliga a ingresar en la rueda producción-consumo. No
hay jerarquía, todos son siervos y señores. En la sociedad utilitaria no hay
lugar para la gloria[22].
3.- Aportes de los valores tradicionales
a la cuestión medioambiental.
Hemos expuesto una breve
síntesis sobre como el actual paradigma tecnocrático está en la raíz de los
problemas medioambientales y sobre la necesidad de recuperar los valores que
provienen del humanismo clásico y cristiano para reestablecer el vínculo del
hombre con la naturaleza, con lo sagrado y con los otros hombres en sociedad.
Ahora, en este apartado,
intentaremos argumentar que el cuidado del medioambiente también proviene de
valores tradicionales como el amor a la patria, la lealtad a los amores
compartidos, a la propia historia, a las futuras generaciones y al destino
común que nos involucra como nación. La condición humana no puede quedar
reducida a meros intereses económicos o genes egoístas, pues ello produce
paulatinamente la disolución de nuestro sentido patriótico y conduce a la
fragmentación social.
El amor a la patria comporta
el cuidado de un hogar histórico cultural en donde habitar. Necesitamos echar
raíces y tener un hogar para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros
nietos. Sin el poder de anclaje perdurable del ser común que es nuestra patria,
podemos convertirnos, en meros números, en agentes intercambiables y en objetos
de una manipulación incesante: seremos trabajadores, consumidores y vendedores
en mercados cada vez más sofisticados, en el mejor de los casos.
En toda cultura política, en
todas las grandes civilizaciones el «nosotros» hace referencia a lo sagrado.
Los seres humanos somos animales sociales por naturaleza. Pero la particularidad
del «nosotros» es siempre un don. El milagro del «nosotros» imbuye a la
solidaridad política de una densidad sagrada. No somos creados como argentinos,
italianos, ni polacos, pero amamos nuestra lengua materna. Los términos
«patria» y «madre patria» no son simples metáforas. Las naciones unen familias,
ciudades, pueblos y provincias. Y, por supuesto, también la religión manifiesta
las fuentes sagradas del «nosotros», porque proceden de una fuente divina[23].
En una larga entrevista
realizada a Ernst Jünger, comenta con perspicacia, que coincide con Heidegger –con
quién estuvo unido en un lazo de amistad- cuando refiere que unos de los males
fundamentales del hombre contemporáneo es su pérdida de raíces, su
extrañamiento y ausencia de patria, es decir la desorientación que se instala
cuando se pierden los lazos con la propia naturaleza y la estabilidad que
proviene del apego al suelo[24].
El sincero amor a la patria
nos saca de nuestros pequeños mundos. Nuestros amores compartidos –a nuestra
tierra, a nuestra historia, a nuestros mitos fundacionales, a nuestros héroes y
guerreros– nos arrastran hacia una perspectiva más elevada. Vemos nuestros
intereses privados como parte de un todo más grande, del «nosotros» que apela a
nuestra libertad de servir a la comunidad política con inteligencia y lealtad.
En suma, desde nuestra cosmovisión
humanista y cristiana existen muchos argumentos para fundamentar la necesidad
de cuidar el medioambiente, de evitar la depredación de los recursos, etc. Entre
ellos, uno sustancial es el amor a la patria.
Desde la teología
creacionista y el deber natural e inherente de la persona sobre el cuidado de
la tierra, pasando por el principio romano de la pietas, el antiguo amor a la patria, como vínculo sagrado de apego
a la tierra y a la herencia cultural de nuestros mayores, evolucionando en la actualidad con la noción
de oikofilia o amor por el entorno natural que acuñó el pensador conservador inglés
Roger Scruton[25]
en su ensayo Filosofía Verde, son muchos los tópicos que existen para abordar
esta cuestión.
Precisamente sobre este
pensador nos detendremos seguidamente, porque aporta ideas originales e
interesantes desde una perspectiva novedosa. Scruton sostiene que el globalismo aprovecha que los problemas del medio
ambiente traspasan las fronteras nacionales para imponer una serie de
directrices sin respetar las soberanías nacionales. Así, hace
tiempo que la agenda medioambiental fue confiscada por personas e ideas
radicalizadas para incrustar en ella viejos mantras socialistas que tienen a favorecer
el globalismo.
En este contexto, el
filósofo apunta que, en vez de confiar el medio ambiente a ONGs sospechosas y
comités internacionales que no rinden cuentas ante nadie y que suelen ser
mascarones de proa de importantes lobbies, debe ser la propia comunidad o si se
quiere la propia nación la que debe asumir la responsabilidad del cuidado de la
naturaleza. Son las personas
quienes deben hacerse cargo de su entorno local, cuidarlo como un hogar y
canalizar su compromiso a través de las asociaciones civiles que han sido el
eje tradicional de la política conservadora.
Scruton rechaza que ser
“conservador” tenga que ver con un capitalismo sin controles, con una descontrolada avaricia, con despilfarro o con
sobreexplotación de recursos. En psiquiatría se llama oicofobia (del
griego oikos, hogar) al miedo irracional y enfermizo al hogar, a
estar en casa y a todo lo que tenga aspecto casero. En su libro Filosofía verde Scruton adapta
este concepto al terreno político para denominar a las ideologías que repudian
las nociones de patriotismo y herencia cultural. Y frente a esta oicofobia contrapone la oicofilia, para representar todo
lo contrario: el apego a los vínculos naturales de familia, parroquia,
comunidad local y nación.
El objetivo de la política,
refiere, no es reorganizar la sociedad con arreglo a una visión o ideal
abarcador, como la igualdad, la libertad o la fraternidad. Sino mantener una
resistencia vigilante ante las fuerzas entrópicas que amenazan nuestro
equilibrio social y ecológico. El
objetivo es pasar a las futuras generaciones, y mientras tanto conservar y
mejorar, el orden del que somos administradores temporales.
Nuestro hombre propone
la oikophilia como razón mayor para adherirse a alguna forma
de cuidado del medioambiente. O sea, el sentimiento de amor por el hogar: «el lugar donde somos y que compartimos, el
lugar que no queremos arruinar». En una sociedad cada vez más compleja,
digitalizada y robotizada, la
defensa de la vida tradicional es un interesante contrapeso al imperativo
moderno de la aceleración[26].
4.-
El derecho al uso de los recursos naturales.
Un punto donde el cuidado
del medioambiente adquiere singular relevancia es en relación a la explotación
de los recursos naturales. En el Derecho Internacional existe, prácticamente desde
el inicio, el principio de la soberanía permanente sobre los recursos naturales.
Se reconoce la importancia de este derecho vinculado a la soberanía, al reconocérsele
el carácter de un principio de derecho internacional consuetudinario.
Posteriormente, la Asamblea
General, en 1960 aprobó la histórica “Declaración sobre la Concesión de
Independencia a los Países y Pueblos Coloniales”. Esta Declaración reconocía el
derecho de libre determinación de todos los pueblos y afirmaba que el
colonialismo debía llegar a su fin rápida e incondicionalmente. Transcurrido el
proceso de descolonización durante la década de 1960, el derecho a la
explotación de los recursos naturales recibió su consagración positiva como
principio general del Derecho Internacional al incluírselo en el artículo 1,
común, de los dos Pactos Internacionales sobre Derechos Humanos, conocidos como
Pactos de Nueva York.
Pues bien, este derecho
soberano puede ser calificado como esencial para nuestro país y el mismo incluye
el derecho de propiedad y de control sobre los recursos y su explotación, junto
a derechos complementarios como el derecho de recuperación y de restitución, la
exención de coacción etc. Surge con meridiana claridad entonces, que el derecho
soberano sobre los recursos naturales está relacionado con la libre
determinación y con el derecho de proteger nuestra propia producción nacional.
En suma, cada nación tiene
derecho al uso soberano de sus recursos naturales y el de impedir su
depredación. Pero, al mismo tiempo, cada gobierno tiene la obligación de
exigir, a sus ciudadanos el cuidado y utilización racional de los mismos. El
derecho a la subsistencia individual impone el deber hacia la supervivencia
colectiva, ya se trate de ciudadanos o pueblos.
Como un deber que emana del
amor a la patria y de la solidaridad con nuestros compatriotas, con nuestros
antepasados y con nuestros herederos, se impone el cuidado de nuestros recursos
naturales de la voracidad que pueden desarrollar las grandes corporaciones
internacionales. Se trata de agentes que
absolutizan el lucro y que buscan los recursos para explotarlos
indiscriminadamente con el objeto de alimentar un tipo absurdo de
industrialización, donde rige una economía desvinculada de todo orden ético y
contraria a la dignidad de la persona humana.
En este sentido, la encíclica “Laudato Si”[27] plantea que los recursos de la tierra están siendo depredados a causa
de formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y
productiva. Ello genera la pérdida de selvas y bosques lo cual implica al mismo
tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el futuro recursos
sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino también para la
curación de enfermedades y para múltiples servicios.
Estas formas nocivas de
entender la economía y la explotación de los recursos naturales, han provocado que,
en el ejercicio de este derecho soberano a explotar los recursos naturales, surgieron
problemas con el cuidado del medio ambiente. Problemas que generalmente se
evidencian con más fuerza en países en vías de desarrollo como el nuestro, donde
el medio ambiente constituye un auténtico recurso que se vincula con el
principio de soberanía permanente sobre los recursos naturales.
Consiguientemente, la
explotación de los recursos naturales debe armonizarse con el derecho a un
medio ambiente sano. Este derecho comenzó a ser reconocido por el Derecho
Internacional a partir del año 1972, cuando la Declaración de la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el Medio Humano expresó que “[e]l hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, la igualdad y
el disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio de calidad tal que le
permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne
obligación de proteger y mejorar el medio para las generaciones presentes y
futuras”[28].
Desde entonces, se inició
una tendencia cada más extendida de consagración de este derecho a nivel
nacional. En el caso argentino, la reforma constitucional del año 1994 lo
incorporó en el capítulo “Nuevos derechos
y garantías” como un derecho fundamental de todos los habitantes a “gozar de un ambiente sano, equilibrado,
apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas
satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones
futuras”[29].
Para la Corte Suprema de Justicia de la Nación, tal reconocimiento constituye
una “precisa y positiva decisión del
constituyente (…) de enumerar y jerarquizar con rango supremo a un derecho
preexistente”[30].
El derecho a un medio
ambiente sano encuentra además una amplia recepción en instrumentos internacionales
de derechos humanos. Así, el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales (PIDESC), que goza de jerarquía constitucional (art. 75
inc. 22 CN), reconoce el derecho a un nivel de vida adecuado y el deber de los
Estados de adoptar medidas apropiadas para asegurar este derecho, entre otras,
mediante la utilización más eficaz de los recursos naturales (artículo 11);
también consagra el derecho a la salud y, entre las acciones que se deberán
implementar para dotarlo de plena efectividad, se menciona el mejoramiento del
medio ambiente (artículo 12).
Por su parte, el sistema
interamericano lo incorporó en el Protocolo Adicional a la Convención Americana
sobre Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
—conocido como Protocolo de San Salvador—, como el derecho que posee toda
persona a vivir en un medio ambiente sano y a contar con servicios públicos
básicos y determina que los Estados deben promover la protección, preservación
y mejoramiento del medio ambiente[31].
Ahora bien, todo este sistema internacional de protección
del medioambiente suele ser utilizado e interpretado a favor de los países
centrales, que paradójicamente, fueron los grandes causantes de los problemas
ecológicos. O bien, también sucede que
los análisis de los organismos supranacionales, en lugar de resolver los
problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, atinan sólo a
proponer como solución una reducción de la natalidad. No faltan presiones
internacionales a los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a
ciertas políticas de «salud reproductiva», como lo hace por ejemplo la Agenda
2023 y sus 17 objetivos del desarrollo sostenible adoptado por la Asamblea
General de la ONU el 25 de septiembre de 2015.
Responsabilizar al aumento de la población, y no al consumismo extremo y
selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas. Se pretende
legitimar así el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el
derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar, porque
el planeta no podría ni siquiera contener los residuos de semejante consumo.
Otro aspecto relevante es que debe pensarse en una ética de las relaciones
internacionales. Porque hay una verdadera deuda ecológica, particularmente
entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con
consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de
los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países.
Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo el planeta
para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante dos siglos y
han generado una situación que ahora afecta a todos los países del mundo. El
calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene
repercusiones en todo el planeta y afecta a los lugares más pobres de la tierra[32].
A esto se agregan los daños causados
por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países menos
desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital. Se
constata que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que
hacen en los países subdesarrollados lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener[33].
Por otra parte, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el
cambio climático hay responsabilidades
diversificadas y corresponde enfocarse especialmente en las
necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo
dominado por intereses más poderosos[34].
Esto significa que se debe
reconocer el peligro de que se imponga a los países de menores recursos
compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países más
industrializados. Como así también advertir los intereses económicos que están
detrás de propuestas de internacionalización de bosques, acuíferos o glaciares.
5.-
Conclusión.
Tal
como hemos expuesto, desde nuestra perspectiva, el actual modelo cultural
procede del ideal científico elaborado por Roger Bacon, Descartes y Galileo,
cuya interpretación de la naturaleza como mera facticidad ha impuesto una
agresiva manipulación de las cosas, ignorando la dimensión espiritual de la
vida.
Este modelo engendró una arrogancia de ser y tener[35] que se
transformó en una gran desmesura antropocéntrica. En esta desmesura o “hybris
prometeica” está el origen de un paradigma tecnocrático materialista y restringido
donde la naturaleza es vista solo como un recurso explotable ilimitadamente.
Esta visión que desprecia la herencia cultural del humanismo helénico y cristiano es
insostenible en el tiempo. Por eso ha llegado el momento de volver a prestar
atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez es la
posibilidad de un desarrollo humano y social, más sano y fecundo.
Para la tradición humanista, es necesario encontrar nuevamente un equilibrio armónico entre el hombre, la polis y
el cosmos como un todo ordenado. Asimismo, desde una perspectiva católica, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque
tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un
valor y un significado único. La naturaleza suele entenderse como un sistema
que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida
como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad
iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal.
Si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo
recuperamos la mirada contemplativa y de cuidado que debemos tener sobre ella, podremos equilibrar nuestras necesidades
respetando el orden natural. Eso nos permitirá terminar con el mito moderno del
progreso material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios
le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo
deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
Es necesario en esta cuestión ampliar el horizonte de comprensión. Ello porque la
protección del medio ambiente, el cuidado de los recursos naturales, evitar su
depredación es parte de nuestro entrañable amor a la patria, a nuestros valores
compartidos y a la herencia de nuestros mayores.
Asimismo, el cuidado del medio ambiente deberá constituir parte integrante
del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada. Pero al
mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del humanismo, que de por
sí convoca a los distintos saberes, también al económico, hacia una mirada más
integral e integradora.
Hoy el análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de
los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada
persona consigo misma, que genera un determinado modo de vincularse con los
demás y con el ambiente. Hay una interacción entre los ecosistemas y entre los
diversos mundos de referencia social.
La solución debe trascender
la mirada meramente tecnológica y financiera. Tampoco es aceptable una solución
global de “talle único” sin que se
reconozcan las especificidades de cada país y la dimensión del desarrollo. Si
bien el cuidado del medioambiente debe tener una perspectiva global, no puede limitarse
a la defensa de los intereses de algunos países o peor aún de algunas empresas[36].
En
definitiva, la crisis ambiental es una manifestación de una crisis ética,
cultural y espiritual de la modernidad, por lo que no se
solucionará sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano, consigo
mismo, con la creación y con sus semejantes protegiendo la dignidad de la
persona como una cuestión central.
No podemos entendernos a
nosotros mismos ni nuestra época sin prestar atención al medioambiente; pero
tampoco podemos entender el medioambiente si ignoramos las ligazones naturales
de toda persona con su entorno, con su nación y con los suyos. Este sentimiento
de vínculo con las generaciones pasadas y futuras, está conectado con la antigua virtud
de la "pietas" romana.
Por último, el amor a la
patria comporta el cuidado de un hogar histórico cultural en donde habitamos.
Es necesario cuidar nuestras raíces, valorar la herencia recibida de nuestros
mayores, también en materia ambiental, y
construir, conservar y edificar con grandeza un hogar para nosotros, para
nuestros hijos y para nuestros nietos. De allí brota el fundamento y la energía
para el cuidado del medioambiente.
[1] Papa Francisco, Laudate
Deum,n° 6, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html
[2] Schuff, Sebastián y Quiroga, María Ann, “Balance del financiamiento de
CIDH y de la Corte Interamericana. Opacidades e influencias en una financiación
condicionada.” Washington, EE.UU., 2022. Consulta en línea en: https://globalcenterforhumanrights.org/files/GCHR-Balance-del-financiamiento-de-la-CIDH-y-Corte-IDH.pdf
[3] Perón, Juan D. “Mensaje a
los Pueblos y Gobiernos del Mundo”, Madrid, febrero de 1972, consulta en línea
en http://archivoperonista.com/sites/default/archivos/documentos/1972/declaraciones/mensaje-ambiental-peron-pueblos-gobiernos-mundo-901.pdf
Francisco,
Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, nros. 104 y 105, consulta
en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html[4]
[5] Francisco, Exhortación
Apostólica “Laudate Deum”, n° 22, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html
[6] Francisco, Exhortación
Apostólica “Laudate Deum”, n° 23, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html
[7] Jünger, Ernst, “Los
titanes venideros”, Página indómita, enero de 2016.
[8] Citado por Hoyos Medina,
C. A. en “Epistemología y discurso pedagógico. Razón y aporía en el proyecto de
la modernidad. Epistemología y objeto pedagógico.” México: UNAM, 1992, p.19-40.
[9] Jaeger, W. Paideia.
México: Fondo de Cultura Económica, 1983.
[10] Aristóteles aborda el tema de la técnica en el libro I de la Metafísica (Edición de 1875) y en
el libro II de la Física (Edición de 1995).
[11] Farrington, B., Mano y
cerebro en la antigüedad. Ed. Ayuso, Madrid, 1974, pag.26.
[12] Deneen, Patrick, “Porque
ha fracasado el liberalismo”, Rialp S.A., 2018.
[13] Deneen, P., “Porque ha
fracasado el liberalismo”, Rialp S.A., 2018.
[14] Jünger, E., “Los titanes
venideros”, Página indómita, enero de 2016.
[15] Mons. Piero Coda "La mercantilización de la persona"
consulta en línea el 6 de junio de 2022 en CCIC Centro Católico Internacional
de Cooperación con la UNESCO, París, Francia.
[16] Disandro, Carlos
“Argentina bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.
[17] Disandro, C. “Argentina
bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.
[18] Disandro, C. “Argentina
bolchevique”, Ediciones Hostería Volante, La Plata, 1965.
[19] Disandro, C. “Humanismo.
Fuentes y desarrollo histórico.” Fundación Decus, La Plata, 2004.
[20] Cicerón, De re publica VI,
l5.
[21] Sustersic, María E. “La contemplación y la acción frente a la gloria en De re publica de
Cicerón” [en línea]. Stylos, 22 (2013). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/contemplacion-accion-frente-gloria.pdf
[22] Sustersic, María E. “La contemplación y la acción frente a la gloria en De re publica de
Cicerón” [en línea]. Stylos, 22 (2013). Disponible en: http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/contemplacion-accion-frente-gloria.pdf
[23] R. R. Reno “El retorno de
los dioses fuertes. Nacionalismo, populismo y el futuro de occidente.”
Biblioteca Homolegens, Madrid, 2020.
[24] Jünger, Ernst, “Los
titanes venideros”, Página indómita, enero de 2016.
[25] Scruton, R. (2021).
Filosofía Verde. Biblioteca Homolegens. Madrid.
[26] Scruton, R. (2021).
Filosofía Verde. Biblioteca Homolegens. Madrid.
[27] Francisco, Carta
Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[28] Principio 1 aprobado por
la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano celebrada en
Estocolmo del 5 al 16 de junio de 1972.
[29] Art. 41, Constitución
Nacional: “Todos los habitantes gozan del
derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para
que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin
comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo.
El daño ambiental generará prioritariamente la obligación de recomponer, según
lo establezca la ley. Las autoridades proveerán a la protección de este
derecho, a la utilización racional de los recursos naturales, a la preservación
del patrimonio natural y cultural y de la diversidad biológica, y a la
información y educación ambientales. Corresponde a la Nación dictar las normas
que contengan los presupuestos mínimos de protección, y a las provincias, las
necesarias para complementarlas, sin que aquéllas alteren las jurisdicciones
locales. Se prohíbe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o
potencialmente peligrosos, y de los radiactivos”.
[30] CSJN, “Mendoza, Beatriz
Silvia y otros c/ Estado Nacional y otros s/ daños y perjuicios (daños
derivados de la contaminación ambiental del Río Matanza - Riachuelo)”, Fallos
329:3316, sentencia del 20 de junio de 2006, considerando 7.
[31] Cf. art. 11, Protocolo de
San Salvador, aprobado por la ley n° 24.658.
[32] Francisco, Carta
Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[33] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015,
consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[34] Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015,
consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[35] Francisco, Discurso en la Facultad de Informática y Ciencias Biónicas de la Universidad Católica Péter Pázmány (Budapest), Hungría, consulta en línea en https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2023/april/documents/20230430-ungheria-cultura.html
[36] Francisco, Carta
Encíclica “Laudato Si”, Roma 24 de mayo de 2015, consulta en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html