La última encíclica de Francisco de octubre de 2020 trata como cuestión central la “fraternidad” y la “amistad social” en nuestros pueblos. Describe algunos puntos salientes del escenario político y social de la actualidad, y luego intenta superar el reduccionismo de las ideologías imperantes y de mostrar la importancia de la fraternidad como estilo de vida, como método de acción social y como escuela para una nueva política.
El Pontífice nos advertía en esta encíclica, que pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer nuevamente en una fiebre consumista -peor aún que la anterior- y en nuevas formas de autopreservación egoísta, de globalización de la indiferencia y de hiperinflación del individuo. Todo un elenco de disvalores que oscurecen la construcción de un “nosotros” y que favorecen una dinámica en donde solo existen “los otros” que son vistos con temor y desconfianza.
El Papa Francisco vislumbra que estamos en una etapa bisagra de nuestra historia, un momento que actúa como la
hora de la verdad, donde se sacuden nuestras categorías y estilos
de vida. Un momento en donde afrontamos una crisis ante la cual la pregunta sustancial es: si
saldremos mejores, o si seguiremos inmersos en un consumismo exasperado. Un estilo de vida donde impera la cultura del descarte que no considera
ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, sino
que las considera como objetos descartables, especialmente si
son pobres o discapacitadas, si “todavía no son útiles” —como los no nacidos—,
o si “ya no sirven” —como los ancianos—.
Francisco nos recuerda que frente a este panorama, existe el
peligro de refugiarnos en nuestra zona de confort, para mantener nuestro statu
quo. Pero, como dice Hölderlin, “donde
hay peligro, crece también lo que nos salva”. Así pues, nos incita a que veamos en esta crisis una
oportunidad para soñar en grande, para
comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo y para aceptar el desborde
de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo las fronteras tradicionales.
Frente a la cultura del descarte
y frente al virus de la indiferencia, la cultura del servicio y del cuidado, y la convocatoria a la fraternidad humana, la amistad social y la
solidaridad, son los ingredientes fundantes para forjar un nosotros auténtico que nos
contenga a todos. Por eso, nos exhorta a que la fraternidad y la amistad social
se abran paso, sin prisa, pero sin pausa, en los mundos de la religión, la política, la economía y la
cultura. Estos son los valores que debemos diseminar.
Pontifex, sostiene que la atmósfera cultural imperante, promueve un modelo que conlleva a una pérdida del sentido de la historia que disgrega a las sociedades y les hace perder su identidad, debilitando aún más los vínculos comunitarios. Nos advierte también, sobre la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero provocando un mayor asilamiento de las personas y una pérdida de sentido cada vez más profundo, dejando en pie –únicamente- la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismos hedonistas sin contenidos y sin sentido.
En este sentido, dice el Papa Francisco que: "los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política. Un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras. ¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción" (FT, n° 14).
En efecto, ni las personas ni las sociedades tenemos existencia por nosotros mismos, sino
que sólo podemos realizarnos en el marco de una comunidad, de un pueblo que
también se realice pues cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un
pueblo y, al mismo tiempo, no hay
verdadero pueblo sin respeto al rostro singular e insustituible de cada persona.
Sin embargo, bajo el pretexto de combatir el populismo, existe la tentación de borrar del lenguaje la palabra pueblo: “La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra “pueblo”. La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social.” (FT, nº 157).
Romano Guardini, un teólogo de
enorme influencia en el pensamiento del Papa, afirma que el concepto de pueblo
es la expresión profunda y auténtica de lo propiamente humano. El pueblo es la
esfera primigenia de lo humano, esfera poderosa y venerable en donde el hombre
está verdaderamente arraigado. Y la política, es la práctica mediante la cual
una comunidad se conforma en un pueblo, por ello su práctica debe tender hacia la unidad y al fortalecimiento de la identidad, y
no hacia su debilitamiento, la división o el enfrentamiento. Parafraseando a Marechal podríamos decir que el objeto de la política es transformar una masa numeral en un pueblo esencial.
Siguiendo a Francisco Pestanha, podemos definir al pueblo como el complejo dinámico de personas humanas que están entrelazadas por la proximidad de un vivir en común, donde las fuerzas a veces convergen y otras veces divergen, y cuyo particular devenir histórico constituye una cultura específica, compuesta de prácticas, significaciones y creencias. Sus integrantes poseen conciencia de ellas y a la vez son por ellas constituidos parcialmente e intentan proyectarlas hacia adelante en una unidad de destino, aun en las condiciones más desfavorables.
Sin embargo, existe una atmósfera social y cultural que conspira contra estos ideales y valores. Como señala y enumera Rodrigo
Guerra: los nacionalismos cerrados, la globalización que elude la fraternidad,
la pérdida del sentido de la historia, la colonización cultural, la
polarización social, la trivialización de la responsabilidad medio-ambiental,
la cultura del descarte, el nacimiento de nuevas formas de pobreza, los
derechos humanos insuficientemente universales, la falta de reconocimiento a la
dignidad de las mujeres, las nuevas formas de esclavitud, la promoción de la
lógica del conflicto y del miedo, los desafíos propios de la pos pandemia, la civilización del espectáculo, el nuevo radicalismo que se vehicula
a través de redes sociales, la manipulación de los procesos democráticos, el
fanatismo religioso y la falta de esperanza fundada, son algunos de los
fenómenos que se describen en la encíclica y que operan como el telón de fondo
para repensar cómo debemos imaginar una refundación radical de nuestras
formas de convivencia y de nuestros proyectos sociales.
En definitiva, lo que Francisco
plantea, es que nuestras sociedades, nuestros pueblos, no requieren un mero ajuste
secundario de algunas cuantas cuestiones que precisan afinarse para su cabal
funcionamiento. Mucho menos necesitan una mejora meramente cosmética,
superficial, de cara a la cultura de las “apariencias”.
Al contrario, el Papa nos recuerda con
particular intensidad que cuando la
sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí
misma y fomenta la división y el enfrentamiento en su seno, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia
que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
No sólo porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz y opera como una gangrena que impide el logro del bien común y de la realización social y personal.
Por eso,
es que afirma con particular intensidad, que la fraternidad y la amistad social son el camino para la reconstrucción
de los vínculos comunitarios que nos permitan formar parte de un verdadero pueblo de
hermanos y no una precaria suma de individuos fragmentados.
Como dice el teólogo italiano Bruno Forte: “En esta noche del mundo el formularse la pregunta acerca del otro sigue siendo el único camino para abrirse a la búsqueda de la patria perdida”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario