Por Juan Bautista GONZALEZ
SABORIDO[1]
La cuestión de la política demográfica constituye para Latinoamérica, y obviamente para nuestro país, un asunto estratégico de primer orden. Se trata de un aspecto directamente vinculado con el desarrollo de una política poblacional y de arraigo territorial tan urgente como necesario, debido a la extensión geográfica de nuestro país, a su insuficiente población y a su pésima distribución.
En la actualidad, en la región latinoamericana, ya es
posible afirmar que el cambio de estructura por edades de la población es un
fenómeno que habiendo sido anunciado con prudente anticipación, se ha
transformado en un dato de la realidad. Hoy en día, el envejecimiento
demográfico es un proceso en marcha, con variaciones subregionales y entre
países, pero bien establecido y que afecta directamente a nuestro país.
La caída de la fecundidad en la región, obedece a
múltiples causas y no es objeto del presente trabajo analizarlas. Pero si lo
es, establecer la correspondencia entre esta caída y la presión ejercida por
las naciones centrales para que descienda la tasa de natalidad en los países
periféricos o subdesarrollados.
Un ejemplo elocuente lo constituye el “Memorando de Estudio de Seguridad Nacional
200: Implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de
EE.UU. e intereses de ultramar” (National Security Study Memorandum 200:
Implications of Worldwide Population Growth for U.S. Security and Overseas
Interests, en adelante NSSM 200)[2].
La
tesis básica de la exposición del MSSM 200 es que el crecimiento de la
población en los países menos desarrollados (PMD) representaba una preocupación
de seguridad nacional de EE.UU., ya que incrementaría el riesgo de disturbios
civiles e inestabilidad política en los países que tenían un alto potencial
para el desarrollo económico y que además son poseedores de recursos naturales
que EE.UU necesita.
Para
evitar el crecimiento demográfico en los países menos desarrollados, el NSSM
200 propone que se subsidien políticas de control de la natalidad y plantea,
que el éxito de dicha estrategia política depende de la fuerza del mercado para
imponer estilos de vida hedonistas, donde la búsqueda de confort y el
consumismo exacerbado puedan imponer modos de vida que favorezcan las campañas
de control de la natalidad.
Relacionada
con esta cuestión, el Papa Francisco, recientemente, ha planteado que este
mundo globalizado y masificado hace prevalecer los intereses individuales y
debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Se trata de un globalismo
que favorece la identidad de los más fuertes pero que licua las identidades de
las regiones más débiles, haciéndolas más vulnerables y dependientes, volviendo
a la política cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales
que aplican el “divide y reinarás”.[3]
Este
contexto de presión de naciones fuertes sobre las más débiles para imponer
políticas de control demográfico -que incluyan la legalización del aborto y la
esterilización- tienen como matriz
ideológica al neomaltusianismo. La idea central de esta tesis es que: “El
origen de todos los males se encuentra en el exceso de población, especialmente
de los países subdesarrollados”. Esta tesis tiene la gran “virtud” de
ocultar las causas reales de la pobreza y el hambre. Ergo, las clases
dirigentes quedan libres de culpa respecto de la pobreza porque las causas no
hay que buscarlas en el reparto de la riqueza sino en la fertilidad.
En
esta matriz ideológica, converge el
accionar de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) entidad que viene
promocionando el descenso de la tasa de natalidad. Un hito en esta tarea lo constituyó la
Conferencia de El Cairo en 1994 que instituyó los derechos de salud
reproductiva, que han tenido un impacto importante en el discurso para la promoción
del control demográfico en naciones como la nuestra que precisamente deben
hacer lo contrario.
Debemos
aclarar, que la cuestión demográfica está muy relacionada con la posibilidad
del desarrollo, pues es la base humana de cualquier política que se diseñe con
ese objetivo. Un país, donde su población disminuye y en la que los ancianos
tienden a ser proporcionalmente más numerosos que los jóvenes afecta gravemente
su productividad, pues se debilita la capacidad de generar riqueza de su población.
Sin
embargo, el desarrollo no es sólo una cuestión económica o política, sino que es
una cuestión profundamente ética y antropológica. La sustancia del desarrollo
consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no
es verdadero desarrollo[4].
Desde esta perspectiva, es que se puede afirmar que
la apertura moralmente responsable a la vida es también una riqueza social y
económica. En ese orden de ideas, los graves problemas que
acarrea la disminución de la tasa de natalidad, fueron elocuentemente señalados
por Benedicto XVI, quién señala: “Grandes
naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número y a la
capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes
pasan ahora por una fase de incertidumbre, y en algún caso de decadencia,
precisamente a causa del bajo índice de natalidad (…) La disminución de los
nacimientos, a veces por debajo del llamado «índice de reemplazo generacional»,
pone en crisis incluso a los sistemas de asistencia social, aumenta los costes,
merma la reserva del ahorro y, consiguientemente, los recursos financieros
necesarios para las inversiones, reduce la disponibilidad de trabajadores
cualificados y disminuye la reserva de «cerebros» a los que recurrir para las
necesidades de la nación.”[5]
En
ese sentido, el respeto, la protección y la acogida de la vida es una
manifestación de virtud y vigor en un pueblo que manifiesta su esperanza en el
futuro, su disposición a la solidaridad, al respeto de los semejantes, a la
fraternidad y al cuidado de la
naturaleza.
Por lo tanto, en toda la región, pero especialmente en nuestro país, por una cuestión estratégica de ocupación del territorio y de custodia de los recursos naturales, los gobiernos deberían empeñarse en implementar políticas de desarrollo demográfico y no de control de la natalidad. Hoy como ayer, sigue vigente la frase de Alberdi “Gobernar es poblar”, pero en la actualidad hay que agregarle que gobernar también es integrar, educar, cohesionar y dar trabajo digno.
[1] El autor es abogado, profesor universitario e investigador en la
Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad del Salvador.
[2] Este Memorando es más conocido como el “Informe Kissinger” debido
a que lo suscribió quién poco tiempo fue Secretario de Estado de EE.UU.
[3] Papa Francisco, Carta Encíclica “Fratelli Tutti”, n° 12, consulta
en línea en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
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