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miércoles, 1 de mayo de 2024

La dignidad del trabajo y su indudable valor social.

 


El trabajo es una actividad verdaderamente singular en el hombre. De hecho, es una de las características que lo distinguen del resto de las criaturas; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede hacerlo, llenando con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad. Este signo determina su característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza.

Consecuentemente, el trabajo tiene una indudable dimensión subjetiva que es la del hombre que trabaja. Dicha dimensión le confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona.

Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intente reducir el trabajador a un mero instrumento de producción, a simple fuerza de trabajo, a mero recurso humano, acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana.

El hombre, trabajando con empeño y competencia, actualiza sus capacidades naturales, honra los dones de la creación y desarrolla los talentos recibidos. Mediante el trabajo, la persona  procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.

Por eso, es que se puede hablar de un humanismo del trabajo en tanto construye la existencia profunda del hombre y lo liga solidariamente a una sociedad donde los frutos de dicho esfuerzo permiten consolidar junto a los del resto de sus compatriotas,  los bienes de la Nación.

Asimismo, el trabajo constituye la mejor forma de integrarse en la comunidad política. Y esa es la razón por la cual, el trabajo es un derecho y es un deber, no solo porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume, sino porque trabajar dignifica a la persona del trabajador y es la actividad que le permite contribuir al bien común de la patria.

El trabajo no es una mera tarea de producción, sino que constituye un valor social. Cuando se enuncia que el trabajo dignifica, eso significa que las personas que trabajan encuentren lazos de pertenencia con una condición “positiva” de enorme contenido simbólico porque es el motor para la realización moral de las personas, de las familias y de la Nación.

Considerando el futuro de nuestra nación como un proyecto a realizarse en forma colectiva, el trabajo debe ser el principal organizador social y  la falta de trabajo debe considerarse como un factor de desorganización social. Asimismo, subsidiar la falta de trabajo en forma permanente va en contra de la dignidad de la persona y es abiertamente contrario al bien común y a los intereses más sagrados de nuestra Nación.

Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. Como sociedad no debemos buscar que el progreso tecnológico reemplace el trabajo humano. De consentir esta situación, la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal.

Para finalizar, en nuestro país y en nuestro continente en los que está todo por hacer, el pleno empleo es un imperativo moral y un instrumento ineludible para ocupar nuestro espacio y desarrollar nuestros recursos de manera de poder realizar nuestro destino nacional. ¡Feliz día del trabajador!

lunes, 18 de marzo de 2024

La “Revolución de la Ternura” según el Papa Francisco. Una breve síntesis.

 

                                                                


En el discurso del Papa Francisco, existe una idea que vale la pena resaltar. Es la denominada "Revolución de la Ternura". En este posteo he seleccionado una serie de párrafos y de frases del Papa Francisco donde se refiere precisamente a esta idea. 

1.- La esperanza cristiana: En primer lugar el Papa señala la importancia de la esperanza cristiana como una virtud infundida por el Espíritu Santo que nos permite ver el mañana. Cuando esa esperanza es compartida por un "nosotros", es decir por una comunidad, se transforma en una revolución. "Para nosotros, los cristianos, el futuro tiene un nombre y este nombre es esperanza. Tener esperanza no significa ser optimistas ingenuos que ignoran el drama del mal de la humanidad. La esperanza es la virtud de un corazón que no se cierra en la oscuridad, no se detiene en el pasado, no se mantiene a flote en el presente, sino que sabe ver el mañana. La esperanza es la puerta abierta hacia el porvenir. La esperanza es una semilla de vida humilde y escondida pero que se transforma con el tiempo en un gran árbol. Es como una levadura invisible, que hace subir toda la masa, que da sabor a toda la vida. Y puede hacer mucho, porque basta una pequeña luz que se alimente de la esperanza, y la oscuridad ya no será completa. Basta un hombre solo, para que haya esperanza, y ese hombre puedes ser tú. Después hay otro “tú” y otro “tú”, y entonces nos convertimos en “nosotros”. Y cuando existe el “nosotros”, ¿comienza la esperanza? No. Esa empezaba con el “tú”. Cuando existe el nosotros, comienza una revolución."

2.- La ternura cristiana: En segundo lugar, Francisco nos define la noción de ternura para los cristianos. La ternura como amor cercano y concreto que moviliza nuestro corazón hacia el prójimo que sufre y hacia la tierra que está enferma. La ternura es, según el Papa una señal de fortaleza, de solidaridad y de humildad: "¿Qué es la ternura? Es el amor que se hace cercano y concreto. Es un movimiento que procede del corazón y llega a los ojos, a los oídos, a las manos. La ternura es usar los ojos para ver al otro, usar los oídos para escuchar al otro, para oír el grito de los pequeños, de los pobres, de los que temen el futuro; escuchar también el grito silencioso de nuestra casa común, la tierra contaminada y enferma. La ternura consiste en utilizar las manos y el corazón para acariciar al otro. Para cuidarlo. La ternura es el lenguaje de los más pequeños, del que necesita al otro: un niño se encariña y conoce a su padre y a su madre por las caricias, por la mirada, por la voz, por la ternura. Me gusta escuchar cuando el padre o la madre hablan a su niño pequeño, cuando ellos también se vuelven niños, hablando como habla él, el pequeño. Esta es la ternura, abajarse al nivel del otro. También Dios se abajó en Jesús para ponerse a nuestro nivel. Este es el camino seguido por el Buen Samaritano. Este es el camino seguido por Jesús, que se abajó, que atravesó toda la vida del ser humano con el lenguaje concreto del amor. Sí, la ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes. La ternura no es debilidad, es fortaleza. Es el camino de la solidaridad, el camino de la humildad."

3.- Conclusión: Por último, el Papa nos llama a todos los cristianos y a los hombres de buena voluntad a comprometernos para transformar la realidad. Una realidad con que no puede quedar solamente en manos de políticos y grandes líderes empresarios.  "El futuro de la humanidad no está solamente en manos de los políticos, de los grandes líderes, de las grandes empresas. Sí, su responsabilidad es enorme. Pero el futuro está, sobre todo, en manos de las personas que reconocen al otro como un “tú” y a ellos mismos como parte de un “nosotros”.".

     Por lo tanto, la esperanza cristiana con su capacidad para ver la obra de Dios en el mundo, pese a la aparente obscuridad que pueda prevalecer circunstancialmente. La ternura como amor cercano y concreto que mueve nuestro corazón hacia las necesidades de nuestro prójimo y de la tierra que gime por el maltrato que recibe. Y, finalmente, con el valiente compromiso para cambiar una realidad que es responsabilidad de todos, es que los cristianos podemos transformar el mundo para construir el reino de Dios en la tierra. 

 


lunes, 5 de febrero de 2024

Inteligencia Artificial y dignidad humana.

 

Inteligencia artificial y dignidad humana

Por: Juan Bautista González Saborido


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Los avances en inteligencia artificial, robótica y las llamadas tecnologías “autónomas” han originado una serie de desafíos morales, jurídicos y políticos cada vez más urgentes y complejos. Existen esfuerzos para orientar estas tecnologías hacia el bien común y para resolver los dilemas que generan, pero las diversas iniciativas son un mosaico de voluntades dispares.

Por eso, nos parece relevante presentar sintéticamente algunos puntos del pensamiento del Papa Francisco sobre la cuestión, expuestos en diversas alocuciones y mensajes, porque, para nosotros, el diálogo entre el discurso religioso y la razón científica siempre es provechoso para la humanidad. 

Así pues, el primer aspecto que señala el Papa Francisco es que la denominada “galaxia digital”, y en particular la llamada “inteligencia artificial”, están en el corazón mismo del cambio de época que estamos atravesando y están dotadas de un gran potencial para mejorar la vida de las personas y de la sociedad.

El segundo aspecto, es que es una tecnología que está cada vez más presente en las actividades e incluso en las decisiones humanas, a tal punto que está cambiando nuestra forma de pensar y actuar. La mayor parte de las decisiones, incluso las más importantes, como las del ámbito médico, económico o social, son hoy fruto de la voluntad humana y de una serie de contribuciones algorítmicas.

La tercera es que, en el ámbito socioeconómico, los usuarios a menudo quedan reducidos a meros “consumidores”, sometidos a intereses privados concentrados en manos de las grandes empresas dueñas de las plataformas digitales. En dicho ámbito, a partir de los rastros digitales diseminados en la web, explica Francisco, los algoritmos extraen datos con los cuales se pueden controlar los hábitos mentales y relacionales de los usuarios para fines comerciales o políticos, a menudo sin que ellos mismos lo sepan. Se limita así, el ejercicio consciente de la libertad de elección.

La cuarta es que la confidencialidad, la posesión de datos y la propiedad intelectual son ámbitos en los que las tecnologías en cuestión plantean graves riesgos. A ello se agregan otras consecuencias negativas debido a su uso impropio, como la discriminación, la interferencia en los procesos electorales, la implantación de una sociedad que vigila y controla a las personas, la exclusión digital y la intensificación de un individualismo cada vez más desvinculado de la colectividad.

Por tanto, concluye Francisco, las nuevas tecnologías no son neutrales. Más bien, son instrumentos que modelan el mundo y comprometen las conciencias de las personas. Por ello, el Papa incita a que maduren motivaciones fuertes para perseverar en la búsqueda del bien común, frente a los intereses políticos, económicos y comerciales que atraviesan estas tecnologías.

Las propuestas frente a los desafíos.

Luego de realizar el diagnóstico y de señalar los riesgos de la IA, el Papa también formula una serie de propuestas. La primera, es la necesidad de una ética de los algoritmos o “algor-etica” que implica la responsabilidad de cada elemento del proceso de elaboración de estas máquinas. Al ser muchos los eslabones que intervienen en el proceso de creación de los aparatos tecnológicos (investigación, diseño, producción, distribución, uso individual y colectivo), cada una de ellos debe asumir una responsabilidad específica.

La segunda, es que, ante los desafíos éticos, no basta simplemente confiar en la sensibilidad moral de quienes investigan y proyectan dispositivos y algoritmos, sino que es necesario crear organismos sociales intermedios, multisectoriales, que garanticen la representación y tutela de los derechos de los usuarios y el aporte de las instituciones educativas. 

La tercera es que los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, dignidad de la persona, justicia, subsidiariedad y solidaridad, brindan una contribución decisiva. Estos principios expresan el compromiso de ponerse al servicio de cada persona en su totalidad y de todas las personas, sin discriminación ni exclusión.

La cuarta y última, es que la dignidad intrínseca de todo hombre y mujer es el criterio clave para evaluar las tecnologías emergentes. Las mismas revelan su positividad ética en la medida en que contribuyen a manifestar esa dignidad y a incrementar su expresión, en todos los niveles de la vida humana.

El concepto de dignidad humana, para Francisco, implica que el valor fundamental de una persona no puede medirse con un conjunto de datos. Por eso, en los procesos de toma de decisiones sociales y económicas, es un deber la cautela a la hora de confiar juicios a algoritmos que procesan datos recogidos, a menudo subrepticiamente, sobre las personas, sus características y los comportamientos pasados.

Conclusión

Existe una evidente asimetría entre los propietarios de las plataformas tecnológicas como Google, Amazon, Facebook,
Apple y Microsoft, los Estados Nacionales y los usuarios de las mismas. En este contexto, el aporte del magisterio del Papa Francisco es lucido, realista y valioso para diseñar una regulación robusta de los sistemas de IA tanto a nivel nacional como internacional.

Dicha regulación debe tutelar especialmente la dignidad y los derechos fundamentales de la persona humana, como por ejemplo: el derecho a la intimidad, a la privacidad, a la identidad, a la información, y debe promover la justicia y la búsqueda del bien común.

Todavía estamos a tiempo de controlar la IA y los algoritmos que aparentemente ya nos controlan. Para ello, lo más importante es que pongamos la razón moral por encima de la razón técnica. La tecnología siempre podrá ser un aliado del progreso, pero si se la incorpora en un marco ético y jurídico que jerarquice la dignidad humana.

Por eso es importante no centrarse solo en lo que puede hacer la IA, sino también en lo que pueden hacer las personas (creatividad, empatía, colaboración), lo que queremos que sigan haciendo, y buscar formas de qué humanos y máquinas puedan trabajar mejor juntos (complementariedad).

En definitiva, lo que necesitamos es humanizar la tecnología para poner a la persona y a sus derechos fundamentales en el centro de todos los avances tecnológicos.

* Profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Jurídicas (USAL)