1. Introducción:
Transitamos una auténtica epidemia de sufrimientos. Las adicciones a las pantallas, a las drogas, al alcohol y al juego se están incrementando notablemente en nuestra sociedad. A esto tenemos que sumarle el sedentarismo, que es la base sobre la que cabalgan infinidad de enfermedades individuales y sociales. Se trata de un conjunto de problemáticas que empañan la dignidad de la persona humana y que afectan a toda la comunidad.
El origen de las mismas es muy complejo. Pero es innegable que la cultura predominante en la actualidad, con su materialismo e individualismo, que confunde una vida plena con la riqueza material y la libertad con el consumismo y el culto al hedonismo, no logra satisfacer el profundo anhelo de felicidad que anida en el interior de cada persona. Por eso, vemos en nuestras sociedades a muchos hombres y mujeres que luchan contra la soledad, la desesperación y una dolorosa sensación de falta de sentido para sus vidas.
El Papa León XIV señala, que los modelos relacionales cada vez más marcados por la superficialidad; el individualismo y la inestabilidad afectiva; la difusión de modelos de pensamiento debilitados por el relativismo; la prevalencia de ritmos y estilos de vida en los que no hay suficiente espacio para la escucha, la reflexión y el diálogo, en la escuela, en la familia y a veces entre los propios coetáneos, provocan aislamiento y la consiguiente soledad que de ello se deriva.
Y, en ese orden de ideas, se sabe que el aumento del aislamiento y de la soledad facilitan la propagación de la epidemia de las adicciones. Este contexto nos plantea con claridad una primera cuestión central: que, en materia de salud, no existe por un lado la salud física, y por el otro, la salud psicológica y espiritual. Es necesario un equilibrio y armonía basado en una visión integral de la persona humana y este equilibrio necesario se inicia desde la primera infancia.
2. El desarrollo integral de la persona se construye desde la primera infancia.
La primera infancia es una etapa fundamental en la educación y desarrollo de la persona. Sin embargo, el uso de las pantallas desde edades tempranas y sostenidas en el tiempo pueden impedir que se desarrolle en los niños su capacidad de jugar, de contemplar y asombrarse frente a la realidad. También pueden impedir la construcción de su vida interior, con la singular importancia que tienen estos hábitos para su crecimiento sano, pleno y feliz.
Miguel de Unamuno decía que “para novedades, los clásicos” y en esta cuestión me parece adecuado recordar 3 (tres) enseñanzas de Quintiliano el gran pedagogo de la Roma del siglo I d. c. que decía:
1. “Los primeros hábitos son esenciales”. “Finis origine pendere” Como dice el adagio latino el final depende del principio. Por eso, la primera infancia es clave en la educación y en la formación del carácter.
2. “Hay que elegir con escrupuloso cuidado los adultos que han de estar en contacto con los niños” porque lo importante en la educación no son las instalaciones, sino las personas. No son las máquinas, ni las pantallas quienes educan, sino los padres y los maestros.
3. “Los niños tienen que jugar mucho”. El gran método que utilizó Quintiliano fue enseñar a través del juego. Por lo general, los niños ni siquiera necesitan juguetes, sino que juguemos con ellos. Bien lo sabía Quintiliano para quién el juego era un ejercicio vital y el mejor método para aprender.
Siempre los clásicos con su profundo humanismo nos aportan su sabiduría y criterio para enfrentar los problemas sociales que surgen a lo largo de la historia.
3. La adicción a las drogas y al alcohol:
Con respecto al flagelo de la droga y el abuso del alcohol advertimos en toda nuestra Patria, la diseminación de su consumo combinado con la fragmentación y disociación comunitaria provocada por la cultura del descarte. Esto produce una crisis del sentido de la vida, que se expande y se agrava con consecuencias epidemiológicas de escala.
A la crisis de la Fe de nuestro pueblo fomentada por este consumismo despersonalizante, se ha sumado una anomia y una falta de orden en la educación de los jóvenes. Predomina una visión reduccionista de la persona, como si la realidad humana pudiera reducirse a un “individuo abstracto”, mezcla de ideas de época, deseos individuales y virtualidad.
Por el contrario, los jóvenes necesitan un orden cotidiano que les proponga jugar, estudiar, comer, dormir, trabajar, hacer deporte y fundamentalmente tener un destino compartido como parte sustancial de su naturaleza humana. Un horizonte de sentido personal y comunitario es un punto de apoyo fundamental para prevenir las adicciones.
En esta materia libramos una batalla que no se puede abandonar mientras a nuestro alrededor, haya personas atrapadas en diversas formas de adicción. Esta lucha en la que debemos empeñarnos, es contra quienes hacen un gran negocio con las drogas y cualquier otra adicción, como el alcohol o el juego. Existen enormes concentraciones de intereses y extensas organizaciones criminales que los Estados tienen el deber de desmantelar. Se trata de un problema de tal magnitud que incluso es de índole geopolítico. Sin embargo, la tentación es luchar contra sus víctimas, porque es lo más fácil y cómodo. Pero eso solo no ataca la raíz del problema y contribuye a incrementar la cultura del descarte.
Por el contrario, debemos construir una sociedad, mejor dicho, una comunidad política solidaria, donde todos los integrantes estemos dispuestos a hacernos cargo de quienes sufren. Esa es la actitud evangélica del buen samaritano. Debemos ser plenamente consientes de que estamos llamados a un destino común, diferente del individualismo materialista que se propone como meta a los jóvenes. Por eso, debemos proponer como objetivo el desarrollo humano integral, de todo el hombre -cuerpo, mente y alma- y de todos los hombres. Y creemos también que los valores morales y espirituales son fundamentales en esta lucha contra las adicciones.
En esta lucha, difícil, urgente y necesaria, debemos reconocer los aportes de las organizaciones de la comunidad — familias, escuelas, universidades, clubes, parroquias, iglesias, asociaciones civiles— como nuevos actores, sustanciales y no marginales, desde donde encarnar procesos de salud desde una lógica de redes de cooperación y ayuda mutua. Esto reconocer el principio de subsidiariedad en la construcción de la comunidad política.
4. Ludopatía:
Respecto de la ludopatía, preocupa el incremento de este problema en adolescentes y niños. La ludopatía precoz está relacionada con el uso excesivo de las pantallas a edad tempranas. En junio del 2024 la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) ha advertido las consecuencias del uso excesivo de la tecnología, que repercute en forma negativa en otros ámbitos (personal, familiar, social, académico).
El avance exponencial de la problemática se vio potenciada con la publicidad que las casas de apuestas on line realizan continuamente. Existe una peligrosidad latente, especialmente en menores de edad, quienes pueden desarrollar problemas financieros, dificultades académicas, problemas de salud mental, deterioro de las relaciones personales y hasta adicciones al juego.
La Comisión Episcopal de Pastoral Social junto con los equipos de Pastoral Social de todo el país, advirtieron sobre “los estragos que está causando ésta y otras adicciones” y que es “un flagelo que nos afecta a todos” con “casos dramáticos y, algunos de ellos, trágicos”.
Añade la Conferencia Episcopal que “La legalización de juegos ´online´ logró dos cosas: a) aumentar la riqueza de quienes manejan el negocio y, b) aumentar la cantidad de apostadores en general y de adictos ludópatas o potenciales ludópatas. Nunca se debió permitir”, señalan con singular énfasis.
¿Qué podemos hacer frente a este grave problema? Algunas ideas son las siguientes:
-campañas preventivas sobre el consumo problemático del juego;
-prohibición de la publicidad;
-aumento de las restricciones de acceso de menores mediante filtros e identificación biométrica;
-bloqueo de sitios de juego en establecimientos educativos;
-bloqueo de dominios de internet de sitios ilegales;
-aumento de las penas previstas en el Código Penal para quienes permitan el acceso a la actividad de juego de azar a menores;
-diseñar e implementar un plan de acción para atender a las víctimas de la ludopatía por juegos y apuestas “online”, especialmente jóvenes y niños.
Estas ideas deberían plasmarse en una ley sancionada por el Congreso que, lamentablemente, aún no se ha sancionado.
5. Conclusión:
Parafraseando al Papa Francisco podemos decir que nadie se salvará individualmente si no abre su corazón a la comunidad histórica en que ha nacido, sino se compromete con sus semejantes, sino atiende al herido que ha quedado agonizante al borde del camino. Sobre estos valores debemos construir nuestras políticas de lucha contra las adicciones.
La familia debe ser la principal aliada. Como unidad natural y fundamental de la sociedad, la familia desempeña un papel indispensable para garantizar una vida sana y promover el bienestar. Es la familia la que moldea las esferas física, emocional y espiritual del individuo.
La familia es la primera escuela de virtudes humanas, donde los niños aprenden solidaridad, responsabilidad y cuidado de los demás. La familia también proporciona la atención primaria a los más necesitados, incluidos los niños, los ancianos y las personas con discapacidad. No es que idealicemos a la familia, sino que más allá de sus disfuncionalidades, es indudable su aporte para la construcción de una sociedad sana y el desarrollo humano integral.
Una realidad que hay que destacar es que en el ámbito de la prevención, contención, acompañamiento y rehabilitación de las personas con adicciones y de sus familias, es fundamental la valiosa e incansable labor de las comunidades religiosas. La Iglesia católica, las iglesias evangélicas y otras confesiones han asumido históricamente un rol protagónico en esta lucha, constituyéndose en verdaderos pilares de apoyo y esperanza para quienes atraviesan estas situaciones.
Pensar y ejecutar un sistema de salud integral atento a la real escala epidemiológica de las adicciones y el sedentarismo, nos exige estar a la altura de los tiempos, comprendiendo, por ejemplo, que más de una decena de millones de niños y jóvenes, demandan ser incorporados a un sistema deportivo y formativo en valores morales y espirituales con carácter impostergable.
Por último, es clave trabajar en la prevención a través del dialogo en la familia, en la escuela, en los clubes, etc. Es indudable la importancia del incentivo hacia el deporte y en la generación de virtudes para formar el carácter de nuestros niños y jóvenes.
En esta tarea todavía hoy está vigente la frase de Aristóteles: “El pensamiento condiciona la acción, la acción determina el comportamiento, el comportamiento repetido crea hábitos, el hábito crea el carácter y el carácter marca el destino.”
Podemos educar y formar niños y jóvenes que tengan carácter fuerte, que puedan evitar o salir de las adicciones y que luchen por un destino de grandeza para ellos y para toda la patria. Debemos hacerlo.