1. Introducción:
Desde hace aproximadamente 30 años, la reorganización global de la economía capitalista se sustenta sobre el debilitamiento del Estado Nación y sobre el fomento y la promoción de las divisiones identitarias hacia dentro de los pueblos. Dichas divisiones generan hibridación cultural, segmentación y fragmentación del tejido social, pero sobre todo, generan un debilitamiento de la identidad cultural y de la cohesión social de las naciones.
Este proceso opera dentro de lo que se denomina un cambio de época dominado por la Inteligencia Artificial y el Big Data que ha transformado las bases del capitalismo dando origen a lo que se denomina tecnofeudalismo. Esto es, que los mercados han sido sustituidos por las plataformas de comercio digitales y por la nube, y que estas, más que mercados, se parecen a grandes feudos a los que hay que pagar una renta para que nos permitan el acceso.
Los antiguos industriales manufactureros, ahora se han convertido en vasallos de esta nueva clase de señor feudal, los propietarios del capital de la nube. Todos colaboramos con ellos mediante el tributo que pagamos mensualmente a Internet, Facebook, Instagram, etc. De esta manera contribuimos a acrecentar exponencialmente la riqueza y el poder de la nueva clase dominante, con nuestro trabajo no remunerado que consiste en proveer, gratuitamente, todos nuestros datos, opiniones, artículos, libros, películas, videos y fotografías, para que ellos alimenten sus plataformas y vendan la información a corporaciones comerciales o agencias de información.
En este nuevo modo de extracción de valor, la Inteligencia Artificial acelera y ensancha el poder de los propietarios del capital de la nube. Ellos, los nuevos señores tecnofeudales de la “Era Digital”, decidirán el sentido y alcance de la “Cuarta Revolución Industrial” y la globalización del futuro. Esto ocurrirá, excepto que el Estado -Nación, en forma individual o mancomunada, arbitre los medios para regularlos.
Frente a este panorama, donde lo comunitario y lo nacional parecen obstáculos ante el dominio económico, tecnológico y mercantil, parece necesario fortalecer nuestra identidad cultural y nacional. Quienes consideramos que la familia, las comunidades y la nación siguen siendo instituciones importantes, debemos escoger herramientas esenciales para contrarrestar estas tendencias hacia su debilitamiento y construir un método que nos ayude a sanar nuestras profundas heridas nacionales y fracturas personales, sociales y comunitarias. En este camino, el Papa Francisco nos propone hacerlo superando el reduccionismo de las ideologías imperantes y mostrando la importancia de la fraternidad como estilo de vida, como método de acción social y como escuela para una nueva política .
En efecto, nadie puede pelear la vida aisladamente y es necesario una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante y formular un proyecto colectivo de vida en común. Sin embargo, en este último tiempo, la historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, se desatan guerras, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos y se diluye la importancia de las personas, de la familia como célula básica de la sociedad y del pueblo nación como ámbito necesario para la realización personal.
2. Modelo civilizatorio globalista:
Así pues, al modelo social basado en la familia y la solidaridad, se le opone un modelo de organización social y política, de matriz individualista al que algunos hasta hace un tiempo denominaban neoliberalismo y que ahora podemos definir como “globalismo”. El globalismo es debatido y confrontado como una cuestión tecnológica, económica o comercial, pero esos son solo algunos aspectos parciales del proceso. En realidad “el globalismo” es el discurso hegemónico de un modelo civilizatorio con diferentes versiones, originado en los países anglosajones que se ha extendido por todo el orbe de la tierra.
La sociedad globalista -con sus variantes progresistas o conservadoras- promocionada por los organismos internacionales –financiero y no financieros- como el FMI y la ONU, los grandes medios de comunicación y las redes sociales, se constituye así, no sólo en el orden social y político deseable, sino en el único posible.
Para esta concepción nos encontramos hoy en un punto de llegada, con un modelo civilizatorio único, globalizado, universal, basado en el individualismo, en la garantía al propio proyecto de vida y en la libertad de mercado, que hace innecesaria la política, en la medida en que ya no habría alternativas posibles a ese modo de vida.
Esta ideología globalista restringe la grandeza de la persona humana a sus deseos subjetivos y a su capacidad de generar ingresos monetarios y de consumo, generando la erosión de las tradiciones, la ruptura de su identidad cultural y el avance del mercado sobre la vida en general.
Los valores que elogia están relacionados con las mutaciones del sistema tecnológico capitalista y son los propios de la expansión de la sociedad de consumo que tienden a producir individuos consumidores en donde todas las realidades humanas son analizadas desde la “dataificación” y desde la óptica de lo que se compra y lo que se vende. Todo se transforma en mercancía, incluso las personas. Lo que el escritor argentino Abel Posse denominaba, la subcultura mercantilista.
En muchos aspectos, este contexto contribuye a la formación de un hombre insatisfecho, que lejos de ser un señor de las cosas que creó, se transformó paulatinamente en un oscuro sirviente de su propia producción. La falta de hondura metafísica o espiritual, a su vez, evidencia el tema de la "huida de los dioses" –como pérdida de todo ámbito de manifestación de lo sagrado- y la necesidad de un retorno religioso que devuelva el "soplo divino" a esa condición humana que, últimamente, parece reflejar una imagen desdibujada y en muchos aspectos, desdichada del hombre.
En ese orden de ideas, la sociedad de consumo erigida como único modelo social, promueve, en forma explícita o implícita, una erosión de las naciones entendidas como comunidades políticas fundadas en fuertes vínculos familiares, sostenidas en tradiciones comunes y fortalecidas en una fe compartida.
Ya sea mediante la promoción de la «sociedad abierta» que preconizan los organismos supranacionales y sus elites progresistas como paradigma socio cultural, generando una sociedad desarraigada y multicultural, en la que todo lazo social y toda aspiración al bien común son disueltos mediante la promoción de ideologías que debilitan la institución familiar y los vínculos sociales.
O bien, alimentando las ideas pseudo nacionalistas o neoconservadoras, con sus “batallas culturales” hacia adentro de cada nación. Batallas en donde –sorprendentemente- omiten identificar la convergencia entre las elites económicas y las culturales, y que consideran a los adversarios como enemigos que hay que erradicar, generando así un mayor auge de la polarización dentro de nuestra sociedad y su consecuente fragmentación y debilitamiento nacional.
En ambos casos, no se lucha ni se propone una idea de nación. No se identifican los valores tradicionales que hay que preservar. No se promocionan los héroes de nuestra historia como modelo y ejemplo de vida, especialmente para los jóvenes. Y, tampoco se menciona con claridad la necesidad de recuperar la grandeza espiritual y material de la argentina como un sueño colectivo a conquistar.
Por el contrario, de una manera o de otra, lo que se promueve es o enfrentamiento o un debilitamiento de los lazos sociales, culturales e históricos, y se favorece un proceso de avance de la sociedad de consumo y una peligrosa mercantilización de la vida. La mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro pero, en el fondo, la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el deseo y el frenesí de poseer .
Por ello, no concebimos nada que se oponga de manera tan frontal a la construcción de la grandeza nacional como este modelo social individualista en cualquier versión, que endiosa la subjetividad, al mercado, al consumo y al dinero, que promueve la cultura del descarte y de la muerte, que genera exclusiones y desigualdades inaceptables.
Inversamente a lo que promueven estas ideologías, desde la raíz cultural de nuestro pueblo, lo que está en el centro es el valor de la persona y de lo relacional por encima de lo meramente individual. Lo que emerge es la necesidad de construir caminos de reconciliación y de unidad, y esta percepción es defendida y sostenida por una vital densidad simbólica de creencias y prácticas espirituales. Espiritualidad, donde el cristianismo ocupa un lugar importante, que forja estilos de vida en donde lo central no es la compulsión a tener y a consumir, sino el compromiso por la vida digna de todos y la fiesta como expresión de la celebración de la vida.
3. La oposición entre mercado y familia:
En este contexto de auge mercantilista cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que el mercado global le enseña al individuo? El mercado es una manera de entender la relación entre el otro y yo y, en particular, una manera de concebir nuestros intereses. El mercado (como criterio de distribución) nos presenta nuestros intereses como si estuvieran en conflicto, nos obliga a mirar al otro como una fuente de recursos y como una amenaza. Con miedo y codicia, en otras palabras.
Por el contrario, si observamos las relaciones familiares funcionales, estas se caracterizan por ser lo opuesto del mercado: entre los miembros de una familia no hay conflictos de intereses, al menos en el sentido profundo en que sí los hay en el mercado. El interés de uno no está en oposición al interés de su hermano, sino que lo incluye: uno no puede ser feliz si su hermano sufre, porque la felicidad de uno es (en parte) la felicidad de su hermano. La realización de uno incluye la realización del otro. Porque mantiene viva la posibilidad al menos de una relación de este tipo, la familia es, efectivamente, una institución social fundamental .
De esta forma, en las relaciones familiares, en las comunidades locales, en las fuerzas vivas de la sociedad civil y en las organizaciones libres del pueblo tiende a surgir un estilo de vida diferente al del globalismo hegemónico, en donde se promueve que no vivamos para trabajar/producir/consumir, sino que trabajemos para convivir y para construir un proyecto de vida en común que integre a todos.
En efecto, la idiosincrasia de nuestro pueblo le otorga una enorme importancia a la realidad familiar, y desde allí, suelen colocar en el centro de la vida las relaciones humanas; no orientan su existencia por las pautas de cálculo costo-beneficio, productividad, competitividad, capacidad de acumulación y consecuente concentración de la riqueza; nuestras familias y comunidades locales, en su mayoría, producen así estilos de vida disfuncionales con el mercado global y la mercantilización de la vida que este genera.
Por eso, es que el discurso globalista -en cualquiera de sus variantes- busca permanentemente debilitar a todos los agentes sociales y colectivos que provoquen un condicionamiento al individualismo, principalmente la familia, los clubes y organizaciones barriales, las asociaciones de profesionales y de trabajadores, etc..
4. La ideología de género se inscribe dentro del proyecto cultural y político del globalismo hegemónico:
En este marco, desde diversas usinas se promocionan corrientes de pensamiento que funcionan como patrones de dominio cultural. Dentro de estos patrones de dominio cultural queremos hacer hincapié en una teoría, genéricamente llamada de género (gender), que actualmente tiene un rol hegemónico entre las diversas corrientes feministas, y en la educación sexual integral de niños y niñas.
Esta “teoría” se basa en la idea de que la identidad sexual se deriva de una pura construcción sociocultural y por ende, relativiza la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. La ideología de género, presenta una sociedad donde las diferencias de sexo en términos biológicos son irrelevantes, desdibujando la identidad de la mujer y vaciando de fundamento antropológico a la familia.
Ahora bien, esta teoría o más bien ideología, moldea algunos proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer y que se forma sobre la base del propio deseo y la autopercepción, en una versión extrema del individualismo sobre el propio cuerpo, debilitando los vínculos familiares y consecuentemente con el resto de la sociedad civil.
Según esta teoría dominante, la identidad humana viene determinada por una opción subjetiva, que también puede cambiar con el tiempo. Ahora bien, lo que llama la atención, es que teorías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños .
No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar. En relación a esto, también debemos considerar que la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, independizándolo de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se convierten en realidades flexibles que se componen y se descomponen, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas.
Esta realidad provoca que el sexo se transforme en un mero objeto de consumo, desvirtuando su dimensión humana profunda y que las personas sean utilizadas como un instrumento para la consecución del goce y del placer. Asimismo, hasta la búsqueda de un hijo se puede transformar en una mercancía a la carta y en un tráfico de personas, degradando la dignidad humana .
Por lo tanto, una cosa es comprender las particularidades de la vida, y luchar contra las injusticias e inequidades que sufren muchas mujeres. Pero otra cosa es aceptar teorías foráneas que pretenden divorciar los aspectos operantes de la realidad. El voluntarismo omnipotente que niega la realidad, a la corta o a la larga termina perjudicando al mismo hombre y dañando su dignidad.
La realidad nos precede y debe ser aceptada tal como se nos presenta. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla tal como ha sido creada. Si de lo que se trata es de defender los derechos de las mujeres, es menester defenderlas como tales valorizando sus potencialidades, e integrándolas codo a codo con los hombres en la formación de un proyecto común. Tal es un auténtico punto de partida para la construcción de la grandeza nacional.
5. Conclusión:
Frente a la difusión de teorías o consignas que funcionan como patrones de dominio cultural, es bueno recordar que la construcción de una nación debe realizarse en base a un conjunto de ideas y valores que se deducen y se obtienen del ser profundo de nuestro pueblo.
Esas ideas y valores se realizan efectivamente en una comunidad política organizada sobre dos principios fundamentales: la unidad, que genera la fuerza de un pueblo y la solidaridad, que es lo que le da la cohesión. A su vez, la comunidad política comprende a la nación como una unidad abierta generosamente con espíritu universalista, pero muy consciente de su propia identidad.
Nuestro pueblo siempre asume las luchas por la justicia, la equidad y, la igualdad de derechos de los hombres y las mujeres. Pero lo hará siempre desde nuestra particular idiosincrasia, sin necesidad de importar acríticamente teorías foráneas de matriz liberal que debilitan a la misma mujer en su dignidad, a la institución familiar y consecuentemente a todo el tejido social. Ideologías que bajo una falsa bandera revolucionaria, son en realidad funcionales al discurso hegemónico de dominio global.
La sociedad necesita de la familia por su humanidad, por su fecundidad y por la reproducción de la sociabilidad. Eso por cuanto la familia actúa como agente de socialización, de transmisión de valores culturales, de contención afectiva, de equidad generacional y de regulación social. Por eso es que la familia es la base de la sociedad y de la comunidad organizada.
Asimismo, como dice el Papa Francisco en su última encíclica "Dilexit Nos", en los tiempos de la inteligencia artificial, del capitalismo de plataforma y del tecnofeudalismo, donde la persona humana muchas veces queda reducida a un mero conjunto de datos que se trafican, no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta.
En este contexto, no podemos permitir que la inteligencia artificial limite la visión del mundo a realidades que pueden expresarse en números y encerradas en categorías preestablecidas, eliminando la aportación de otras formas de verdad e imponiendo modelos antropológicos, socioeconómicos y culturales uniformes reforzando el actual paradigma tecnológico dominado por la razón instrumental y económica.
Por lo tanto, es imperioso recuperar la centralidad de la noción de persona humana y de su dignidad inalienable. También debemos proteger la libertad y la responsabilidad del hombre en todas sus dimensiones, frente a cualquier tentativa de manipulación, y mantener la capacidad de decisión humana son los ejes para lograr atenuar todo lo posible los riesgos de la Inteligencia Artificial y poner este instrumento maravilloso al servicio del hombre y del bien común universal.
Finalmente, el fomento de estas teorías de género que tienen una fuerte impronta antinatalista, debilita uno de los factores de poder más importantes para nuestro país como es el factor demográfico. Este factor constituye una cuestión estratégica de primer orden, pues está directamente vinculada con el desarrollo de una política poblacional y de arraigo territorial tan urgente como necesaria, debido a la extensión geográfica de nuestra región, a su insuficiente población y a su mala distribución. Desde esta perspectiva, la familia también ocupa un lugar fundamental.
Por todas estas razones, es que sostenemos que la teoría de género que domina en el ámbito de la educación sexual integral (ESI) y entre ciertos sectores del establishment cultural, está fundada en una matriz individualista, centrada exclusivamente en el derecho subjetivo y en los deseos del individuo, debilitando así los vínculos comunitarios, nuestra identidad y en definitiva, nuestro proyecto de vida en común.
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