Transcurrido
un tiempo desde el fallecimiento del Papa Francisco y del ejercicio del
pontificado por parte de su sucesor Leon XIV, es oportuno realizar una breve memoria de
su trayectoria y de su legado histórico. Más allá de su condición de primer
pontífice argentino y latino americano, Jorge Bergoglio fue un pastor que supo
conducir a la Iglesia en medio de los grandes desafíos de nuestra época,
dejando una huella imborrable en su historia y en la conciencia colectiva de
los fieles.
Como
arzobispo de Buenos Aires, en un momento crítico para Argentina como fue la
crisis de 2001, fue uno de los pilares que evitaron el desmembramiento social
del país tras la renuncia del Presidente De la Rúa. Sus homilías eran un
llamado a que hagamos memoria de nuestras gestas heroicas y de los valores y
gestos sencillos aprendidos en familia para recuperar nuestra dignidad y la
voluntad de ser Nación. Su prédica no sólo buscó sanar
heridas sociales, sino también fortalecer la identidad cultural y espiritual
del pueblo argentino frente al riesgo de la fragmentación social.
Su
elección como Papa en 2013, en un contexto de crisis profunda en la Iglesia,
fue un giro histórico que llevó el discurso religioso nuevamente al centro de la
esfera pública global. Francisco representó una “Iglesia en salida”, misionera,
que abandona la comodidad del “statu quo” para ir a las periferias
existenciales a anunciar la alegría de la fe, a evangelizar a los pobres y
excluidos, recuperando la centralidad de Cristo en el mensaje, y
simultáneamente, poniendo en la agenda internacional temas invisibilizados y
dando voz a quienes estaban marginados. Con fundamento
en Jesús buen samaritano, su pontificado fue una invitación constante a la
fraternidad, la amistad social y al diálogo como caminos para construir el bien
común y la paz.
Uno
de los ejes centrales de su ministerio fue la defensa irrestricta de la
dignidad inalienable de la persona humana, creado a imagen y semejanza de Dios,
como un valor en sí mismo, con un rostro y una historia concreta, frente a la inquietante
desvalorización realizada por la cultura actual. Esta centralidad
de la persona humana, y su naturaleza relacional es la base firme para la fraternidad
y para la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Francisco insistió en todo su magisterio en la necesidad
de instalar una nueva perspectiva humanista que incluyera el sentido de
trascendencia. Desde sus épocas de jesuita sostenía que era necesaria una actitud religiosa para
juzgar eficazmente a la historia, porque sin lo trascendente –sostenía- no era
el hombre el que empujaba la historia, sino las fuerzas inertes del progreso
técnico. Y añadía, que si se ausentaba la apertura a la trascendencia, era
imposible comprender el fin de una época y por ende, la posibilidad de una
civilización distinta se esfumaba en una infinitud “progresista” de signo
tecnocrático[1].
Este aspecto de su enseñanza, la expresó con
singular potencia en su discurso en Atenas el 4 de diciembre de 2021. Allí,
manifestó que mientras hoy en el Occidente, se tiende a ofuscar la necesidad
del cielo, atrapados por la avidez insaciable de un consumismo que
despersonaliza, la visión de la Acrópolis era una invitación a dejarnos sorprender
por el infinito, por la belleza del ser y por la alegría de la fe. Y agregó, que por allí –por Atenas- habían
pasado los caminos del Evangelio que habían unido el Oriente y el Occidente,
los Santos Lugares y Europa, Jerusalén y Roma; esos Evangelios que, para llevar
al mundo la buena noticia del Dios amante del hombre, se escribieron en griego,
lengua inmortal usada por la Palabra —el Logos— para expresarse. Lenguaje de la
sabiduría humana convertido en voz de la Sabiduría divina. Francisco estaba
convencido de que la síntesis entre la cultura clásica y la revelación es la
clave que nos brindará las respuestas para abordar los desafíos del futuro.
Francisco
también fue un visionario que alertó sobre los grandes desafíos de nuestro
tiempo: la necesidad del cuidado de la creación frente a la crisis ambiental,
la globalización de la indiferencia, el consumismo exacerbado y la
hiperinflación del individualismo. Denunció con singular energía la cultura del
descarte que margina a los más vulnerables, desde los no nacidos hasta los
ancianos, y llamó a no refugiarnos en zonas de confort ante las crisis, sino a
verlas como oportunidades para soñar cosas grandes, iniciar procesos y abrirnos
a la misericordia de Dios. Su llamado a no perder el
sentido de la historia ni la identidad cultural es una advertencia crucial para
no dejar que nos arrebaten el alma a los argentinos.
La
familia, para Francisco, fue siempre un pilar fundamental para el futuro de la
sociedad y de la Iglesia. Defendió el matrimonio y la familia como bases
naturales para el desarrollo ético y comunitario, y exhortó a trabajar
incansablemente por su bienestar. Asimismo, revalorizó
la categoría de “pueblo” como sujeto social capaz de soñar y construir
proyectos comunes más allá de las diferencias, una idea que cobra especial
relevancia frente a las amenazas de los populismos y la fragmentación social.
Romano Guardini, un teólogo
de enorme influencia en el pensamiento del Papa, afirma que el concepto de
pueblo es la expresión profunda y auténtica de lo propiamente humano[2].
El pueblo es la esfera primigenia de lo humano, esfera poderosa y venerable en
donde el hombre está verdaderamente arraigado. Y la política, es la práctica
mediante la cual una comunidad se conforma en un pueblo, por ello su práctica
debe tener hacia la unidad y al fortalecimiento de la identidad, y no hacia su
debilitamiento, la división o el enfrentamiento.
Por
eso, Francisco insistía tanto en fraternidad, la amistad social y en la cultura
del encuentro para construir una patria de hermanos. Para ese objetivo, insistía
en la necesidad de dialogar, de buscar la unidad, la paz social y la concordia,
siempre reconociendo la dignidad profunda del otro. Sus principios para el
diálogo social -como que “la unidad es superior al conflicto” y que “el todo es
más que la suma de las partes”- son enseñanzas que pueden guiar a Argentina en
la búsqueda de los necesarios acuerdos sociales que tengan como objetivo el
desarrollo humano integral y la grandeza material y
moral de nuestra patria.
El
Papa Francisco fue un ejemplo de coraje, humildad y amor a Dios, a la Iglesia y
a su Nación. Que su legado nos inspire a seguir adelante con valentía y
compromiso, honrando su enseñanza y siendo protagonistas de esa revolución de
amor, ternura y justicia que él soñó, para que su voz siga resonando con fuerza
en cada rincón del planeta. FIN
[1] Documento “Historia y Cambio” preparado para la Universidad del Salvador en
1974.
[2] R. Guardini, El universo religioso de Dostoyevski, Buenos
Aires, Emecé Editores, 1954