El bien común ampliado responde al axioma de que “el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas."
por Juan Bautista González Saborido
Nos encontramos ante una profunda y multidimensional crisis política, económica y social que atraviesa nuestro país. A este escenario complejo hay que sumarle los singulares desafíos que enfrentamos frente a la vertiginosa innovación tecnológica (inteligencia artificial, biotecnología, nanotecnología, etc.) y los cambios que ello genera en el mundo de la producción, del trabajo y de la cultura.
Frente a esta realidad, es imperativo generar las coincidencias básicas para alcanzar grandes acuerdos nacionales que permitan afrontar dichos desafíos, acordar los objetivos estratégicos y trabajar mancomunadamente para generar un crecimiento y desarrollo sostenido. Para lograr estos acuerdos, el único camino transitable es el diálogo social y la cooperación entre todos los actores de la vida nacional.
Sin embargo, no podemos ser ingenuos: el diálogo implica resolver intereses en pugna y ello hace inevitable transitar el conflicto. Como nos enseña el Papa Francisco, el conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino que debe ser asumido. Sin embargo, asumirlo no implica quedar atrapados en él; por el contrario, la perspectiva del diálogo exige resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso.
Para que el diálogo social funcione y se desarrolle una comunión en las diferencias, es necesario invocar y asumir el principio indispensable para construir la amistad social: “la unidad es superior al conflicto”. Este no es una mera declaración, sino un llamado a la acción que exige un compromiso ético profundo. La solidaridad se convierte así en el modo de hacer la historia, donde los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida.
El magisterio de Francisco nos recuerda que el bien común ampliado responde al axioma de que “el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas”. Por eso, para que el diálogo prospere, siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.
El modelo del diálogo social que propone Francisco no es la esfera, que busca una falsa homogeneidad. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades y las conserva en su originalidad. La acción política debe procurar recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno, incluyendo a los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias potencialidades.
Así, el diálogo social será una expresión relevante en la construcción de una Nación digna a la que aspiramos todos. Cuando el diálogo se realiza para construir un destino común, se visualizan con mayor intensidad los contornos de la patria concebida como morada, como pertenencia y como destino común.
Pese a las polarizaciones y a la crisis que incrementa los intereses en pugna, es necesario ver y trabajar para concretar esta oportunidad histórica. Los trabajadores organizados, las cámaras empresariales, los centros académicos, los movimientos sociales, la Iglesia y otras instituciones podrán participar de un mismo espacio de acuerdo.
La construcción de una comunidad de destino es –parafraseando a Leopoldo Marechal– “transformar una masa numeral, en un pueblo esencial”, un pueblo unido que se asume como protagonista de la historia en busca de la justicia social y del bien común. Es la posibilidad de fortalecer y enaltecer la calidad institucional de nuestra joven democracia, cimentando una nueva etapa donde prime el amor a la patria y al bien común.
Juan Bautista González Saborido es Profesor e Investigador Universitario, USAL
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