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martes, 16 de diciembre de 2025

La figura de Colofón en Marechal: Una crítica anticipada al vaciamiento metafísico en la era de la Inteligencia Artificial

 

En la novela El Banquete de Severo Arcángelo (1965) de Leopoldo Marechal, surge la figura de "Colofón", un personaje que adquiere una relevancia profética en nuestra época. A pesar del tiempo transcurrido, su inclusión en la narración funciona como una anticipación crítica de los efectos de la cultura tecnificada, hoy acelerada por la inteligencia artificial y el consumismo exacerbado.

1. Colofón: El "Hombre Cero" y el vaciamiento metafísico

Colofón encarna en la cosmovisión marechaliana al “hombre final” o “hombre cero”, representando un proceso descendente en la historia humana. Se lo define como un consumidor absoluto de apariencias, cuya racionalidad técnica ha borrado sistemáticamente la conciencia de ser imagen de su Creador.

Este personaje, tal como lo describe Marechal, es un sujeto convertido en un “frasco vacío” de esencia metafísica. Ya no vive desde un centro interior —en términos de Ismael Quiles— sino a través de rutinas y respuestas a estímulos externos. Aunque Marechal no vivió la era de la IA, experimentó el auge de la sociedad opulenta, vislumbrando en Colofón una anticipación del uso acrítico de la tecnología sobre la interioridad humana. Esta vaciedad no es solo falta de contenido, sino fundamentalmente una desconexión del Principio creador, sustituida por estímulos hedonistas adaptados al sistema de producción y consumo.

2. La sociedad de consumo y la deshumanización del sujeto

La sociedad de consumo y el mercado mantienen una relación íntima que afecta la raíz del ser. El mercado crea mecanismos compulsivos donde las personas se sumergen en una vorágine de gastos superfluos. Romano Guardini advertía cómo el consumismo genera necesidades triviales y simultáneamente vacío existencial, convirtiendo a la persona en un objeto para el mercado, desviándola de sus fines espirituales profundos y sometiéndola a un poder impersonal de producción y consumo que la deshumaniza.

Colofón, aunque conserva oscuramente una apetencia por la verdad, la belleza y la trascendencia, ignora su "escondido tesoro". Esto lo hace presa fácil de la parodia propuesta por los "señores" del consumo, quienes intentan satisfacer sus anhelos profundos mediante la propaganda, el marketing, los influencers y la tergiversación. Así, la vida se vuelve superficial, alejándose de la búsqueda de la verdad y el sentido auténtico.

3. El "Hombre-Robot" ante la razón algorítmica

Marechal denomina también a Colofón como el “hombre-robot”, un sujeto colonizado por dispositivos técnicos que sufre por falta de memoria metafísica y de hondura interior. Bajo la lógica de la "razón calculadora", la persona se reduce a un nodo de operaciones: su identidad ya no es un "quién" irrepetible, sino un conjunto de datos, rendimientos y estatus medido por el consumo.

La IA es una herramienta, pero una herramienta “sui generis” debido a su enorme capacidad de automatización. Debido a estas características, podemos presumir fuertemente que se inserta en el mismo imaginario que Marechal cuestiona: el de una racionalidad que pretende abarcarlo todo por vía de algoritmos y métricas. ​

Por otra parte, cuando la IA se integra en la vida cotidiana como mediadora casi exclusiva de comunicación, decisión y acceso al mundo, refuerza el riesgo de que el sujeto delegue su propio juicio, su memoria y su imaginación en sistemas externos. La figura de Colofón se actualiza entonces como el individuo que ya no piensa ni recuerda desde sí, sino que “funciona” en sintonía con recomendaciones, puntajes, asistentes y sistemas inteligentes que le pre‑procesan la realidad. ​

Ese proceso configura un “vaciamiento interior” análogo al de Colofón tal como lo describe Marechal: hacia afuera, la persona aparece conectada, eficiente, permanentemente acompañada por interfaces amigables; hacia adentro, se intensifica un sentimiento de soledad, dependencia y vacío de sentido. La ética del hombre‑robot —“funcionar bien”, “rendir”, “optimizar”— se traduce en una subjetividad que mide su valor por métricas externas (likes, productividad, tiempo de respuesta), mientras se deshilacha la pregunta por la verdad de quién es, de lo que hace y del sentido de su existencia. ​

4. Resistencia y trascendencia: Salir del laberinto por arriba

Colofón no es solo un personaje, sino el emblema de una humanidad que ha dejado de ser sujeto espiritual para convertirse en objeto manipulable según la lógica de la técnica y del consumo. ​ La deshumanización tecnológica no es solo exceso de aparatos, sino un cambio de estatuto ontológico: el sujeto deviene objeto de planificación, gestión, programación y consumo. Colofón, el robot, es el símbolo de ese pasaje: criatura que ha sido reorganizada según criterios de mercado, marketing, eficacia, utilidad y control, hasta perder su condición de persona. ​

Frente a esta oscura realidad, Marechal no propone destruir la técnica, sino desactivar su pretensión de totalidad para restituir la primacía del espíritu. Aplicado a la IA, esto implica: usar la herramienta sin entregarle la definición de lo humano, evitando que sustituya el silencio, la amistad, la contemplación, la oración o la reflexión filosófica que alimentan la interioridad metafísica. ​

Desde esta perspectiva, la auténtica resistencia al hombre‑robot, o la maquinización si se quiere, no pasa por renunciar a la inteligencia artificial, sino por reordenarla dentro de una antropología que reconoce un centro irreductible en la persona, que ninguna máquina puede ocupar. Esto es que la reconozca en su carácter de ser único e irrepetible, irreductible a un sistema de algoritmos, sino que es criatura, relación y misterio.

Por lo tanto, allí donde la IA aspira a ser el “factótum” —última instancia de gestión de decisiones y sentidos— la lección de Colofón nos recuerda la necesidad de una ascesis: volver a preguntarse quién decide, desde dónde y para qué, para que la técnica no se convierta en la forma contemporánea de la vaciedad metafísica. ​

Marechal también nos enseña que: “De todo laberinto se sale por arriba.” No se trata de negar la realidad, la oscuridad o el desencanto. Se trata de no dejarse vencer, de no sucumbir a los factores disgregantes. Salir por arriba es recuperar la verticalidad de la dimensión espiritual, es volverse a Dios y elegir la esperanza como estrategia. Es mirar el barrio y pensar la Patria. Es soñar en grande y comprometerse en lo concreto. Es saber que la salida no es individual, sino comunitaria. Es seguir confiando en el misterio que habita en cada persona, es apostar por el pueblo y en la mística de nuestra historia para transformar la realidad.

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