En
la novela El Banquete de Severo Arcángelo (1965) de Leopoldo Marechal,
surge la figura de "Colofón", un personaje que adquiere una
relevancia profética en nuestra época. A pesar del tiempo transcurrido, su inclusión
en la narración funciona como una anticipación crítica de los efectos de la
cultura tecnificada, hoy acelerada por la inteligencia artificial y el
consumismo exacerbado.
1.
Colofón: El "Hombre Cero" y el vaciamiento metafísico
Colofón
encarna en la cosmovisión marechaliana al “hombre final” o “hombre cero”,
representando un proceso descendente en la historia humana. Se lo define como
un consumidor absoluto de apariencias, cuya racionalidad técnica ha borrado
sistemáticamente la conciencia de ser imagen de su Creador.
Este
personaje, tal como lo describe Marechal, es un sujeto convertido en un “frasco
vacío” de esencia metafísica. Ya no vive desde un centro interior —en términos
de Ismael Quiles— sino a través de rutinas y respuestas a estímulos externos. Aunque
Marechal no vivió la era de la IA, experimentó el auge de la sociedad opulenta,
vislumbrando en Colofón una anticipación del uso acrítico de la tecnología
sobre la interioridad humana. Esta vaciedad no es solo falta de contenido, sino
fundamentalmente una desconexión del Principio creador, sustituida por
estímulos hedonistas adaptados al sistema de producción y consumo.
2.
La sociedad de consumo y la deshumanización del sujeto
La
sociedad de consumo y el mercado mantienen una relación íntima que afecta la
raíz del ser. El mercado crea mecanismos compulsivos donde las personas se
sumergen en una vorágine de gastos superfluos. Romano Guardini advertía cómo el
consumismo genera necesidades triviales y simultáneamente vacío existencial,
convirtiendo a la persona en un objeto para el mercado, desviándola de sus
fines espirituales profundos y sometiéndola a un poder impersonal de producción
y consumo que la deshumaniza.
Colofón,
aunque conserva oscuramente una apetencia por la verdad, la belleza y la
trascendencia, ignora su "escondido tesoro". Esto lo hace presa fácil
de la parodia propuesta por los "señores" del consumo, quienes
intentan satisfacer sus anhelos profundos mediante la propaganda, el marketing,
los influencers y la tergiversación. Así, la vida se vuelve superficial,
alejándose de la búsqueda de la verdad y el sentido auténtico.
3.
El "Hombre-Robot" ante la razón algorítmica
Marechal
denomina también a Colofón como el “hombre-robot”, un sujeto colonizado por
dispositivos técnicos que sufre por falta de memoria metafísica y de hondura
interior. Bajo la lógica de la "razón calculadora", la persona se
reduce a un nodo de operaciones: su identidad ya no es un "quién"
irrepetible, sino un conjunto de datos, rendimientos y estatus medido por el
consumo.
La
IA es una herramienta, pero una herramienta “sui generis” debido a su enorme
capacidad de automatización. Debido a estas características, podemos presumir
fuertemente que se inserta en el mismo imaginario que Marechal cuestiona: el de
una racionalidad que pretende abarcarlo todo por vía de algoritmos y métricas.
Por
otra parte, cuando la IA se integra en la vida cotidiana como mediadora casi
exclusiva de comunicación, decisión y acceso al mundo, refuerza el riesgo de
que el sujeto delegue su propio juicio, su memoria y su imaginación en sistemas
externos. La figura de Colofón se actualiza entonces como el individuo que ya
no piensa ni recuerda desde sí, sino que “funciona” en sintonía con
recomendaciones, puntajes, asistentes y sistemas inteligentes que le pre‑procesan
la realidad.
Ese
proceso configura un “vaciamiento interior” análogo al de Colofón tal como lo
describe Marechal: hacia afuera, la persona aparece conectada, eficiente,
permanentemente acompañada por interfaces amigables; hacia adentro, se
intensifica un sentimiento de soledad, dependencia y vacío de sentido. La ética
del hombre‑robot —“funcionar bien”, “rendir”, “optimizar”— se traduce en una
subjetividad que mide su valor por métricas externas (likes, productividad,
tiempo de respuesta), mientras se deshilacha la pregunta por la verdad de quién
es, de lo que hace y del sentido de su existencia.
4.
Resistencia y trascendencia: Salir del laberinto por arriba
Colofón
no es solo un personaje, sino el emblema de una humanidad que ha dejado de ser
sujeto espiritual para convertirse en objeto manipulable según la lógica de la
técnica y del consumo. La deshumanización tecnológica no es solo exceso de
aparatos, sino un cambio de estatuto ontológico: el sujeto deviene objeto de
planificación, gestión, programación y consumo. Colofón, el robot, es el
símbolo de ese pasaje: criatura que ha sido reorganizada según criterios de
mercado, marketing, eficacia, utilidad y control, hasta perder su condición de
persona.
Frente
a esta oscura realidad, Marechal no propone destruir la técnica, sino desactivar
su pretensión de totalidad para restituir la primacía del espíritu. Aplicado a
la IA, esto implica: usar la herramienta sin entregarle la definición de lo
humano, evitando que sustituya el silencio, la amistad, la contemplación, la
oración o la reflexión filosófica que alimentan la interioridad metafísica.
Desde
esta perspectiva, la auténtica resistencia al hombre‑robot, o la maquinización
si se quiere, no pasa por renunciar a la inteligencia artificial, sino por
reordenarla dentro de una antropología que reconoce un centro irreductible en
la persona, que ninguna máquina puede ocupar. Esto es que la reconozca en su
carácter de ser único e irrepetible, irreductible a un sistema de algoritmos,
sino que es criatura, relación y misterio.
Por
lo tanto, allí donde la IA aspira a ser el “factótum” —última instancia de
gestión de decisiones y sentidos— la lección de Colofón nos recuerda la
necesidad de una ascesis: volver a preguntarse quién decide, desde dónde y para
qué, para que la técnica no se convierta en la forma contemporánea de la
vaciedad metafísica.
Marechal
también nos enseña que: “De todo laberinto se sale por arriba.” No se trata de
negar la realidad, la oscuridad o el desencanto. Se trata de no dejarse vencer,
de no sucumbir a los factores disgregantes. Salir por arriba es recuperar la
verticalidad de la dimensión espiritual, es volverse a Dios y elegir la
esperanza como estrategia. Es mirar el barrio y pensar la Patria. Es soñar en
grande y comprometerse en lo concreto. Es saber que la salida no es individual,
sino comunitaria. Es seguir confiando en el misterio que habita en cada persona,
es apostar por el pueblo y en la mística de nuestra historia para transformar
la realidad.
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