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lunes, 18 de noviembre de 2024

La familia como modelo social para la construcción de valores culturales de la Nación. El consumismo, el tecno feudalismo y el globalismo ideológico como desafíos a resolver.

                                        

1. Introducción:

Desde hace aproximadamente 30 años, existe una tendencia ideológica que podríamos denominar generativamente como globalismo, que intenta la reorganización global de la economía capitalista sobre el debilitamiento del Estado Nación y sobre el fomento y la promoción de las divisiones identitarias hacia dentro de los pueblos. Dichas divisiones generan hibridación cultural, segmentación y fragmentación del tejido social, pero sobre todo, generan un debilitamiento de la identidad cultural y de la cohesión social de las naciones.

Este proceso opera dentro de lo que se ha definido como un cambio de época dominado por la Inteligencia Artificial y el Big Data que ha transformado las bases del capitalismo dando origen a una nueva configuración llamada "capitalismo de plataforma" o "tecnofeudalismo". Esto es, que los mercados han sido sustituidos por las plataformas de comercio digitales y por la nube, y que  estas, más que  mercados, se  parecen  a grandes  feudos a los que hay que pagar  una  renta  para que permitan el acceso a proveedores, usuarios y consumidores.

Los antiguos industriales manufactureros, ahora se han convertido en vasallos de esta nueva clase de  señores feudales: los  propietarios  del  capital  de  la  nube.  A diferencia de los antiguos feudales, estos no basan su poder en el valor y el honor, sino en la renta. Todos  colaboramos con ellos mediante el  tributo  que pagamos mensualmente a Internet, Facebook (Meta), Instagram, etc. De esta manera contribuimos a acrecentar exponencialmente la riqueza y el poder de la nueva clase dominante, con nuestro trabajo no remunerado que consiste en proveer, gratuitamente,  todos  nuestros  datos,  opiniones,  artículos,  libros,  películas, videos  y fotografías,  para que  ellos alimenten  sus  plataformas y vendan la información a corporaciones comerciales o agencias de información.

En  este  nuevo  modo  de  extracción  de  valor,  la  Inteligencia  Artificial acelera y ensancha el poder de los propietarios del capital de la nube. Ellos, los  nuevos señores  tecnofeudales  de  la  “Era  Digital”,  pretenden decidir  el  sentido  y  alcance  de  la  “Cuarta  Revolución  Industrial”  y  la globalización del futuro. Con la victoria de Trump en EE.UU., muchos de estos señores, dueños de las Big Tech, variaron sus posturas progresistas hacia un conservadurismo radical y militante, pero no dejaron de lado sus propósitos transhumanistas. En cualquier caso, esta situación no es óbice para señalar que el Estado -Nación, en forma individual o mancomunada, es la única barrera que puede arbitrar los medios para regularlos. 

Frente a este panorama, que fomenta un individualismo indiferente a los demás, la dimensión relacional y comunitaria de la persona humana se deteriora. Asimismo, todo lo vinculado a lo nacional -el patriotismo, la identidad, el estado- parecen obstáculos ante el dominio económico, tecnológico y mercantil. 

Por lo tanto, planteamos que es necesario fortalecer nuestra identidad cultural y nacional, sin chauvinismos, ni xenofobia alguna. Allí es donde la familia ocupar un lugar fundamental como primera escuela de valores, de solidaridad y de amor a la patria. En efecto, la familia, las comunidades barriales, los clubes, las parroquias, las iglesias y la nación siguen siendo instituciones fundamentales para el desarrollo integral de la persona humana. 

Debemos escoger herramientas adecuadas para contrarrestar las tendencias que debilitan estas instituciones y que aíslan a las personas. Es imperioso construir un método que nos permita lograr una mayor cohesión nacional. En este camino, el Papa Francisco nos propone superar el reduccionismo de las ideologías imperantes, sean de izquierda, de centro o de derecha, mostrando la importancia de la fraternidad como estilo de vida, como método de acción social y como escuela para una nueva política .

En un contexto de auge del individualismo y de un consumismo narcisista que debilita los vínculos sociales, es necesario que a partir del fortalecimiento de la institución familiar, construyamos una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que podamos formular un proyecto colectivo de vida en común. 

2. Modelo civilizatorio globalista: 

Desde una perspectiva antropológica, el consumismo, el tecnofeudalismo y la ideología globalista que los retroalimenta,  restringe la grandeza de la persona humana a sus deseos subjetivos y a su capacidad de generar ingresos monetarios y de consumo, generando la erosión de las tradiciones, la ruptura de su identidad cultural y el avance del mercado sobre la vida en general. 

Los valores que elogia están relacionados con las mutaciones del sistema tecnológico capitalista y  son los propios de la expansión de la sociedad de consumo que tienden a producir individuos consumidores en donde todas las realidades humanas son analizadas desde la “dataificación” y desde la óptica de lo que se compra y lo que se vende. Todo se transforma en mercancía, incluso las personas. Lo que el escritor argentino Abel Posse denominaba, la subcultura mercantilista. 

En muchos aspectos, este contexto contribuye a la formación de un hombre insatisfecho, que lejos de ser un señor de las cosas que creó, se transformó paulatinamente en un sirviente de su propia producción. La falta de hondura metafísica o espiritual, a su vez, evidencia el tema de la "huida de los dioses" –como pérdida de todo ámbito de manifestación de lo sagrado- y la necesidad de un retorno religioso que devuelva el "soplo divino" a esa condición humana que, últimamente, parece reflejar una imagen desdibujada y en muchos aspectos, desdichada del hombre.

En ese orden de ideas, la sociedad de consumo erigida como único modelo social y el capitalismo de plataforma, promueven, en forma explícita o implícita, una erosión de las naciones entendidas como comunidades políticas fundadas en solidos vínculos familiares, sostenidas en tradiciones comunes y fortalecidas en una fe compartida. 

La promoción de la «sociedad abierta» que preconizan los organismos supranacionales y sus elites progresistas como paradigma socio cultural, genera una sociedad desarraigada y multicultural, en la que todo lazo social y toda aspiración al bien común son disueltos mediante la promoción de ideologías que debilitan la institución familiar y los vínculos sociales. 

A su vez, se alimentan ideas pseudo nacionalistas o conservadoras, paradójicamente de matriz extranjeras, con sus “batallas culturales” hacia adentro de cada nación. Batallas en donde –sorprendentemente- omiten identificar la convergencia entre las elites económicas  y las culturales, y que consideran a los adversarios como enemigos que hay que erradicar, generando así un mayor auge de la polarización dentro de nuestra sociedad y su consecuente fragmentación y debilitamiento nacional. 

En ambos casos, no se lucha ni se propone una idea de nación. No se identifican los valores tradicionales que hay que preservar. No se promocionan los héroes de nuestra historia como modelo y ejemplo de vida, especialmente para los jóvenes. Y, tampoco se menciona  con claridad la necesidad de  recuperar la grandeza espiritual y material de la argentina como un sueño colectivo a conquistar.  

Por el contrario, de una manera o de otra, lo que se promueve es: o enfrentamiento o un debilitamiento de los lazos sociales, culturales e históricos, y se favorece un proceso de avance de la sociedad de consumo y una peligrosa mercantilización de la vida. La mercantilización de la vida significa, ante todo, un conjunto de conductas, de ideologías, estrategias económicas, opciones sociales y políticas por las cuales la vida (la del otro pero, en el fondo, la propia) pierde su estatuto de santuario que abriga el misterio del ser para convertirse en un objeto mercantilizado por el deseo y el frenesí de poseer . 

Por ello, no concebimos nada que se oponga de manera tan frontal a la construcción de la grandeza nacional como este modelo social individualista en cualquier versión, que endiosa la subjetividad, al mercado, al consumo y al dinero, que promueve la división junto a la cultura del descarte y de la muerte, que genera exclusiones y desigualdades inaceptables. 

Inversamente a lo que promueven estas ideologías, desde la raíz cultural de nuestro pueblo, lo que está en el centro es el valor de la persona y de lo relacional por encima de lo meramente individual. Lo que emerge es la necesidad de construir caminos de reconciliación y de unidad, y esta percepción es defendida y sostenida por una vital densidad simbólica de creencias y prácticas espirituales. Espiritualidad, donde el cristianismo ocupa un lugar importante, que forja estilos de vida en donde lo central no es la compulsión a tener y a consumir, sino el compromiso por la vida digna de todos y la fiesta como expresión de la celebración de la vida.

3. La oposición entre mercado y familia: 

En este contexto de auge mercantilista cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que el mercado global le enseña al individuo? El mercado es una manera de entender la relación entre el otro y yo y, en particular, una manera de concebir nuestros intereses. El mercado (como criterio de distribución) nos presenta nuestros intereses como si estuvieran en conflicto, nos obliga a mirar al otro como una fuente de recursos y como una amenaza. Con miedo y codicia, en otras palabras. 

Por el contrario, si observamos las relaciones familiares, estas se caracterizan por ser lo opuesto del mercado: entre los miembros de una familia no hay conflictos de intereses, al menos en el sentido profundo en que sí los hay en el mercado. El interés de uno no está en oposición al interés de su hermano, sino que lo incluye: uno no puede ser feliz si su hermano sufre, porque la felicidad de uno es (en parte) la felicidad de su hermano. La realización de uno incluye la realización del otro. Porque mantiene viva la posibilidad al menos de una relación de este tipo, la familia es, efectivamente, una institución social fundamental . Esto se da aunque la familia sea imperfecta y sus vínculos sean defectuosos. 

De esta forma, en las relaciones familiares, en las comunidades locales, en las fuerzas vivas de la sociedad civil y en las organizaciones libres del pueblo tiende a surgir un estilo de vida diferente al del globalismo hegemónico, en donde se promueve que no vivamos para trabajar/producir/consumir, sino que trabajemos para convivir y para construir un proyecto de vida en común que integre a todos.

En efecto, la idiosincrasia de nuestro pueblo le otorga una enorme importancia a la realidad familiar, y desde allí, suelen colocar en el centro de la vida las relaciones humanas; no orientan su existencia por las pautas de cálculo costo-beneficio, productividad, competitividad, capacidad de acumulación y consecuente concentración de la riqueza; nuestras familias y comunidades locales, en su mayoría, producen así estilos de vida disfuncionales con el mercado global y la mercantilización de la vida que este genera. 

Por eso, es que el discurso globalista -en cualquiera de sus variantes- busca permanentemente debilitar a todos los agentes sociales y colectivos que provoquen un condicionamiento al individualismo, principalmente la familia, los clubes y organizaciones barriales, las asociaciones de profesionales y de trabajadores, etc..

4. La ideología de género se inscribe dentro del proyecto cultural y político del globalismo hegemónico y consumista:  

En este marco, desde diversas usinas se promocionan corrientes de pensamiento que funcionan como patrones de dominio cultural. Dentro de estos patrones de dominio cultural queremos hacer hincapié en una teoría, genéricamente llamada de género (gender), que actualmente tiene un rol hegemónico entre las diversas corrientes feministas, y en la educación sexual integral de niños y niñas. 

Esta “teoría” se basa en la idea de que la identidad sexual se deriva de una pura construcción sociocultural y por ende, relativiza la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. La ideología de género, presenta una sociedad donde las diferencias de sexo en términos biológicos son irrelevantes, desdibujando la identidad de la mujer y vaciando de fundamento antropológico a la familia. 

Ahora bien, esta teoría o más bien ideología, moldea algunos proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer y que se forma sobre la base del propio deseo y la autopercepción, en una versión extrema del individualismo sobre el propio cuerpo, debilitando los vínculos familiares y consecuentemente con el resto de la sociedad civil.

Según esta teoría dominante, la identidad humana viene determinada por una opción subjetiva, que también puede cambiar con el tiempo. Ahora bien, lo que llama la atención, es que teorías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños . 

No hay que ignorar que el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar. En relación a esto, también debemos considerar que la revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, independizándolo de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se convierten en realidades flexibles que se componen y se descomponen, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas. 

Esta realidad provoca que el sexo se transforme en un mero objeto de consumo, desvirtuando su dimensión humana profunda y que las personas sean utilizadas como un instrumento para la consecución del goce y del placer. Asimismo, hasta la búsqueda de un hijo se puede transformar en una mercancía a la carta y en un tráfico de personas, degradando la dignidad humana . 

Por lo tanto, una cosa es comprender las particularidades de la vida, y luchar contra las injusticias e inequidades que sufren muchas mujeres. Pero otra cosa es aceptar teorías foráneas que pretenden divorciar los aspectos operantes de la realidad. El voluntarismo omnipotente que niega la realidad, a la corta o a la larga termina perjudicando al mismo hombre y dañando su dignidad. 

La realidad nos precede y debe ser aceptada tal como se nos presenta. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla tal como ha sido creada. Si de lo que se trata es de defender los derechos de las mujeres, es menester defenderlas como tales valorizando sus potencialidades, e integrándolas codo a codo con los hombres en la formación de un proyecto común. Tal es un auténtico punto de partida para la construcción de la grandeza nacional.

5. Conclusión: 

Frente a la difusión de teorías o consignas que funcionan como patrones de dominio cultural, es bueno recordar que la construcción de una nación debe realizarse en base a un conjunto de ideas y valores que se deducen y se obtienen del ser profundo de nuestro pueblo. 

Esas ideas y valores se realizan efectivamente en una comunidad política organizada sobre dos principios fundamentales: la unidad, que genera la fuerza de un pueblo y la solidaridad, que es lo que le da la cohesión. A su vez, la comunidad política comprende a la nación como una unidad abierta generosamente con espíritu universalista, pero muy consciente de su propia identidad.

En ese contexto, nuestro pueblo siempre asume las luchas por la justicia, la equidad y, la igualdad de derechos de los hombres y las mujeres. Pero lo hará siempre desde nuestra particular idiosincrasia, sin necesidad de importar acríticamente teorías foráneas de matriz liberal que debilitan a la misma mujer en su dignidad, a la institución familiar y consecuentemente a todo el tejido social. Ideologías que bajo una falsa bandera revolucionaria, son en realidad funcionales al discurso hegemónico de dominio global.

La sociedad necesita de la familia por su humanidad, por su fecundidad y por la reproducción de la sociabilidad. Eso por cuanto la familia actúa como agente de socialización, de transmisión de valores culturales, de contención afectiva, de equidad generacional y de regulación social. Por eso es que la familia es la base de la sociedad y de la comunidad organizada. 

Asimismo, como expuso el Papa Francisco en su encíclica "Dilexit Nos" vivimos tiempos complicados donde la inteligencia artificial, del capitalismo de plataforma y del tecnofeudalismo, provocan que la persona humana muchas veces queda reducida a un mero conjunto de datos que se trafican. Es en esos momentos donde no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta dos cosas: la poesía y el amor. Ningún algoritmo podrá albergar jamás ese momento único de la infancia que se recuerda con ternura y que marca la cualidad de lo propiamente humano.  

Por eso, no podemos permitir que la inteligencia artificial limite la visión del mundo a realidades que pueden expresarse en números y encerradas en categorías preestablecidas, eliminando la aportación de otras formas de verdad e imponiendo modelos antropológicos, socioeconómicos y culturales uniformes reforzando el actual paradigma tecnológico dominado por la razón instrumental y económica.

Es imperioso recuperar la centralidad de la noción de persona humana y de su dignidad inalienable. Asimismo, debemos proteger la libertad y la responsabilidad del hombre en todas sus dimensiones, frente a cualquier tentativa de manipulación, y mantener la capacidad de decisión humana son los ejes para lograr atenuar todo lo posible los riesgos de la Inteligencia Artificial y poner este instrumento maravilloso al servicio del hombre y del bien común universal. 

Finalmente, el fomento de las teorías de género que tienen una fuerte impronta antinatalista, disminuye uno de los factores de poder más importantes para nuestro país como es el factor demográfico. Este factor constituye una cuestión estratégica de primer orden, pues está directamente vinculada con el desarrollo de una política poblacional y de arraigo territorial tan urgente como necesaria, debido a la extensión geográfica de nuestra región, a su insuficiente población y a su mala distribución. Desde esta perspectiva, la familia también ocupa un lugar fundamental.

 Por todas estas razones, es que debemos fortalecer y fomentar la solidez de los vínculos familiares y comunitarios, fortalecer nuestra identidad cultural y contribuir a formular un proyecto de vida en común que nos de un horizonte de futuro a todos los argentinos.

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