Frente a la grave crisis política, económica y social de nuestro país, es necesario trabajar a destajo para alcanzar grandes acuerdos sociales que nos permitan crecer y desarrollarnos de manera sostenida. Para alcanzar dichos acuerdos sociales básicos, el camino recomendable es el dialogo y la cooperación entre trabajadores y empresarios. Pero no podemos ser ingenuos, en esta dinámica es inevitable transitar el conflicto. Como enseña el Papa Francisco, el conflicto no puede ser ignorado o disimulado, sino que debe ser asumido. Pero asumirlo no significa que debamos quedar atrapados en él, porque ahí perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada. Cuando nos detenemos en la coyuntura conflictiva, perdemos el sentido de la unidad profunda de la realidad.
La
mejor manera de situarse ante el conflicto, es aceptarlo, en cierta manera
sufrirlo, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. De este
modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo
pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la
superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda y que se
guían por una fuerte vocación por el bien común.
Por
eso, para que el dialogo social funcione, hace falta postular un principio que
es indispensable para construir la amistad social: “la unidad es superior al conflicto”. La solidaridad, entendida en
su sentido más hondo y desafiante, se convierte así en un modo de hacer la
historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los
opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es
apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la
resolución en un plano superior donde prima el amor por la patria y que
conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna.
Otro
principio que surge del magisterio del Papa Francisco es que “el todo es más que la parte, y también es
más que la mera suma de ellas”. Por eso para que el dialogo social prospere, siempre hay que
ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.
Pero hay que hacerlo sin evadirse, sin desarraigos. Es necesario hundir las
raíces en la tierra fértil y en la historia del propio lugar, que es un don de
Dios.
Por
consiguiente, el modelo del dialogo social no es la esfera, que no es superior
a las partes, donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias
entre unos y otros. El modelo es el poliedro, que refleja la confluencia de
todas las parcialidades que en él conservan su originalidad. La acción
política, por ende, debe procurar recoger en ese poliedro lo mejor de cada uno.
Allí entran los pobres con su cultura, sus proyectos y sus propias
potencialidades. Es la conjunción de los pueblos que, en el orden universal,
conservan su propia peculiaridad; es la totalidad de las personas en una
sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.
Así pues,
teniendo en consideración las coordenadas que surgen del magisterio del Papa
Francisco, el dialogo social será una expresión relevante en la construcción de
una Nación digna a la que aspiramos todos los argentinos.
Cuando el
dialogo, la participación y el consenso se realizan para construir un destino
común, se visualizan con mayor intensidad los contornos de la patria concebida
como hogar y morada, como pertenencia y como destino común. La patria como
morada, es el ámbito espiritual necesario, para robustecer los vínculos
comunitarios, en donde se opera la relación con los otros y donde se juega el
destino colectivo y que es, para quienes la habitan “el rincón más risueño de la tierra”, pues allí se sitúan las
vivencias más íntimas y significativas del ser humano.
Esta vivencia
que se opera dentro de la comunidad, al poseer un origen en común, una historia
compartida y un destino colectivo, vigoriza la noción de pueblo como conjunto
fraternal, no gregario, construido sobre la dignidad eminente de la persona
humana. De esta forma, el pueblo será el sujeto histórico y colectivo que
realiza el destino común.
Parafraseando
al poeta Leopoldo Marechal, podemos afirmar que la construcción de una
comunidad de destino es “transformar una
masa numeral, en un pueblo esencial”.
Un pueblo en marcha, con un horizonte definido, que se asume como sujeto
y protagonista de la historia en busca de la justicia social y del bien común.
Por
eso, esta es una oportunidad histórica para la República Argentina. Los
trabajadores organizados, las cámaras empresariales, los colegios
profesionales, los centros académicos, los movimientos sociales y otras
instituciones podrán participar de un mismo espacio de diálogo y acordar
políticas públicas, en donde todos los sectores se encuentren debidamente
representados. Es la posibilidad de fortalecer y enaltecer la calidad
institucional de nuestra joven democracia y de cimentar una nueva etapa de la
misma.
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