Por Juan Bautista González Saborido
1.- La crisis civilizacional europea:
Europa enfrenta una crisis pluridimensional que abarca su identidad cultural, su misión histórica, su cohesión social y su relevancia geopolítica. El declive europeo como fortaleza económica y cultural en el mundo es un hecho no sólo evidente, sino que en el contexto de las actuales transformaciones mundiales luce como irreversible. Estamos ante una Europa debilitada, fragmentada, con un poder militar disminuido y con una población escasa y abatida. Su agonía puede durar décadas, pero su final parece inevitable.
El ocaso europeo se viene advirtiendo desde hace décadas atrás. En 1979, el entonces cardenal Ratzinger, ya había señalado que la verdadera catástrofe de Europa era la desolación de los espíritus y la destrucción de la conciencia moral. Planteaba que el problema del viejo continente tenía ver con una cultura que había erradicado las certidumbres originarias del ser humano acerca de Dios, de sí mismo y del universo, y con la eliminación de la conciencia de unos valores morales que no son de libre disposición.
La Europa contemporánea y secularista, reniega del cristianismo y de su pasado, abjurando de su historia y de sus raíces. Sin el cristianismo, sin el pensamiento griego y sin el derecho romano, Europa no habría sido lo que es. Sin embargo, todas estas fuentes parecen estar relegadas. Solo gracias al cristianismo y su síntesis con la cultura clásica, es posible entender la abolición de la esclavitud, la noción de persona, la separación del poder temporal y del espiritual, la centralidad de la dignidad del ser humano, el derecho común y un largo etcétera. Europa está envejecida, desorientada y devorada por un consumismo narcisista y hedónico.
El invierno demográfico que afecta al viejo continente revela en sí un agudo agotamiento vital. Un envejecimiento no sólo en la media de la edad de su población, sino fundamentalmente en su espíritu colectivo. Se trata de un declive de las fuerzas vitales del pueblo o pueblos que componen el mapa europeo. Un síntoma que se puede asociar al ocaso de una civilización.
Los ideales de la Ilustración más los excesos de la ciencia y la filosofía racionalista derivaron en las revoluciones burguesas en el plano político, y en la revolución industrial en el plano técnico y económico. Sin embargo, ambos procesos convergieron en el debilitamiento de los valores históricos, el culto del materialismo y del dinero, el progresismo sin límites, el divorcio entre la ética y la política y la insectificación de la vida.
Así pues, todo este periplo, derivó en la “cosificación” del hombre en el industrialismo y prepararon el paisaje primero de una Europa de fábricas, de “mano de obra” y de urbes mundiales absolutamente artificiales, y luego a la modernidad liquida y consumista, desconectadas progresivamente de la cultura que les precedió.
Se ha apagado el sentido religioso (o numinoso) del cosmos y en tal situación la presión de los instrumentos civilizatorios y técnicos tienden a acentuar el desequilibrio por un proceso de paulatina, pero inexorable deshumanización. El desligamiento del sentido religioso del cosmos, genera la aparición de un materialismo sin horizontes trascendentes, donde la naturaleza carece de sentido y de significación, y por ende, solo se la considera como recurso explotable.
Los valores de la democracia liberal, “libertad, igualdad y fraternidad” proclamados, no ya en nombre del ciudadano (francés) sino del “Hombre”, son ahora, en el ocaso de Europa, meras abstracciones que han servido apenas al propósito de colonizar a los bárbaros de otros continentes, a los no europeos.
Ahora, ya no hay colonias, y los “bárbaros” se están radicando en su propia casa. Europa parece marchitarse a pasos acelerados, con su “Humanidad” vacía de significado.
2.- La oportunidad para el surgimiento de Hispanoamérica y la solidaridad continental:
En este contexto crepuscular y nihilista, debemos reconsiderar la herencia de la América Hispana, la tierra donde se gestó la "Raza Cósmica" de José Vasconcelos, el universo “Nuestroamericano” de José Martí, el “Arielismo” de José Enrique Rodó o la “Eurindia” de nuestro Ricardo Rojas, como una alternativa vibrante, vital y potente capaz de generar un nuevo espacio civilizacional que responda a los desafíos del cambio de época.
En efecto, la singular situación de los pueblos hispanoamericanos nos coloca ante la paradoja de vivir una parcial participación de la atmósfera occidental postmoderna con su nihilismo consumista, o bien en la necesidad de una aguda revalorización de nuestra propia memoria histórica, expresión y destino.
La cultura hispanoamericana que alcanza a todo el continente, se caracteriza por su humanismo teándrico, en el que conviven la razón y la fe, la ciencia y las artes, la técnica junto a los altos vuelos de la espiritualidad, la música y la poesía. La valoración de la familia y de la amistad, el deseo de grandeza y el amor a la patria.
Por otra parte, debemos considerar también los elementos comunes que nos unen a todos los pueblos de América, sea del Norte, del Centro o del Sur. Entre ellos sobresale una misma identidad cristiana, si bien con diversos matices, la heterogeneidad de las razas y la complejidad cultural que se han afincado allí.
En este contexto, se torna relevante una auténtica búsqueda del fortalecimiento de los lazos de solidaridad, comunión y convergencia entre las diversas expresiones del rico patrimonio cultural del Continente para forjar una alternativa a la crisis civilizacional, sin caer en vulgares subordinaciones.
Entre estos elementos comunes, debemos observar con detenimiento en estos últimos años, las ideas de un grupo de intelectuales católicos que se autodenominan “postliberales” que elaboraron una teoría denominada "conservadurismo del bien común" que J.D. Vance, el vicepresidente de EE.UU, ha adoptado como propia.
Ellos tienen la creencia de que el proyecto liberal de “progreso” –especialmente en la forma de liberalización económica, avance tecnológico y nivelación de las jerarquías sociales– ha sido un grave error que ha causado una fragmentación y debilitamiento de la sociedad y de la cultura.
Piensan, que Estados Unidos perdió el contacto con sus ideas fundadoras en algún momento de la “Era Progresista”, impulsada por la burocratización gubernamental, la pérdida de la fe pública en los principios de la “ley natural” y el auge del "relativismo moral" y el multiculturalismo.
En este grupo, el intelectual de mayor renombre es Patrick Deneen, quién argumenta que el liberalismo al haberse enfocado en el individualismo, en el secularismo y en la economía de libre mercado erosionó las bases comunitarias de la vida estadounidense, es decir, la familia nuclear, la fe religiosa compartida y las economías locales.
Añade, que estas características del liberalismo, provocaron una posmodernidad disolvente. Esta corriente ideológica, a su vez, generó, fantasmas de soledad y un globalismo que está disparando la brecha entre ricos y pobres. Frente a ello, propone la apuesta por vidas comunitarias densas que resignifiquen nuestras localidades y los sentimientos vinculantes que estas propician.
Deneen, aboga por una revolución “pacífica” para reemplazar el liberalismo con un “orden posliberal” basado en la promoción de valores conservadores y religiosos en lugar de la protección de los derechos individuales.
Así pues, el “conservadurismo del bien común” que plantea Deneen, emerge como una alternativa política sólida, porque no parte de las entelequias ideológicas o ilusiones utópicas, propias del progresismo latinoamericano o del liberalismo anglo sajón, sino del sentido común arraigado en la realidad de las personas, las comunidades y las experiencias históricas de los pueblos.
3.- Conclusión:
Ante el ocaso civilizacional europeo, es plausible pensar una nueva configuración de la herencia cultural de occidente donde el castellano se transforme en la nueva lengua del humanismo y donde la cultura hispanoamericana ocupe un espacio relevante.
La grandeza y la vigencia del humanismo hispano americano estriban en que modeló la construcción de una nueva sociedad donde se afirmó la categoría de pueblo como sujeto de la historia. Y, a su vez, como señala Graciela Maturo, esa noción de pueblo se configuró integrando a todas las personas que habitan un territorio, cualquiera fuera su raza, sexo, cultura o creencias, en una fusión armónica de razas y culturas, pero unidas ente sí porque comparten un destino común.
Esta afirmación de la heterogeneidad como riqueza fundada en la dignidad inalienable de la persona humana, que opera como fundamento de la construcción de una nueva y original unidad, es uno de los mayores activos de este humanismo hispanoamericano.
En un período histórico de conflictos, y polarizaciones simplificadoras, debemos tomar conciencia que la valorización de la alteridad, “del otro”, es lo que permitió en la América Indiana una integración no común de pueblos y cultura bajo el signo de la catolicidad y el castellano.
El castellano, porque se hizo americano y el cristianismo porque acogió significados de la cultura y de la religiosidad americana precolombina. Pero además, porque fue protagonista indiscutible del periodo indiano, produciendo la germinación de una religiosidad popular todavía vigente.
En este contexto es muy importante la revalorización de la religiosidad popular hispanoamericana como instrumento de los pueblos para enfrentar el consumismo y el hedonismo, patologías centrales de la sociedad global del mercado.
Esta herencia cultural, no queda circunscripta exclusivamente a la denominada “América Latina”, pues se extiende desde Alaska a Tierra del Fuego. O, si se prefiere, desde Alaska, pasando por Tierra del Fuego hasta la Antártida.
Debemos considerar, que, en las últimas décadas, la creciente migración popular desde los pueblos de origen hispanoamericano -especialmente desde México- hacia los territorios de la América anglosajona generó una propagación en el gran país del norte de la cultura hispanoamericana. Pues esos migrantes llevaron consigo además de sus sueños, su lengua y toda una cultura propia, especialmente su religión.
Cabe agregar a esta influencia cultural producto de la inmigración, el pensamiento de este grupo de líderes intelectuales y políticos católicos posliberales que si bien tienen matices propios de su lugar de origen, también tienen un núcleo de ideas con marcada afinidad con el humanismo clásico y la cultura hispanoamericana.
Ante la crisis civilizacional y el ocaso de Europa, es posible que triunfen el nihilismo tecnológico y las ideas transhumanistas y posthumanistas. Pero también es posible -y ese es un ideal por el que vale la pena luchar- que surja un nuevo humanismo de carácter universal que se remonta a los antiguos griegos y romanos, pasa por le Europa Medieval, adquiere contornos propios en la península ibérica y se mezcla en el continente americano con las culturas aborígenes.
El humanismo hispanoamericano, dio origen a una cultura nueva y mestiza, a un humanismo barroco americano, absolutamente inédito y original que hizo florecer al hombre de esa cultura. Ahora, su riqueza, sus valores y su vigencia, pueden dar respuesta a la falta de sentido y al vacío existencial de esta etapa histórica que tiende a oscurecer lo propiamente humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario