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miércoles, 12 de marzo de 2025

Una breve descripción de las tres corrientes del pensamiento conservador en EE.UU.

 


1. Introducción:

Recientemente, se realizó un cambio ideológico fundamental dentro del conservadurismo estadounidense. Este giro se evidencia con fuerza, paradójicamente, después de la victoria de Joe Biden en 2020 en las elecciones presidenciales. El objetivo fundamental de este giro ha sido y será, generar un movimiento político sólido y persistente que no se limite a ganar una sola elección y a administrar la nación por un período o dos de gobierno, sino a generar un cambio profundo a nivel político y cultural.

Este movimiento político conservador plantea claramente la necesidad de un remplazo de las elites liberales de los distintos ámbitos del estado que, según su visión, traicionaron al pueblo norteamericano y su sustitución, por una nueva clase dirigente que esté arraigada en las tradiciones, creencias y valores de los estadounidenses.

Considerando la potencia que tiene este movimiento en el gobierno de Trump, vemos relevante el estudio de los ejes y las distintas vertientes sobre las que gira esta corriente de pensamiento. Es importante aclarar que dentro de esta descripción no incluimos a los magnates dueños de las grandes tecnológicas puesto que no son una corriente de pensamiento, sino un poder económico.

Así pues, dentro del conservadurismo norteamericano que confluyó en el movimiento MAGA[1], se pueden distinguir tres segmentos principales, aunque muchas veces estén superpuestos, que se conocen como “La Nueva Derecha”. Estos tres segmentos son:

a)     Los "Claremonters" (Harry Jaffa, Michael Anton y Arthur Milkih),

b)    Los “Posliberales” (Patrick Deneen, Gladen Pappin, Adrian Vermeule y Chad Pecknold)

c)     Los conservadores nacionales (Fundación Edmund Burke, R. R. Reno, Yoram Hazony y Steve Bannon).

Todo el arco de la “Nueva Derecha” sostiene que, para ejercer el poder político, las ideas deben estar adecuadamente institucionalizadas y las instituciones, a su vez, deben llenarse de funcionarios dispuestos a implementar esas políticas. La visión que arraiga con más fuerza en la Nueva Derecha es que el estado administrativo debe ser capturado y transformado desde dentro, mediante el reemplazo de la antigua elite burocrática y liberal, por personal formado y capacitado en gran escala.

La Nueva Derecha rechaza explícitamente el denominado "fusionismo", que ha caracterizado al conservadurismo estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El “fusionismo” que incluía elementos muy heterogéneos que estaban unidos por su profundo anticomunismo, combinó la economía pro-mercado, junto a una política exterior intervencionista, y un conservadurismo social. 

Sin embargo, este esquema resultó en un decepcionante fracaso, según sostienen los intelectuales de la nueva derecha como Arthur Milkih, pues cedió la cultura, la moral social y el dominio del estado a una elite liberal progresista divorciada de los verdaderos intereses nacionales y del estilo de vida del pueblo norteamericano.

2. Los Claremonters

Se trataba de pensadores que trabajaban en el Instituto Claremont, un centro de estudios conservador, cuyo líder intelectual era Harry V. Jaffa, falleció en enero de 2015. Desde la muerte de Jaffa, entre los Claremonters más destacados se encuentran Charles Kesler, Larry Arnn, Christopher Caldwell, Michael Anton y Arthur Milkih.

Para esta corriente de pensamiento conservador, las instituciones que funcionan son condición necesaria, pero no suficiente para preservar la república constitucional de los Estados Unidos y el estilo de vida norteamericano. Al funcionamiento institucional  es necesario añadirle el cultivo de las virtudes clásicas pues, para ellos, sin hombres virtuosos, las instituciones se debilitan y sucumben.

Siguiendo los pasos de H. Jaffa, tienen en muy alta estima la fundación de los Estados Unidos, entendiéndola típicamente como la "confluencia de Atenas y Jerusalén, la primera vez en la historia humana en que la razón y la revelación juntas formaron los cimientos de una comunidad política". Esta creencia se presta a un sólido apoyo al excepcionalismo estadounidense, ya que los Claremonters entienden que la república estadounidense es la encarnación constitucional de lo mejor de la tradición occidental.

En ese orden de ideas, para H. Jaffa, la “vitalidad secreta” de Occidente estribaba en la tensión creativa que existía entre la Razón y la Revelación. Por eso, este intelectual norteamericano, apoyó tanto a la Razón como a la Revelación contra los efectos corrosivos de la modernidad y su tenaz secularismo.

Para él, razón y revelación coincidían en el fundamento moral y político de la sociedad civil, aunque existieran dudas sobre si lo que completa o perfecciona la vida humana es la razón y la filosofía, o la fe bíblica. Jaffa textualmente escribe que: “si la razón última para elegir las virtudes morales era el amor obediente al Dios vivo o la bondad de la vida de la razón autónoma, era menos importante que su acuerdo sobre el orden moral que debe informar la vida de una sociedad decente. Desde esta perspectiva, la Revelación y la Razón, Jerusalén, Atenas, estaban de acuerdo”.

En materia de política exterior los Claremonters, en primer lugar, apoyan al realismo como orientación fundamental de las relaciones internacionales, tal como lo han dicho recientemente tanto J.D. Vance como D. Trump. En segundo lugar, consideran que ese realismo debe ir acompañado de un fuerte nacionalismo, que se extiende al pensamiento civilizacionalista sobre un "Occidente amenazado" en sus mismos fundamentos por la fase nihilista de la modernidad.

Para ellos, esta amenaza de occidente se promueve por una elite liberal, secularista y progresista autorefencial y sin anclaje en la cultura y los valores nacionales. Asimismo, pregonan una fuerte oposición a la inmigración masiva y una postura proteccionista sobre cuestiones comerciales.

Así pues, al intentar formular una “doctrina Trump” en política exterior, M. Anton, uno de los principales intelectuales claremonteanos sostuvo: "Siempre habrá naciones, y tratar de suprimir el sentimiento nacionalista es como tratar de suprimir la naturaleza: es muy difícil y peligroso hacerlo". Además, ese nacionalismo, reforzado por la creencia de que Estados Unidos estaba en una grave decadencia social, estaba en la raíz de la hostilidad virulenta hacia la inmigración o la "incesante importación de extranjeros del Tercer Mundo sin tradición, gusto ni experiencia en la libertad".

Finalmente, los claremonteanos fomentan una especie de pensamiento civilizacional de recuperación de los valores fundantes de occidente. En ese marco civilizacional, Rusia, a pesar de las críticas a su régimen autócrata, es vista en última instancia como parte de Occidente y, por lo tanto, se la prefiere como socio de los EE. UU. y la alianza occidental por sobre China.

3. Los posliberales

Los orígenes del posliberalismo están estrechamente relacionados con el auge de lo que Gladden Pappin ha llamado "cristianismo defensivo": un sentimiento entre los conservadores religiosos de que el liberalismo estadounidense se estaba volviendo cada vez más hostil al ejercicio del cristianismo tradicional. 

A principios de la década de 2020, el posliberalismo estadounidense se había consolidado en torno a un conjunto de ideas propuestas por Patrick Deneen, Adrian Vermeule, profesor de la Facultad de Derecho de Harvard, Pappin, entonces profesor de la Universidad de Dallas, y Chad Pecknold, profesor de la Universidad Católica Americana en Washington DC, que inició un boletín informativo bajo el lema del posliberalismo.

El posliberalismo se entiende mejor como una especie de comunitarismo de influencia católica.  Los posliberales ofrecen una crítica demoledora del individualismo liberal como causa de la decadencia moral y cultural de EE.UU., y enfatizan el bien común, las políticas pro familia y en favor de pequeñas comunidades, como un correctivo a las deficiencias percibidas del liberalismo.

 Por lo general, argumentan que las dos formas dominantes del liberalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial (el liberalismo de mercado y el liberalismo social) se han fusionado en torno a un proyecto político que busca, sobre todo, maximizar la autonomía individual. Como resultado, el orden liberal se ha vuelto cada vez más incapaz de cultivar los recursos comunitarios de los que depende el tejido social, lo que lleva a la erosión de los valores que el liberalismo supuestamente defiende.

Los posliberales tienen la creencia de que el proyecto liberal de “progreso” –especialmente en la forma de liberalización económica, avance tecnológico y nivelación de las jerarquías sociales– ha sido un grave error que ha causado una fragmentación y debilitamiento de la sociedad y de la cultura.

Piensan, que Estados Unidos perdió el contacto con sus ideas fundadoras en algún momento de la “Era Progresista”, impulsada por la burocratización gubernamental, la pérdida de la fe pública en los principios de la “ley natural”, y el auge del "relativismo moral" y el multiculturalismo.

Para los posliberales la insurgencia populista y el ascenso de los estados civilizacionales (Rusia, EE.UU., China y la India) son parte del mismo fenómeno: una reacción contra una política de lo global en lugar de lo nacional y lo local, una política de una utopía abstracta en lugar de una enfocada en las necesidades concretas de las comunidades nacionales, y una política de la identidad individualizada en lugar de la de la pertenencia compartida.

En cuanto a las relaciones con China y Rusia, sostienen que Estados Unidos debería identificar "áreas de cooperación, intercambio e intereses compartidos". Además, sostienen que Estados Unidos debería ver a China como "un igual en civilización" en lugar de como un adversario. A diferencia de muchos otros conservadores (y demócratas), abogan por una coexistencia pacífica con China.

4. Los conservadores nacionales

Esta corriente de pensamiento, recientemente, ha formulado una rotunda declaración de principios. En la misma, los conservadores nacionales proclaman que "enfatizan la idea de la nación" porque ven un mundo de naciones independientes –cada una persiguiendo sus propios intereses nacionales y defendiendo tradiciones nacionales que le son propias– como la única alternativa genuina a las ideologías universalistas que ahora buscan imponer un imperio homogeneizador y destructor de localidades en todo el planeta.

Consideran que estamos frente a un cambio de época que va a poner fin a la hegemonía de las ideas liberales establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y sus tendencias globalistas. Para ellos, solo a través de los estados nacionales será posible restablecer una orientación pública adecuada hacia el patriotismo y el coraje, el honor y la lealtad, la religión y la sabiduría, la congregación y la familia, el hombre y la mujer, el sabbat y lo sagrado, la razón y la justicia. Los conservadores nacionales consideran que esas virtudes son esenciales para sostener nuestra civilización y como requisitos previos para recuperar y mantener la libertad, seguridad y prosperidad.

Plantean que cada nación debe ser capaz de autogobernarse y de trazar su propio rumbo de acuerdo con su herencia constitucional, lingüística y religiosa particular. Así, cada país tiene derecho a mantener sus propias fronteras y a llevar a cabo políticas que beneficien a su propio pueblo. Se oponen a transferir la autoridad de los gobiernos electos a organismos transnacionales o supranacionales, una tendencia que pretende una alta legitimidad moral al tiempo que debilita el gobierno representativo, siembra la alienación y la desconfianza pública y fortalece la influencia de los regímenes autocráticos y del “imperialismo liberal de última generación”.

Para ellos, la familia tradicional es la fuente de las virtudes de la sociedad y merece un mayor apoyo de las políticas públicas. Alegan que la familia tradicional, construida en torno a un vínculo permanente entre un hombre y una mujer, y sobre un vínculo permanente entre padres e hijos, es la base de todos los demás logros de la civilización occidental.

Sostienen que la desintegración de la familia, incluida una marcada disminución del matrimonio y la natalidad, amenaza gravemente el bienestar y la sostenibilidad de las naciones democráticas. Esgrimen, que entre las causas de esta desintegración, se encuentra un individualismo desenfrenado que considera a los hijos como una carga, al tiempo que fomenta formas cada vez más radicales de libertinaje y experimentación sexual como alternativa a las responsabilidades de la vida familiar y congregacional. Las condiciones económicas y culturales que fomentan la vida familiar y congregacional estable y la crianza de los hijos son, para esta corriente de pensamiento, prioridades del más alto orden.

El nacionalismo articulado por los conservadores nacionales, ha compartido algunas de las características clave de las prioridades de política exterior de la administración Trump, como una hostilidad estridente a la inmigración masiva, el apoyo al proteccionismo comercial y un profundo escepticismo hacia la política exterior intervencionista. Sin embargo, han formulado también agudas críticas contra las pretensiones transhumanistas de los tecnólogos aceleracionistas de Silicon Valley.

5.- Conclusión

Todas estas corrientes conservadoras y nacionalistas de EE.UU. consideran necesario recrear las tradiciones pre modernas y clásicas de la cultura occidental. Esto es, una restauración del pensamiento clásico (Sócrates, Platón, Aristóteles y el derecho romano) y del pensamiento cristiano y medieval (San Agustín y Santo Tomás de Aquino).

Asimismo plantean como uno de los principales problemas de occidente la degradación o negación de un humanismo trascedente y el auge del secularismo como una de las causas principales de la erosión cultural y moral de la sociedad.

Es paradójico porque a principios del siglo XX se planteaba una antinomia entre la América sajona y protestante, contra la América Hispana. Se presentaba a la américa sajona como agresiva, pragmática y utilitaria, frente al sur, idealista, humanista, heredero de los valores clásicos de Grecia y Roma y de la religión católica.

Sin embargo, el pensamiento de la “Nueva Derecha” tiene una indudable influencia del pensamiento católico a lo que se suma que, en la administración Trump, el vicepresidente J.D. Vance y varios de principales funcionarios, como el Secretario de Estado Marco Rubio, hacen explicita su condición de católicos y la influencia de su fe en la función pública que desempeñan.  Esto, más allá de las críticas que se han formulado a algunas de dichas decisiones como las deportaciones masivas que fueron objetadas por el mismo Papa Francisco.

Por otra parte, la reivindicación del nacionalismo que realiza la “Nueva Derecha” norteamericana, permite revalorizar y reposicionar a nuestro pensamiento nacional -tanto argentino como hispanoamericano- que está dotado de una profunda riqueza y hondura.

En esa línea, en general el pensamiento nacional ha perseguido el afianzamiento del espíritu nacional, la conservación de las tradiciones, la emoción del pasado, el amor a la historia nacional, a los paisajes, costumbres, escritores y arte nacional. En definitiva, todo aquello que permite una mayor cohesión nacional y la grandeza espiritual de nuestra patria.

Por último, es relevante es esta etapa histórica, considerar que la cultura hispanoamericana que alcanza a todo el continente, como dice Graciela Maturo, se caracteriza por su humanismo teándrico, en el que conviven la razón y la fe, la ciencia y las artes, la técnica junto a los altos vuelos de la espiritualidad, la música y la poesía. La valoración de la familia y de la amistad, el deseo de grandeza y el amor a la patria. 

Estas características dieron origen a una cultura nueva y mestiza, a un humanismo barroco americano, absolutamente inédito y original que hizo florecer al hombre de esa cultura. Ahora, su riqueza, sus valores y su vigencia, pueden dar respuesta a la falta de sentido, al vacío existencial y a las polarizaciones características de esta etapa histórica que tiende a oscurecer lo propiamente humano.



[1] Make America Great Again.

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