1. Introducción:
Recientemente, se realizó un cambio ideológico fundamental dentro del
conservadurismo estadounidense. Este giro se evidencia con fuerza,
paradójicamente, después de la victoria de Joe Biden en 2020 en las elecciones
presidenciales. El objetivo fundamental de este giro ha sido y será, generar un
movimiento político sólido y persistente que no se limite a ganar una sola
elección y a administrar la nación por un período o dos de gobierno, sino a
generar un cambio profundo a nivel político y cultural.
Este movimiento político conservador plantea claramente la necesidad de un remplazo de
las elites liberales de los distintos ámbitos del estado que, según su visión,
traicionaron al pueblo norteamericano y su sustitución, por una nueva clase
dirigente que esté arraigada en las tradiciones, creencias y valores de los estadounidenses.
Considerando la potencia que tiene este movimiento en el gobierno de
Trump, vemos relevante el estudio de los ejes y las distintas vertientes sobre
las que gira esta corriente de pensamiento. Es importante aclarar que dentro de
esta descripción no incluimos a los magnates dueños de las grandes tecnológicas
puesto que no son una corriente de pensamiento, sino un poder económico.
Así pues, dentro del conservadurismo norteamericano que confluyó en el
movimiento MAGA[1],
se pueden distinguir tres segmentos principales, aunque muchas
veces estén superpuestos, que se conocen como “La Nueva Derecha”. Estos tres
segmentos son:
a) Los
"Claremonters" (Harry Jaffa, Michael Anton y Arthur Milkih),
b) Los
“Posliberales” (Patrick Deneen, Gladen Pappin, Adrian Vermeule y Chad Pecknold)
c) Los
conservadores nacionales (Fundación Edmund Burke, R. R. Reno, Yoram Hazony y Steve Bannon).
Todo el arco de la “Nueva
Derecha” sostiene que, para ejercer el poder político, las ideas deben estar
adecuadamente institucionalizadas y las instituciones, a su vez, deben llenarse
de funcionarios dispuestos a implementar esas políticas. La visión que arraiga
con más fuerza en la Nueva Derecha es que el estado administrativo debe ser
capturado y transformado desde dentro, mediante el reemplazo de la antigua
elite burocrática y liberal, por personal formado y capacitado en gran escala.
La Nueva Derecha rechaza
explícitamente el denominado "fusionismo", que ha caracterizado al
conservadurismo estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El “fusionismo”
que incluía elementos muy heterogéneos que estaban unidos por su profundo
anticomunismo, combinó la economía pro-mercado, junto a una política exterior
intervencionista, y un conservadurismo social.
Sin embargo, este esquema
resultó en un decepcionante fracaso, según sostienen los intelectuales de la
nueva derecha como Arthur Milkih, pues cedió la cultura, la moral social y el
dominio del estado a una elite liberal progresista divorciada de los verdaderos
intereses nacionales y del estilo de vida del pueblo norteamericano.
2. Los Claremonters
Se trataba de pensadores que
trabajaban en el Instituto Claremont, un centro de estudios conservador, cuyo
líder intelectual era Harry V. Jaffa, falleció en enero de 2015. Desde la
muerte de Jaffa, entre los Claremonters más destacados se encuentran Charles
Kesler, Larry Arnn, Christopher Caldwell, Michael Anton y Arthur Milkih.
Para esta corriente de
pensamiento conservador, las instituciones que funcionan son condición
necesaria, pero no suficiente para preservar la república constitucional de los
Estados Unidos y el estilo de vida norteamericano. Al funcionamiento
institucional es necesario añadirle el
cultivo de las virtudes clásicas pues, para ellos, sin hombres virtuosos, las
instituciones se debilitan y sucumben.
Siguiendo los pasos de H. Jaffa,
tienen en muy alta estima la fundación de los Estados Unidos, entendiéndola
típicamente como la "confluencia de Atenas y Jerusalén, la primera vez en la historia
humana en que la razón y la revelación juntas formaron los cimientos de una
comunidad política". Esta creencia se presta a un sólido
apoyo al excepcionalismo estadounidense, ya que los Claremonters entienden que
la república estadounidense es la encarnación constitucional de lo mejor de la
tradición occidental.
En ese orden de ideas, para
H. Jaffa, la “vitalidad secreta” de Occidente estribaba en la tensión creativa
que existía entre la Razón y la Revelación. Por eso, este intelectual
norteamericano, apoyó tanto a la Razón como a la Revelación contra los efectos
corrosivos de la modernidad y su tenaz secularismo.
Para él, razón y revelación
coincidían en el fundamento moral y político de la sociedad civil, aunque existieran
dudas sobre si lo que completa o perfecciona la vida humana es la razón y la
filosofía, o la fe bíblica. Jaffa textualmente escribe que: “si la razón última para elegir las virtudes
morales era el amor obediente al Dios vivo o la bondad de la vida de la razón
autónoma, era menos importante que su acuerdo sobre el orden moral que debe
informar la vida de una sociedad decente. Desde esta perspectiva, la Revelación
y la Razón, Jerusalén, Atenas, estaban de acuerdo”.
En materia de política
exterior los Claremonters, en primer lugar, apoyan al realismo como orientación
fundamental de las relaciones internacionales, tal como lo han dicho
recientemente tanto J.D. Vance como D. Trump. En segundo lugar, consideran que ese
realismo debe ir acompañado de un fuerte nacionalismo, que se extiende al
pensamiento civilizacionalista sobre un "Occidente amenazado" en sus
mismos fundamentos por la fase nihilista de la modernidad.
Para ellos, esta amenaza de
occidente se promueve por una elite liberal, secularista y progresista
autorefencial y sin anclaje en la cultura y los valores nacionales. Asimismo, pregonan
una fuerte oposición a la inmigración masiva y una postura proteccionista sobre
cuestiones comerciales.
Así pues, al intentar
formular una “doctrina Trump” en política exterior, M. Anton, uno de los
principales intelectuales claremonteanos sostuvo: "Siempre habrá naciones, y tratar de suprimir el sentimiento
nacionalista es como tratar de suprimir la naturaleza: es muy difícil y
peligroso hacerlo". Además, ese nacionalismo, reforzado por la
creencia de que Estados Unidos estaba en una grave decadencia social, estaba en
la raíz de la hostilidad virulenta hacia la inmigración o la "incesante importación de extranjeros
del Tercer Mundo sin tradición, gusto ni experiencia en la libertad".
Finalmente, los claremonteanos
fomentan una especie de pensamiento civilizacional de recuperación de los
valores fundantes de occidente. En ese marco civilizacional, Rusia, a
pesar de las críticas a su régimen autócrata, es vista en última instancia como
parte de Occidente y, por lo tanto, se la prefiere como socio de los EE. UU. y
la alianza occidental por sobre China.
3. Los posliberales
Los orígenes del
posliberalismo están estrechamente relacionados con el auge de lo que Gladden
Pappin ha llamado "cristianismo defensivo": un sentimiento entre los
conservadores religiosos de que el liberalismo estadounidense se estaba
volviendo cada vez más hostil al ejercicio del cristianismo tradicional.
A principios de la década de
2020, el posliberalismo estadounidense se había consolidado en torno a un
conjunto de ideas propuestas por Patrick Deneen, Adrian Vermeule, profesor de
la Facultad de Derecho de Harvard, Pappin, entonces profesor de la Universidad
de Dallas, y Chad Pecknold, profesor de la Universidad Católica Americana en
Washington DC, que inició un boletín informativo bajo el lema del
posliberalismo.
El posliberalismo se
entiende mejor como una especie de comunitarismo de influencia
católica. Los posliberales ofrecen una crítica demoledora del
individualismo liberal como causa de la decadencia moral y cultural de EE.UU.,
y enfatizan el bien común, las políticas pro familia y en favor de pequeñas
comunidades, como un correctivo a las deficiencias percibidas del liberalismo.
Por lo general, argumentan que las dos formas
dominantes del liberalismo posterior a la Segunda Guerra Mundial (el
liberalismo de mercado y el liberalismo social) se han fusionado en torno a un
proyecto político que busca, sobre todo, maximizar la autonomía individual.
Como resultado, el orden liberal se ha vuelto cada vez más incapaz de cultivar
los recursos comunitarios de los que depende el tejido social, lo que lleva a
la erosión de los valores que el liberalismo supuestamente defiende.
Los posliberales tienen la
creencia de que el proyecto liberal de “progreso” –especialmente en la forma de
liberalización económica, avance tecnológico y nivelación de las jerarquías
sociales– ha sido un grave error que ha causado una fragmentación y
debilitamiento de la sociedad y de la cultura.
Piensan, que Estados Unidos
perdió el contacto con sus ideas fundadoras en algún momento de la “Era
Progresista”, impulsada por la burocratización gubernamental, la pérdida de la
fe pública en los principios de la “ley natural”, y el auge del
"relativismo moral" y el multiculturalismo.
Para los posliberales la
insurgencia populista y el ascenso de los estados civilizacionales (Rusia,
EE.UU., China y la India) son parte del mismo fenómeno: una reacción contra una
política de lo global en lugar de lo nacional y lo local, una política de una
utopía abstracta en lugar de una enfocada en las necesidades concretas de las
comunidades nacionales, y una política de la identidad individualizada en lugar
de la de la pertenencia compartida.
En cuanto a las relaciones
con China y Rusia, sostienen que Estados Unidos debería identificar "áreas
de cooperación, intercambio e intereses compartidos". Además, sostienen
que Estados Unidos debería ver a China como "un igual en civilización" en
lugar de como un adversario. A diferencia de muchos otros conservadores (y
demócratas), abogan por una coexistencia pacífica con China.
4.
Los conservadores nacionales
Esta corriente de
pensamiento, recientemente, ha formulado una rotunda declaración de principios.
En la misma, los conservadores nacionales proclaman que "enfatizan la idea
de la nación" porque ven un mundo de naciones independientes –cada una
persiguiendo sus propios intereses nacionales y defendiendo tradiciones
nacionales que le son propias– como la única alternativa genuina a las
ideologías universalistas que ahora buscan imponer un imperio homogeneizador y
destructor de localidades en todo el planeta.
Consideran que estamos
frente a un cambio de época que va a poner fin a la hegemonía de las ideas liberales
establecidas tras la Segunda Guerra Mundial y sus tendencias globalistas. Para
ellos, solo a través de los estados nacionales será posible restablecer una
orientación pública adecuada hacia el patriotismo y el coraje, el honor y la
lealtad, la religión y la sabiduría, la congregación y la familia, el hombre y
la mujer, el sabbat y lo sagrado, la razón y la justicia. Los conservadores
nacionales consideran que esas virtudes son esenciales para sostener nuestra
civilización y como requisitos previos para recuperar y mantener la libertad,
seguridad y prosperidad.
Plantean que cada nación
debe ser capaz de autogobernarse y de trazar su propio rumbo de acuerdo con su
herencia constitucional, lingüística y religiosa particular. Así, cada país
tiene derecho a mantener sus propias fronteras y a llevar a cabo políticas que
beneficien a su propio pueblo. Se oponen a transferir la autoridad de los
gobiernos electos a organismos transnacionales o supranacionales, una tendencia
que pretende una alta legitimidad moral al tiempo que debilita el gobierno
representativo, siembra la alienación y la desconfianza pública y fortalece la
influencia de los regímenes autocráticos y del “imperialismo liberal de última
generación”.
Para ellos, la familia
tradicional es la fuente de las virtudes de la sociedad y merece un mayor apoyo
de las políticas públicas. Alegan que la familia tradicional, construida en
torno a un vínculo permanente entre un hombre y una mujer, y sobre un vínculo
permanente entre padres e hijos, es la base de todos los demás logros de la
civilización occidental.
Sostienen que la
desintegración de la familia, incluida una marcada disminución del matrimonio y
la natalidad, amenaza gravemente el bienestar y la sostenibilidad de las
naciones democráticas. Esgrimen, que entre las causas de esta desintegración, se
encuentra un individualismo desenfrenado que considera a los hijos como una
carga, al tiempo que fomenta formas cada vez más radicales de libertinaje y
experimentación sexual como alternativa a las responsabilidades de la vida
familiar y congregacional. Las condiciones económicas y culturales que fomentan
la vida familiar y congregacional estable y la crianza de los hijos son, para
esta corriente de pensamiento, prioridades del más alto orden.
El nacionalismo articulado
por los conservadores nacionales, ha compartido algunas de las características
clave de las prioridades de política exterior de la administración Trump, como
una hostilidad estridente a la inmigración masiva, el apoyo al proteccionismo
comercial y un profundo escepticismo hacia la política exterior
intervencionista. Sin embargo, han formulado también agudas críticas contra las
pretensiones transhumanistas de los tecnólogos aceleracionistas de Silicon
Valley.
5.-
Conclusión
Todas estas corrientes
conservadoras y nacionalistas de EE.UU. consideran necesario recrear las
tradiciones pre modernas y clásicas de la cultura occidental. Esto es, una
restauración del pensamiento clásico (Sócrates, Platón, Aristóteles y el
derecho romano) y del pensamiento cristiano y medieval (San Agustín y Santo
Tomás de Aquino).
Asimismo plantean como uno
de los principales problemas de occidente la degradación o negación de un
humanismo trascedente y el auge del secularismo como una de las causas principales
de la erosión cultural y moral de la sociedad.
Es paradójico porque a principios del siglo XX se planteaba una antinomia
entre la América sajona y protestante, contra la América Hispana. Se presentaba
a la américa sajona como agresiva, pragmática y utilitaria, frente al sur,
idealista, humanista, heredero de los valores clásicos de Grecia y Roma y de la
religión católica.
Sin embargo, el pensamiento de la “Nueva Derecha” tiene una indudable
influencia del pensamiento católico a lo que se suma que, en la administración
Trump, el vicepresidente J.D. Vance y varios de principales funcionarios, como el
Secretario de Estado Marco Rubio, hacen explicita su condición de católicos y la
influencia de su fe en la función pública que desempeñan. Esto, más allá de las críticas que se han
formulado a algunas de dichas decisiones como las deportaciones masivas que fueron
objetadas por el mismo Papa Francisco.
Por otra parte, la reivindicación
del nacionalismo que realiza la “Nueva Derecha” norteamericana, permite revalorizar
y reposicionar a nuestro pensamiento nacional -tanto argentino como
hispanoamericano- que está dotado de una profunda riqueza y hondura.
En esa línea, en general el pensamiento
nacional ha perseguido el afianzamiento del espíritu nacional, la conservación
de las tradiciones, la emoción del pasado, el amor a la historia nacional, a
los paisajes, costumbres, escritores y arte nacional. En definitiva, todo
aquello que permite una mayor cohesión nacional y la grandeza espiritual de nuestra
patria.
Por último, es relevante es
esta etapa histórica, considerar que la cultura hispanoamericana que alcanza a
todo el continente, como dice Graciela Maturo, se caracteriza por su humanismo
teándrico, en el que conviven la razón y la fe, la ciencia y las artes, la
técnica junto a los altos vuelos de la espiritualidad, la música y la poesía.
La valoración de la familia y de la amistad, el deseo de grandeza y el amor a
la patria.
Estas características dieron
origen a una cultura nueva y mestiza, a un humanismo barroco americano,
absolutamente inédito y original que hizo florecer al hombre de esa cultura.
Ahora, su riqueza, sus valores y su vigencia, pueden dar respuesta a la falta
de sentido, al vacío existencial y a las polarizaciones características de esta
etapa histórica que tiende a oscurecer lo propiamente humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario